30 noviembre 2009

Lo esencial


Lo esencial es invisible a los ojos
Antoine de Saint-Exupéry

Llevo muchas entradas, que a fin de cuentas no son más que un reflejo de mi pensamiento, hablando de cosas “importantes” como son la política, el derecho, las leyes, la separación de poderes, los gobiernos y la administración. Me planteo, no siempre en el blog, qué puede cambiarse para que el mundo gire cada vez con un poco más de armonía, y pareciera como si todo se redujera a un conjunto de leyes y a unas relaciones de poder.

Muchos de los grandes pensamientos y divagaciones tratan acerca del orden político y de las leyes, creyendo que en esos dos conceptos puede encontrarse algo más allá de un dolor de cabeza. Buscando la realidad fuera de ella misma, queriéndola modelar a base de conceptos abstractos e inventados.

Pareciera como si la verdad y la felicidad se encontraran entre las palabras, entre las ideas. Y puede que se hallen justo en la antípoda. ¿Es alguna ley es más verdad, acaso, que un beso, un abrazo o cualquier sentimiento? ¿Dónde se halla entonces la felicidad?

Pregunta compleja, y muy probablemente indisoluble de manera universal. Cada cual construye la suya, me temo. Hay quien pasa una vida entera pasando todo por el filtro de la razón, matematizándolo todo, abstrayéndolo en el pensamiento, buscando una fórmula que sacie sus ansias de no sabe muy bien qué; incapaz de comprender que la felicidad probablemente se encuentre en cualquier paisaje estival, en algún verso olvidado o en la buena compañía.

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27 noviembre 2009

La No Declaración de la Vivienda de Alquiler


¿Qué confianza puede tenerse ni qué protección encontrarse en leyes que dan lugar a trampas y enredos interminables, que arruinan a los pleiteantes, engordan a los curiales y facilitan a los Gobiernos el cargar impuestos y derechos sobre las disensiones y pleitos eternos de sus súbditos?
Barón de Holbach

Después de los datos que se publican hoy en IDEAL acerca de que el 74% de las viviendas en alquiler en la provincia de Granada no están declaradas y no pagan impuestos, ¿tiene pensando alguien dimitir? ¿Es culpa de alguien? Digo yo que si el periódico tiene acceso a esta información, la tendrá también Haciendo, ¿no?

Esto lleva a plantearnos qué es lo que le pedimos a los gobernantes. ¿Les pedimos únicamente que cada cuatro años se acuerden de nosotros para que los legitimemos en el poder? ¿O les pedimos que gestionen como si fueran suyos los recursos de todos?

¿Por qué la morosidad en los bancos, que es del 3% aproximadamente, es algo tan alarmante y la morosidad de otros impuestos, como este, del 74% sea aceptable? ¿Ustedes se imaginan una inmobiliaria que alquilara viviendas y que no le cobrara el alquiler al 74% de los inquilinos? Ciertamente, no. Pero parece que cuando el dinero no es de uno, duele menos perderlo. ¿Y cuántos casos similares a este de economía sumergida existen en nuestra provincia, región y país? ¿Y es que nadie sabe acaso que ocurren?

Cuando después el Estado presenta un déficit del “x” por cierto, y alegan los gobernantes que la “única” solución es subir más los impuestos. ¿Por qué no se plantean las administraciones cobrar los impuestos que ya les corresponden antes de subir otros?

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25 noviembre 2009

Reflexiones acerca del Tribunal Constitucional


Huid del país donde uno solo ejerce todos los poderes: es un país de esclavos.
Simón Bolívar

Llevo poco en el “mundillo” jurídico y puede que esta opinión sea prematura, pero con ese poco que llevo visto, al derecho le encuentro cada vez más puntos en común con la estadística, en el sentido de que todo puede ser interpretado, todo puede ser leído de mil maneras y todo puede ser llevado al terreno que más a uno le convenga.

En estadística, si mi vecino tiene dos coches y yo ninguno, oficialmente ambos tenemos un coche de media. En el derecho sucede algo similar: resulta que eso que en su día fue (y que tanto se cita por parte de los políticos) verdad casi axiomática, infalible, racional y perfecta (la ley); deja totalmente abierta al juez o magistrado la veda de la interpretación. Esto puede chocarle a todo aquel que tenga un concepto de la ley como fuente directa del derecho. Pero la realidad va por otro lado. Al final, la ley no es la ley en sí misma, sino la interpretación que se hace de ella.

La jurisprudencia en España (las interpretaciones definitivas de las leyes, por decirlo de alguna manera) la sientan dos órganos: el Tribunal Supremo y el Tribunal Constitucional. Cuando hablamos del segundo de ellos se nos viene siempre a la cabeza la defensa de los derechos fundamentales: la libertad de expresión, la de reunión, la de circulación, etc. Pero resulta que el Tribunal Constitucional no sólo resuelve sobre temas concernientes a los individuos y a las personas físicas, sino que tiene la gran responsabilidad de dictar sentencias acerca de la configuración del Estado, ya que es la Constitución donde se “constituye” el estado.

El Tribunal Constitucional es, por tanto, un tribunal político, en el sentido de que las sentencias de este órgano trascienden en la política y organización del estado. La próxima sentencia del Estatuto de Cataluña configurará, para bien o para mal, España, al igual que lo han hecho todas y cada una de las anteriores. Esto se debe a que lo que el Tribunal Constitucional interprete se convertirá en la única lectura válida (a nivel jurídico) de la Constitución.

Precisamente porque el Tribunal Constitucional es un órgano de vital importancia para un Estado, chirría el hecho de que sea el Parlamento el que, directa e indirectamente, elija a sus miembros. ¿No se supone que este país se rige por una división de poderes? ¿Cómo es posible que el mayor órgano de un poder (judicial) sea elegido por otro (legislativo)?

Hay ciertos aspectos de la democracia que hay aún que incluir o mejorar en España si pretendemos una verdadera democracia, como por ejemplo la participación ciudadana. Pero ¿cómo vamos a aspirar a tener una democracia avanzada, que supone una evolución del Estado, si los principios básicos, aquellos que ya se consolidaron en aquel Estado Liberal del siglo XVIII (separación de poderes), no los tenemos aún instaurados?

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20 noviembre 2009

Relativismo


Si mi teoría de la relatividad es exacta, los alemanes dirán que soy alemán y los franceses que soy ciudadano del mundo. Pero si no, los franceses dirán que soy alemán, y los alemanes que soy judío.
Albert Einstein

Todo es relativo. O al menos eso es lo que pretende defender el relativismo. Nada se puede verificar ni refutar de manera absoluta. Siempre queda un “pero”. Ni lo bueno es bueno, ni lo malo es malo: todo depende de cómo enfoquemos esa mirada, de cómo describamos las acciones y de con que partes nos quedamos.

Todo puede ser reducido al relativismo. Incluso las matemáticas, absolutas donde las haya. No siempre dos más dos son cuatro. Y eso es cierto. Si trabajamos en un sistema en base tres, por ejemplo, dos más dos será uno.

En las conductas morales el relativismo es bastante frecuente para defender una determinada actitud. “Es que para mí eso no es malo”, argumento el que defiendo algo que choca con la conducta o moral de la mayoría. “Y la moral es algo totalmente personal y subjetiva”.

Igual puede pasar con el arte. Es más, suele pasar cuando a uno le critican una obra: “No, pero es que el arte es algo de cada uno. Y a mí me gusta así”, aunque sea una auténtica porquería.

Yo creo que hasta el relativismo es relativo. No todo puede ser relativizado, o al menos, no hasta el extremo que se quiera. Cuando algo se relativiza en exceso, pierde su esencia. La moral deja de ser moral cuando todo vale. El arte deja de ser arte cuando cualquier manifestación es considerada con valiosa. Todo ha de seguir unos criterios y normas más o menos establecidos. Todo tiene unos límites.

Debe haber algo, unos criterios (en los que hoy no entraremos) que dispongan la libertad del arte. Pero debe haber una serie de características, atributos o factores comunes que describan lo que es el arte. No todo puede ser arte. Igual que dos más dos no puede ser cualquier número. De acuerdo con que no siempre es cuatro, pero no puede ser el número que nos dé la gana. Habrá que fijarlo con las normas de ese sistema o esa base. Y según una u otra base, será uno u otro resultado.

El relativismo debe ser manejado entre unos límites. Veamos por ejemplo que ocurre con la libertad. La libertad marca unos límites, tradicionalmente se dice que acaba la de uno donde empieza la de otro. En el momento que borramos ese límite la libertad se convierte en libertinaje. Todo vale. Todo está permitido. Y eso anula por completo la esencia de la libertad.

El relativismo es necesario, desde luego. No todo es blanco o es negro. Hay puntos intermedios. Hay que nadar por esos mares intermedios, y es ahí donde se encuentra la variedad y la humanización. Si todos pensáramos igual, por ejemplo, no seríamos personas. Seríamos productos de fábrica. Es la variedad lo que enriquece a la humanidad, la diversidad de puntos de vista y lo relativo de ciertas instituciones propiamente humanas, como son la moral o el arte.

Sin embargo, un exceso relativismo conduce a la desintegración, a la extinción, a la destrucción. Todo pierde su identidad. Nada es nada y todo es todo a la vez. El exceso relativismo acaba en una anarquía conceptual donde nadie sabe qué es nada.

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10 noviembre 2009

El Sentido del Ridículo


Cualquiera que se tome demasiado en serio corre el riesgo de parecer ridículo. No ocurre lo mismo con quien siempre es capaz de reírse de sí mismo.
Václav Havel

Uno de los grandes miedos que tiene el ser humano es el miedo al ridículo. Podemos entender como “quedar en ridículo” aquella situación, provocada por algo que hemos dicho o hecho, que queda alejada de lo que el grupo, ante el cual mostramos el “ridículo”, piensa o actúa.

Es el ridículo por tanto una característica social. Nadie hace el ridículo solo. Necesita salirse uno de los cánones de lo corriente, de las mayorías, o de al menos de lo concebido como “normal”, para entrar en el terreno de lo ridículo.

El ridículo también tiene una connotación de fracaso. No se concibe el ridículo sin una previa aspiración a demostrar la valía personal de uno. Sólo si uno consiente ser excéntrico o excepcional considera que no está cayendo en el “ridículo”. Si uno es sorprendido en un acto comprometido, puede sentir en ridículo.

Pero quizás la característica más significativa del ridículo es que no tenga sus consecuencias de manera inmediata. Lo que a una persona puede provocarle vergüenza, o sentido del ridículo, es el posterior recordatorio o reproche respecto de lo que dijo o hizo, no en el momento concreto.

Nos da miedo el ridículo muchas veces porque sentimos que siempre nos recordarán y nos señalarán como diferentes. Nos da miedo precisamente porque tenemos miedo a ser diferentes, porque no queremos destacar, porque nos gusta más observar que ser observados.

Todo esto último, lógicamente, no es aplicable a esas personas que quieren destacar, porque, en ese caso, pese a cometer ridículo y a ser ellos conscientes de ello, lo disfrazan de voluntad o de acto diferencial (en el sentido de que marca la diferencia).

Es probable que el sentirse en ridículo sea un signo de inferioridad. Es uno mismo el que se siente en ridículo, no el grupo quien nos pone. En ocasiones, aunque ciertas personas intenten evidenciar nuestro ridículo, somos nosotros al final los que cedemos y lo reconocemos. En el momento en que otorgamos la razón a este grupo, empezamos a sentir ridículo. Si por el contrario nos mantenemos firmes en nuestra posición, nos reafirmamos. Hayamos hecho lo que hayamos hecho, no podríamos hablar de ridículo, porque aunque nos acusen, somos nosotros los que finalmente decidimos.

Lo que sucede normalmente es que estamos sometidos a “lo normal” y somos pronto conscientes de si algo está o no dentro de ese ámbito. Tenemos un sentido del ridículo que va intrínsecamente ligado a la sociedad y a la cultura. Quizás una de las maneras para evitar el ridículo sea simular que uno estaba convencido de lo que hacía o decía en el momento en cuestión.

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