01 junio 2008

Rencor y Perdón


Nada envalentona tanto al pecador como el perdón.
William Shakespeare

La enseñanza cristiana, y en general cualquier ética, nos inducen al perdón, es decir al perdonar. Sostienen que así, aparcando el rencor y el odio a un lado, nos convertimos en personas buenas de corazón. Ya dice el Evangelio que hemos de perdonar “hasta setenta veces sierte”.

Sin duda el perdón es un gesto noble, a veces hecho y pensado para personas realmente fuertes de espíritu y buenas. Es claramente el camino difícil, dejando para el fácil el rencor. El hecho de perdonar implica a su vez un propósito de olvido, de aparcamiento y enterramiento del daño sufrido.

Este olvido quizás no sea del todo tan sano. Cierto es, que para el mundo utópico y maravilloso es imprescindible; pero cierto es que en dicho mundo utópico y maravilloso no se darían agresiones, y por ende, no habría que perdonar. “El perdón te coloca por encima de tu ofensor” dicen algunos. Cierto es, si es que ese mensaje es percibido por el ofensor, porque si no, el perdón de nada sirve, sino demostrarle al que agrede la impunidad de sus actos.

¿Cuál es el límite de perdonar una ofensa? Quizás si no perdonaramos acaso una vez, no seríamos nosotros tampoco justos, ya que todo el mundo tiene “derecho” a errar (derecho otorgado claramente y únicamente por el ser humano). Si el perdón hace reaccionar al ofensor, diremos que hemos cumplido con el propósito, que ha sido positivo aparcar el bíblico “ojo por ojo” en aras del perdón. Sin embargo, si ese ofensor reincide en su ofensa, nuestro perdón no habrá servido sino para incrementar su impunidad.

No podemos perdonar infinitamente y a cualquier persona. El perdón es más que un ejemplo hacia ese que nos agrede de cómo ha de actuar, de cuál es el camino. Pero el perdón no es la única alternativa. Quién guarda rencor también reacciona contra la ofensa. Éste también pretende dar una lección al ofensor, devolviéndole la jugada, haciéndole sentir lo mismo que ha sentido el que ha sido ofendido. Piensa el rencoroso que de esta manera hará ver al ofensor original que infunde daño; pero estamos en la misma cuestión de antes; no toda persona es capaz de leer ese mensaje entre líneas.

Con este segundo método es mucho más evidente el castigo ante el mal gesto o la agresión que con el primero. Se trata de una justicia vengativa, que puede llegar a degenerar su fin y sembrar odio en exceso. El rencoroso no puede olvidar la ofensa, y la guarda ahí dentro de sí, esperando un momento para poder culminar el castigo. Uno no puede permitir ser pisoteado infinitamente. El rencor es una reacción ante ello, es plantarle cara a la ofensa.

En ambos casos, se trata de dar una lección a aquel que comente un acto malo. En ambos casos se pretende ejemplificar (que no dar ejemplo). Se pretende enseñar, mostrar el camino correcto, inducir al bien. Y ahora puede abrirse el debate sobre qué es bueno. Pero de eso hablaremos otro día.

No hay comentarios: