14 marzo 2010

El Estudio del Ser Humano


El hombre es el más misterioso y el más desconcertante de los objetos descubiertos por la ciencia.
Ángel Ganivet

Una de las grandes polémicas dentro del ámbito del conocimiento es la denominación de ciencias a las “ciencias sociales”. Este tema lo he discutido aquí previamente, y en cualquier caso no repetiré mi opinión. No obstante, si quiero remarcar con esta entrada una de las diferencias entre unas y otras disciplinas que me parece esencial a la hora de otorgar la denominación o no de ciencia: la delimitación del objeto de estudio.

Muy genéricamente podemos dividir el estudio de las ciencias naturales y sociales por su objeto: mientras que las primeras parecen centrarse en aspectos relativos a la naturaleza y al orden natural, las segundas se centran en el comportamiento humano, en sus creaciones (arte, lengua, historia, etc.) y sus motivaciones (psicología, sociología, etc.).

Desde este punto, es fácil vislumbrar como las distintas disciplinas, estudios o ciencias pertenecientes al ámbito de la naturaleza son más fáciles de clasificar que las relativas al ser humano. Por ejemplo, entre la física y la química, aunque haya elementos en común, se puede establecer una diferencia clara. Igual sucede con la biología y la geología. Aunque ambas se refieran al estudio de lo natural, su objeto de estudio es claro y delimitado.

Por otro lado, con los estudios sobre el ser humano, se pretende establecer una metodología (científica, es decir, similar a la empleada para el estudio de la naturaleza) ante un objeto difuso, como es todo lo concerniente al ser humano.

El objeto de estudio de las ciencias sociales no es nada claro. No queda claro qué le corresponde, por ejemplo, a la política y qué al Derecho. Sí, podemos decir (simplificando mucho) que unos aplican las leyes y que otros las aplican. Pero, ¿no tiene la aplicación de las leyes, la intepretación, un componente político también? Igual de entremezcladas se encuentran las disciplinas de la historia con la economía, la política o la sociología. ¿No es acaso la historia el estudio de cada uno de estos a través del tiempo? ¿A quién le corresponde entonces estudiar la economía o la sociedad del siglo pasado?

Y es que al final resulta que todo estudio ligado al ser humano desde un ámbito concreto tiene una cantidad ingente de relaciones con otras disciplinas que también lo estudian. Intentar estudiar y comprender al ser humano desde una disciplina de las ciencias sociales aislada es absurdo, porque en el ser humano, y por tanto en las sociedades y en la historia, confluyen muchas disciplinas, muchas variables.

El estudio del ser humano no puede ser estudiado como lo es la naturaleza. Un politólogo no puede prescindir de la historia, ni un sociólogo de la psicología, ni un jurista de la política. No se puede comprender al ser humano en una única faceta: debe hacerse desde una conglomeración de todas, porque si no, el estudio será siempre incompleto.

Por eso, una de las características que tradicionalmente han tenido las ciencias naturales, que es su clara diferenciación y defensa de su objeto de estudio, no puede hacerse con el estudio del ser humano ni de sus construcciones (la sociedad, el lenguaje, etc.). El estudio de las humanidades ha de ser un todo que involucre la mayor cantidad de disciplinas posibles. Aquel que pretenda estudiarlo desde un punto de vista aislado y autónomo está condenado al sesgo y a la parcialidad.

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03 marzo 2010

Reflexiones Bélicas


Y era curioso observar cómo fraternizaban, amparándose unos a otros en el común peligro, sin recordar que el día anterior se mataban en horrenda lucha, más parecidos a fieras que a hombres
Benito Pérez Galdós

Dejo hoy en el blog una, en mi opinión, muy acertada reflexión de D. Benito Pérez Galdós sobre la guerra, extraída de los Episodios Nacionales, concretamente de Trafalgar. Cuando uno lee libros de hace siglo y medio y ve los mismos problemas y percepciones sobre el mundo se plantea si verdaderamente hemos evolucionado.

En nuestras lanchas iban españoles e ingleses, aunque era mayor el número de los primeros, y era curioso observar cómo fraternizaban, amparándose unos a otros en el común peligro, sin recordar que el día anterior se mataban en horrenda lucha, más parecidos a fieras que a hombres. Yo miraba a los ingleses, remando con tanta decisión como los nuestros; yo observaba en sus semblantes las mismas señales de terror o de esperanza, y, sobre todo, la expresión propia del santo sentimiento de humanidad y caridad, que era el móvil de unos y otros. Con estos pensamientos, decía para mí: «¿Para qué son las guerras, Dios mío? ¿Por qué estos hombres no han de ser amigos en todas las ocasiones de la vida como lo son en las de peligro? Esto que veo, ¿no prueba que todos los hombres son hermanos?».

Pero venía de improviso a cortar estas consideraciones, la idea de nacionalidad, aquel sistema de islas que yo había forjado, y entonces decía: «Pero ya: esto de que las islas han de querer quitarse unas a otras algún pedazo de tierra, lo echa todo a perder, y sin duda en todas ellas debe de haber hombres muy malos, que son los que arman las guerras para su provecho particular, bien porque son ambiciosos y quieren mandar, bien porque son avaros y anhelan ser ricos. Estos hombres malos son los que engañan a los demás, a todos estos infelices que van a pelear; y para que el engaño sea completo, les impulsan a odiar a otras naciones; siembran la discordia, fomentan la envidia, y aquí tienen ustedes el resultado. Yo estoy seguro -añadí-, de que esto no puede durar: apuesto doble contra sencillo a que dentro de poco los hombres de unas y otras islas se han de convencer de que hacen un gran disparate armando tan terribles guerras, y llegará un día en que se abrazarán, conviniendo todos en no formar más que una sola familia».

Benito Pérez Galdós. Trafalgar.

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