16 febrero 2009

La Injusticia como Inspiración


Aceptar la injusticia no es una virtud, sino todo lo contrario.
Cleóbulo de Lindos

Lo peor que le puede pasar a alguien que pretende ser un artista (artista en el sentido de partícipe en alguna de las distintas artes) es quedarse sin imaginación. Cuando alguien que pretende escribir siente que lo ha escrito todo tiene un serio problema. Algo parecido a lo que podría sucederle a un sastre que no tuviera hilo.

La falta de imaginación es un fenómeno de origen incierto. Puede deberse al bienestar del alma, a la complacencia de uno mismo en sí mismo, que no tiene esa necesidad creadora evasora de la realidad.

Suponiendo que así fuera, suponiendo que este fuera el motivo, ¿qué hacer uno? En primer lugar debe uno alegrarse por tener una vida serena y tranquila, lo cual, en los tiempos que corren es todo un logro. Por otro lado, y precisamente por vivir en estos tiempos (aunque mucho me temo que se trata de algo ajeno a las épocas), puede uno coger un periódico, o simplemente dar una vuelta por el mundo, y darse cuenta de que hay demasiadas cosas ante las que reaccionar.

Nada motiva más un alma noble que la injusticia. Ante lo injusto y perverso es imposible mantenerse satisfecho y se hace difícil mirar a otro lado. Aunque no se haga nada y se sea meramente un observador, el alma se conmueve y la conciencia queda marcada. Y una vez conmovida el alma, las letras fluyen por si solas desde lo más hondo del corazón.

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04 febrero 2009

La Capacidad de Elegir


Pueden prohibirme seguir mi camino, pueden intentar forzar mi voluntad. Pero no pueden impedirme que, en el fondo de mi alma, elija a una o a otra.
Henrik Johan Ibsen

Son infinitos los pensamientos que podemos llegar a tener durante un día. Pensamos sobre todo, sobre qué hacer, sobre qué hemos hecho, sobre qué hicimos, sobre qué haremos, incluso sobre qué haríamos. Pensamos colores, canciones, poemas. Acumulamos en la mente muy diversos temas que conviven en el tiempo.

Somos capaces, y de hecho lo frecuentamos, el tener un pensamiento que creemos fijo. Un pensamiento que puede llegar a ser un deseo. Creemos firmemente que ese pensamiento, esa ocurrencia que deseamos, puede aportarnos algo de manera trascendente, un gran cambio digamos. Nos mostramos seguros, firmes en la decisión. Procuramos mantenerla. Sentimos que necesitamos escoger ese camino que no queda otra.

Sin embargo, sucede a veces, por razones de azar o destino, que sucede algo o pensamos algo que nos hace cambiar por completo la decisión antes casi jurada. Pero no se trata de un simple cambio, un matiz. No. Se trata de darle la vuelta completa a la decisión: elegir blanco donde elegimos negro, ir hacia la derecha cuando mantuvimos la izquierda como opción, subir en vez de bajar.

Y una vez más nos sentimos dueños de esa nueva decisión. Y comprendemos de nuevo que es la mejor solución. La solución, a secas. Nos reiteramos. Volvemos a sentirnos seguros. Nos convencemos. No alcanzamos a comprender cómo una vez pudimos pensar lo contrario, cómo elegimos el negro, cómo torcimos hacia la izquierda.

Y es que resulta que muchas veces no son las decisiones en sí lo que nos hace sentir seguro, lo que nos hace fuertes. Es el hecho de poder decidir, de creer que podemos decidir, lo que nos hace sentir seguros.

No siempre queremos blanco o negro. Muchas veces nos es indiferente. Nos da igual. Lo único que queremos es poder elegir. Es decir blanco, si queremos, o negro por el contrario. Es la capacidad de decisión la que nos otorga poder y seguridad, el saber que podemos elegir. Se trata de en un determinado momento poder decidir si blanco o negro. De que eliges blanco porque quieres elegir blanco, no porque tenga que ser blanco. Que igual que eliges blanco has podido elegir negro; pero tú, TÚ, eres el que ha querido elegir blanco.

Es la capacidad de elección, sin duda, lo que nos hace sentir seguros, firmes y fuertes.

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03 febrero 2009

Hablar por Hablar


Habla para que yo te conozca.
Sócrates

Hoy inauguro sección. Una sección totalmente diferente a lo que lleva siendo el blog este año casi y medio. Se trata de diálogos. Diálogos un tanto extraordinarios. Prácticamente sin hablar de nada, hablan de todo. Y creo que el nombre de la sección, define perfectamente su contenido: “hablar por hablar”.

- ¿Se puede?
- Claro, claro. Adelante.
- Hola, ¿cómo está?
- Esperándole, como ve. Llega muy puntual usted
- Tengo esa manía
- ¿Y le sirve para algo?
- ¿El qué? ¿La puntualidad?
- Sí
- Pues claro. –dudó - Pero no era ese el tema de mi visita
- Seguramente usted no ha abierto la puerta imaginándose esta conversación; pero mire usted por dónde, la está teniendo, ¿qué más da?
- Pues que tengo muchas cosas que hacer
- ¿Alguna más importante que hablar con un amigo?
- Mucho me temo, señor, que no somos amigos.
- Pues con más razón, así podemos llegar a serlos.
- Mire señor, no tengo ningún interés en su amistad, tengo muchos asuntos pendientes y sí, bastante más importantes que analizar mi puntualidad.
- No se ponga nervioso, tranquilícese. Imagine usted que ha llegado cinco minutos tarde, que había atasco, que el ascensor no bajaba ni subía, que la puerta no abría, que había olvidado apagar alguna luz de su casa o cualquier otro pretexto que usted invente; y mientras hablamos de otra cosa.
- Mire… hágame el favor de atenderme, ¿quiere?
- Hasta dentro de cinco minutos, no.
- Bien, volveré en cinco minutos. Adiós.

- Hola de nuevo, ¿puede atenderme usted ya?
- Llega usted dos minutos después de lo estipulado.
- Discúlpeme
- ¿Discúlpeme a secas?
- ¿Qué más quiere que le diga?
- Pues que qué le ha pasado para llegar dos minutos tarde, ¿qué ha pasado con su manía?
- Mire, no le entiendo. No le entiendo en absoluto. Primero que si soy muy demasiado puntual, luego que si no lo soy, ¿puede usted explicarme qué importa eso? Es asunto mío.
- No dije que era demasiado, simplemente le pregunté que por qué era puntual. Luego de su convincente razón, usted llega tarde. No entiendo cómo actúa. ¿Cómo voy a poder ayudarle?
- Pero es que no entiendo qué tiene que ver la puntualidad con el asunto que teníamos pendiente. No. No lo entiendo.
- Tal vez todo se hubiera resuelto si usted hubiera llegado tarde la primera vez y puntual la segunda.
- Mire. Lo siento. No aguanto más. Desde luego, después de hablar con usted, uno se siente cabal y cuerdo. Ya me buscaré a otro psicólogo. Adiós.

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