26 febrero 2023

La noche del 12

La herramienta básica para la manipulación de la realidad es la manipulación de las palabras. Si puedes controlar el significado de las palabras, puedes controlar a la gente que debe usar las palabras.
Philip K. Dick

Lo que traigo por estos lares después de mucho tiempo en escribir por aquí es la crítica a una película homónima a esta entrada. Más que una crítica cinematográfica, es una excusa para resaltar algo que me ha disgustado de la misma (por innecesario, sobre todo) y que veo que cada vez es más un fenómeno extendido en obras culturales: el mensaje propagandístico poco sutil a colación de hechos que se recogen en la película. Y a ello voy.

La película empieza dando un dato sobre las estadísticas de casos resueltos y no resueltos en Francia, dejando intuir que lo que se vería a lo largo de la cinta iba a ser eso, un caso sin resolver y que toda la obra en su conjunto pretendería (o, al menos, eso se puede dejar de entrever al espectador) en una reflexión ya sea sobre las causa de que esto ocurra, o bien sobre la visión de la Policía sobre esa incapacidad de dar solución, o incluso (por dar una tercera temática posible) sobre la visión humana del entorno de la víctima que sienten la importancia que trae consigo la injusticia. Pero me temo que la cinta, en el fondo, iba de otra cosa.

La película es una película sobria, cotidiana. Por la estructura recuerda un poco a Zodiac, de David Fincher. Ya desde el minuto uno se ve cómo el jefe de la investigación no es un policía al uso, y quizás esta pueda ser una buena aportación de la cinta. Es, por usar conceptos modernos, un policía deconstruido. Yohan, el protagonista, no apela a la violencia, no enjuicia (como sí hacen sus compañeros) las actividades o vida de la víctima, practica un deporte inusual (como es la bicicleta en velódromo), etc. Desde luego, el policía sale del estereotipo clásico de película y novela policíaca, y no ya de Philippe Marlowe, sino incluso de las últimas películas españolas incluso.

De la fotografía y de música se puede (y debe) hablar muy bien. Esta última es excelente y la primera nos recorre unas zonas de Francia periféricas (hay Francia más allá de París), lo cual es un punto a favor: retratar el país más allá de la capital y descubrir una parte del país más desconocida y alejada de los circuitos normales franceses.

La parte final de la película es la parte donde poner el pero. Deja la duda de por qué ha triunfado tanto en los César, si por su calidad cinematográfica o por reproducir determinados mensajes e ideologías mediante diálogos que son ajenos a la trama (y que quizás, por eso, choquen más al espectador) y se cuelan de lleno en la película con un mensaje claro dicho de manera explícita en la película: “todos los hombres mataron a Clara”. Al final, por desgracia, da la sensación de que de esto va la película, que todo el hilo argumental, toda la trama, no es más que una excusa para dar este contundente, manido y demagógico mensaje. Lo cual provoca a quien estas líneas escribe una profunda decepción.

No sé si el director (varón) tiene alguna culpa que expiar o se trata de un tema de financiación, si necesita reproducir no sé qué mensajes para que financien las películas, pero la película se trata de cargarle el muerto (nunca mejor dicho) al patriarcado. Y los mensajes, como digo, son explícitos en los diálogos, no es un velo que recubre la película, algo que uno respire y necesite analizar y concretar: no: los protagonistas lo explicitan lo suficiente para que no quede duda del mensaje, por si hay algún despistado que no lo coge, o por si toman al espectador medio directamente por imbécil.

Además, sobrevienen de repente al final de la trama dos papeles femeninos, ya a posteriori de la investigación (que puede que en caso real fueran así, pero la suspicacia ya está servida), que juegan un papel fundamental en el mensaje: la jueza que quiere rescatar el caso tres años después; y la joven incorporación, número 1 de la promoción y que quiere ir a homicidios porque le gusta el análisis y la investigación (y la violencia, admite. En este sentido, tampoco podemos dejar a un lado el alegato de Nanie, la amiga de Clara, que presume que la policía sólo pregunta por su vida privada por morbo y para poder pensar que es la fallecida era una puta por su liberalidad en el plano sexual. Esto último ocurre ante el silencio de nuestro policía deconstruido que no es capaz de contestarle que una relación sexual puede ser el origen de un móvil, como celos, que provoquen un asesinato.

La conclusión del caso sin resolver es, sin embargo, que todos los hombres mataron a Clara. Y, lo grave, es que es un mensaje asumido, aceptado y repetido. Para que se pueda apreciar la barbaridad del asunto, imaginen que elegimos otra variable (variable que encima es completamente arbitraria para el sujeto, que no la elige, que nace con ella) para trazar los colectivos y colocar a cada persona en uno u otro grupo, como la raza (si se van a siglos no muy anteriores y algunas ideologías del parlamento español no tienen ni que imaginarlo), ¿podríamos decir que en el 11-S o 11-M no fueron los terroristas concretos que perpetraron las masacres, sino que fueron los musulmanes quienes los llevaron a cabo? ¿Podríamos acusar a todo el colectivo por un acto concreto de unos determinados individuos? En la sociedad contemporánea parece que sí.

Para terminar, diré que me apena que gran parte del mundo de la cultura esté tan contaminado. Y no porque contenga subyacente unas ideas o un mensaje, sino porque lo explicita demasiado, porque no lo tritura, todo queda burdo. Y es una pena que la película, que técnicamente es buena, los personajes están bien construidos (pese a los estereotipos mencionados), y la música y la fotografía sean bastante buenas, que a un espectador le quede el sabor de boca de que la obra parezca catecúmena de la ideología hegemónica hoy en día. Se queda, así, uno con una sensación agridulce. Y me temo que esto no es un fenómeno aislado. Se puede apreciar la misma forma de actuar en el documental sobre las niñas de Alcácer, donde sobran, absolutamente, los minutos finales del mismo por exactamente el mismo motivo.

Leer más

01 abril 2021

La rebeldía ya no es lo que era

“Lo sagrado: ahí está el enemigo.”
Pintada en Nanterre, en mayo del 68

La rebeldía ya no es lo que era. O al menos, esa es la impresión que tengo. Mis últimas lecturas me han devuelto a unas generaciones anteriores que se comparaban con las contemporáneas y creo distinguir elementos diferentes en las proclamas de la juventud, que suele abanderar las causas de la rebeldía.

La generación de mis padres y las inmediatamente anteriores también fueron rebeldes en su época. No sólo en el contexto español, donde la dictadura hacía de diana para cualquier instinto subversivo, sino incluso en el contexto europeo. Pensemos en el mayo del 68 y el conjunto de revueltas estudiantiles que acontecieron en Europa sobre esos años. Los grafitis en la Sorbona y en otros puntos de la geografía urbana parecían tener una aspiración clara: la libertad, la libertad de poder elegir modos de vidas alternativos al occidental tradicional, la libertad de no seguir unas normas concretas (con especial mención a las sexuales), de poder cada cual dirimir las suyas. Eliminar, en definitiva, ciertas sacralizaciones de la época que ejercen de corsé. Secularizarlo lo máximo posible, esto es, abolir tabúes, derribar dogmas y exiliar los “porque sí” heredados de otras épocas.

El punto de mira, sin embargo, ha cambiado. Hoy los jóvenes no lanzan proclamas en pos de la libertad del individuo ni de su emancipación, hoy los mensajes (su mayoría en redes sociales) de los que se autoconciben como revolucionarios versan sobre cómo ha de comportarse el buen ciudadano. Miles de mensajes didácticos sobre cómo ha de ser la conducta del “buen ciudadano” y cómo cuidar el medio ambiente o cómo tienes que hacer si quieres ser, en definitiva, buena persona. Las redes están inundadas hoy de moralinas que pretenden encorsetar en un concepto concreto de bien y que pretenden postergar y señalar a todo el que no comulgue con los nuevos dogmas.

Hoy los rebeldes señalan a los nuevos herejes que viven sus vidas de otra manera (incluida la sexual). Hoy la rebeldía consiste en seguir una guía de “buen ciudadano” o, mejor dicho, de “ciudadano bueno”. La libertad y la emancipación hoy no forman parte de los objetivos de la rebeldía. Como decía, la rebeldía, hoy, ya no es lo que era.

Leer más

31 diciembre 2020

El Año que Comienza

La única alegría en el mundo es comenzar. Es hermoso vivir porque vivir es comenzar, siempre, a cada instante. Cuando falta esa sensación uno quisiera morir.
Cesare Pavese

Los ciclos tienen una característica que es a su vez ventaja e inconveniente: se repiten. El tedio de volver a empezar, la monotonía de la repetición y el a veces absurdo ritual tienen a su vez (como las monedas) su revés. Hoy, por ser el último, es posiblemente el día del año donde más balances se haga de los acontecido los doce meses anteriores. En año como este, además, cuesta imaginar que enero y febrero fueron parte del conjunto, por lo distantes que quedan y por lo diferente que han sido de los otros diez. Posiblemente, este haya sido el año más anómalo de nuestras vidas, pero, como todos, también se acaba. 

Una vez más se nos presenta ante nosotros la ilusión del año nuevo, otros 365 días sobre los que diseñar proyectos e intentar reconducir lo desviado de nuestras vidas. Nos haremos propósitos con la sensación de que fueran la primera vez los formulamos, aunque haya siempre en esta lista una serie de viejos conocidos, perennes deseos de cambios que, probablemente, estarán en esta misma lista del próximo fin de año.

Lo bueno de los años es que se acaban y nos permite renovar para con nosotros mismos toda una serie de intenciones. Los compromisos, aunque se verbalicen y se publiquen, no dejan de ser para nosotros mismos. Es el día del balance en el que, si somos un poco audaces, podemos sacar grandes momentos, alegrías y acontecimientos y ando casi convencido de que el resultado saldrá francamente positivo. A pesar de todo, el hecho de poder hacer un balance del año ya es en sí mismo una buena noticia.

Aprovecho estas líneas para felicitar el año a todo el que haya llegado hasta aquí (y al que no también) y espero que el próximo año se cumplan los renovados propósitos que nazcan de un día como hoy. La tiranía/superstición/psicología de las cifras así lo establece. Comenzar de vez en cuando es necesario. Los comienzos son una buena oportunidad para, esta vez sí, llevar lo propuesto a cabo.

Leer más

08 diciembre 2020

1917

La vida es una gran sorpresa. No veo por qué la muerte no podría ser una mayor.
Vladimir Nabokov

La película 1917 puede ser una de las mejores películas que he visto del año 2019. No siendo muy seguidor del cine bélico, he de reconocer que esta película te sumerge por completo en la tensión y angustia de dos soldados de las trincheras de aquella Primera Gran Guerra del siglo XX. Toda la cinta mantiene la tensión de si los protagonistas conseguirán o no sus objetivos, mezclada con los horrores de la propia guerra. 

Comienza la película con un fotograma de una pradera preciosa donde uno de los soldados protagonistas duerme placenteramente la siesta. Acto seguido, y durante prácticamente toda la película, la cámara gira 180 grados y comienza la oscuridad del campo de batalla y de las trincheras: una metáfora perfecta de la capacidad destructora y de oscuridad de la guerra.

La reflexión sobre la que va a girar este texto es acerca de una escena concreta de la película. Advierto al lector que a partir de aquí se destriparán contenidos del argumento. La escena en cuestión es la muerte del soldado Blake. La reflexión gira en torno a dos aspectos: por un lado, como en la guerra un acto de humanidad con el enemigo puede costar la propia vida. El miedo al enemigo o lo que éste puede hacer contigo, o el propio odio visceral contra el igual que está en frente puede ser superior a los gestos de humanidad que éste presente. Si bien es cierto que, además, el hablar diferentes lenguas cada bando hace mucho más difícil la comunicación humana, el contexto bélico hace incrementar la confianza en el que está en frente y despertar (como fue el caso del piloto alemán) el instinto de supervivencia a toda costa que, paradójicamente, le llevó a la muerte (y a la del soldado inglés que intentó salvarle la vida).

La segunda reflexión en torno a esta escena trata acerca de un aspecto que no sólo se encuentra en el ambiente bélico, sino que puede acontecer en la vida diaria de cualquiera. Esto es, lo repentino de la muerte.

En la película, basta un giro de la cámara hacia un abrevadero de animales para que en ese intervalo de 10 segundos la suerte de uno de los protagonistas cambie por completo. La muerte le llega de repente, con una puñalada en el vientre. Y el mismo protagonista es consciente de lo que esa puñalada supone. Es ese lamento de los minutos posteriores de creer poder haber evitado el desenlace no ayudando al enemigo, por ejemplo, el que incrementa la angustia del soldado. La conciencia de que todo lo anterior (el paso por la trinchera alemana) ha sido en vano desespera aún más al moribundo. 

La conclusión que obtuve de esta escena de la película es que un mínimo acto puede ser fatal, que los acontecimientos pueden torcerse en menos de ir a una fuente a por agua y que son pequeños instantes los que pueden condicionar el curso de la historia de cada uno.

Leer más

28 octubre 2020

El Dilema de las Redes Sociales

No hay educación si no hay verdad que transmitir, si todo es más o menos verdad, si cada cual tiene su verdad igualmente respetable y no se puede decidir racionalmente entre tanta diversidad.
Fernando Savater 

El otro día vi el documental que se titula como esta entrada. En él se hace un análisis de cómo las redes sociales influyen en la sociedad como conjunto y en cada uno de nosotros como individuos. Desde el punto de vista social, trata desde cómo las elecciones pueden inclinarse hacia uno u otro lado (generalmente polarizado); y desde el punto de vista individuo incide en la lobotomía que producen en sus consumidores. El documental, sin ser una obra maestra y dar ciertos saltos argumentales un poco, a mi entender, inconexos, resulta interesante y da pie a muchas posibles reflexiones no ya sólo en cuanto a las redes sociales sino en cuanto a la sociedad posmoderna en la que vivimos y en las tendencias de la misma. 

Me llamó la atención particularmente un tema que he tratado también en este blog en alguna ocasión y es el tema de la búsqueda de la verdad. Casi al final del documental se trata la verdad como uno de los valores o pilares que claramente se están perdiendo en pro de una “posvedad”, por citar el concepto tan utilizado por Marina (no sé si es suyo original o simplemente se hace eco), que vendría a ser una construcción de la realidad, sociedad e individuos basados en opiniones más que en hechos verificables. 

El tema de la verdad es uno de los temas por excelencia de la Filosofía (junto con lo Bueno y lo Bello). Ya los filósofos griegos teorizaron sobre esto y crearon los conceptos de doxa y episteme para distinguir los conceptos. El hecho de confundir el uno y el otro es tremendamente peligroso. Supone confundir lo cognoscible por la razón, lo objetivo, lo refutable por otros; con lo percibido y lo subjetivo. Se trata de confundir una realidad objetiva con una percepción personal (y quien nos dice que no interesada). 

En el documental se muestra cómo puede esto influir en una sociedad: como las creencias o la mera propaganda puede ser confundido con la verdad y ponerla en el mismo nivel de valor, darle el mismo potencial argumentativo. Esto, a su vez, implica que los individuos configuren su mundo sobre unas creencias que no se respalda con la realidad, lo que acaba llevando en último término a la falta de libertad al no poder los propios individuos poder discriminar entre qué es cierto y que no. Es una parte fundamental de la libertad el tener las herramientas para conocer qué es cierto, ya que de ahí se deriva el comportamiento de los mismos. Comportamientos tan críticos como puede ser el voto en unas elecciones. 

Todo lo que se ve en redes sociales / Internet pasa por verdadero, como ocurría antaño con la televisión, sólo que ahora cualquiera puede subir contenido a Internet y maquillarlo con apariencia de verdad. Además, cada vez más, las instituciones que habrían de velar por la verdad se están contaminando por esta posverdad, están siendo absorbidos por intereses políticos o comerciales. A la vez que escribo esto no puedo dejar de pensar en la Universidad y en algunos de sus catedráticos y miembros docentes (sobre todo en algunas disciplinas) donde su servicio a un interés concreto ha dejado de lado su supuesta defensa del conocimiento, el rigor, la ciencia y la verdad. 

¿Quién defiende la verdad ahora en la posmodernidad?

Leer más

30 septiembre 2020

De por qué el aprobado general perjudica a las clases más bajas

Donde hay educación no hay distinción de clases.

Confucio

Parece que la última idea del Gobierno en materia de educación es permitir que los alumnos de la ESO y el Bachillerato puedan obtener los respectivos títulos con asignaturas suspensas. Quiero entender que la razón de esta aberración es la idea, siempre presente en el mantra socialista, de “no dejar a nadie atrás” y se fundamentará en un principio fingido de “no discriminación” y “favorecer a las clases más bajas”, cuando lo que realmente van a conseguir es justo lo contrario: abrir una brecha cada vez mayor entre las clases con poder adquisitivo y sin él. 

Parece que hay cierto consenso en que el mejor ascensor social es el de la educación. Por eso se ve como un triunfo de la igualdad de oportunidades y de la democratización de las élites el hecho de que todo ciudadano reciba obligatoriamente una instrucción gratuita, de tal manera que su condición familiar no lo perjudique o discrimine en sus posibilidades de ascender en la escala social. 

Los títulos académicos se basan en una confianza: la confianza de que el poseedor del título tiene una serie de competencias o capacidades. Y es por eso por lo que cuando uno obtiene, por ejemplo, el carné de conducir no necesita, cuando la Guardia Civil lo para, demostrar fehacientemente sus habilidades conductoras y su conocimiento del código de circulación, sino que con la presentación del documento en cuestión se le presume habilitado para tal efecto. Lo mismo cabe esperar de un médico: a alguien con una licenciatura en medicina se le presupone una serie de conocimientos sobre la salud humana suficientes para que asuma las tareas de sanación de los ciudadanos. 

El problema está cuando el significante confunde el significado. Es decir, la habilidad para conducir no la otorga el carné, sino que el carné se otorga porque se reúnen las aptitudes y conocimientos necesarios para poder conducir. Igual ocurre con la licenciatura en Medicina: no es el título el que otorga conocimientos, sino el que ayuda a identificar a quienes los poseen. 

Esto que parece algo lógico y sencillo, no lo parece tanto para el Gobierno. No se trata de crear bachilleres: se trata de crear individuos con los conocimientos que se le presupone a un bachiller. Al permitir que el bachillerato pueda aprobarse de manera casi automática o sin el rigor suficiente, simplemente estamos engañando a quienes de damos un título, que por cierto está devaluado. Tener un título de bachiller ya no significará una serie de conocimientos, significará haber estado dos años de tu vida en un centro académico. Salvo que, lo hayas obtenido en no se qué centros (que casualmente serán privados y de pago) que crearán una serie de controles y rigores que serán suficientes para que las empresas y otros agentes económicos sepan discriminar quien SÍ reúne los conocimientos que se esperan de él. 

Esto que cuento no es ciencia ficción. De hecho, ya pasa con los idiomas. En España se da la siguiente paradoja, que ya he denunciado alguna vez en este blog. Un alumno se pasa en su vida académica al menos 8 años estudiando inglés. 8 años, insisto, como mínimo. Una media de 3 horas a la semana. Calculen ustedes solos la cantidad de horas que eso son. Pues bien, luego ese alumno llega a la Universidad y para obtener su grado, oh sorpresa, necesita un certificado de nivel de B1. Efectivamente. La propia Universidad desconfía de que, en esos 10 años de estudios obligatorias de inglés, el alumno haya adquirido los conocimientos de B1. Creo que esto se comenta solo. 

Sin embargo, si un alumno acude con un certificado de una organización cuyo derecho a examen ronda los 200€, entonces la Universidad sí da por bueno el título que sí acredita que el alumno tiene el B1 (o el que tenga). ¿No es maravilloso? 

Y ahora viene el quid de la cuestión. ¿A quién perjudica que la única forma de demostrarse competitivo en un mercado laboral sea a través de la obtención de un título de Máster (eso ahora, ya mismo descenderemos a los grados, y luego al bachillerato) cuyo precio sean miles de euros? ¿Beneficia, entonces, el aprobado general a las clases más desfavorecidas en el llamado ascensor social? En mi opinión, francamente, no. ¿Beneficia al conjunto de la sociedad un conjunto de ciudadanos y profesionales menos capacitados cada vez? En mi opinión, tampoco. Entonces… ¿a quién beneficia? A ustedes les dejo la respuesta.

Leer más

02 enero 2020

El Poder y la Risa

La sátira es el arma más eficaz contra el poder: el poder no soporta el humor, ni siquiera La sátira es el arma más eficaz contra el poder: el poder no soporta el humor, ni siquiera los gobernantes que se llaman democráticos, porque la risa libera al hombre de sus miedos. 

Dario Fo

Es prácticamente una tradición en mi casa visionar el especial de nochevieja de José Mota. Este año siguiendo la costumbre anual lo volvimos a hacer aunque para nuestra decepción fue el cómico quien no siguió la línea que traía consigo desde años atrás. Tal y como yo lo veo, el cómico manchego ha seguido siempre una línea crítica con el poder (de cualquier que haya sido su signo) haciendo especial hincapié en los políticos que andaban en el candelero. Una crítica respetuosa y no por ello exenta de ser inteligente y mordaz. Este año, casualmente, no ha sido así.

La completa ausencia de críticas al poder me llamó la atención, máxime cuando este año ha sido un año tan prolífico en cuanto a materia prima del humor político se refiere: el uso del Falcon, el caso de los ERE, la posible autonomía leonesa, el juicio del “procés”, los altercados en Barcelona tras la sentencia, la dimisión de Ribera, el auge de Vox, el caso de la Arandina, las legislaciones de género, etc. Sin embargo, toda la crítica política ha residido en Trump y Johnson, dos pinceladas breves a los políticos en general y eso sí, la parodia de un Golpe de Estado. Casualidades todo, imagino.

Desde que vi el programa se me ha venido a la cabeza varias veces la novela de Umberto Eco “El nombre de la rosa”. Sin ánimo de destripar la novela a nadie, uno de los pasajes finales y que justifica todo el argumento de la novela es una discusión sobre la risa y cómo, en el fondo, la risa relaja el control de la autoridad (para un análisis riguroso y profundo sobre esta parte de la novela de Eco os recomiendo este enlace; este texto no es más que un mero apunte). La risa (y el humor), en este caso la ausencia de ella, es una forma de control mediante el miedo y, por tanto, de ejercer el poder. No criticar al poder nos hace, en cierto sentido, menos libres. Así se expresa en la novela de Umberto Eco:

"La risa libera al aldeano del miedo al diablo, porque en la fiesta de los tontos también el diablo parece pobre y tonto, y, por tanto, controlable. Pero este libro podría enseñar que liberarse del miedo al diablo es un acto de sabiduría. Cuando ríe, mientras el vino gorgotea en su garganta, el aldeano se siente amo, porque ha invertido las relaciones de dominación: pero este libro podría enseñar a los doctos los artificios ingeniosos, y a partir de entonces ilustres, con los que legitimar esa inversión. Entonces se transformaría en operación del intelecto aquello que en el gesto impensado del aldeano aún, y afortunadamente, es operación del vientre. […] La risa distrae, por algunos instantes, al aldeano del miedo. Pero la ley se impone a través del miedo, cuyo verdadero nombre es temor de Dios. Y de este libro podría saltar la chispa luciferina que encendería un nuevo incendio en todo el mundo; y la risa sería el nuevo arte, ignorado incluso por Prometeo, capaz de aniquilar el miedo"

Cuando leo esto, veo el programa de José Mota y recuerdo los 70.000€ a los que fue condenado un señor por un poema satírico hacia Irene Montero me pregunto si el fiasco del programa del pasado día 31 es la natural consecuencia del declive de toda persona o si poco a poco pretenden recortarnos el humor y la risa.

Leer más

02 junio 2019

La “Alta Velocidad” en Granada o Cómo Tomarnos el Pelo por Enésima Vez

El político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones.
Winston Churchill

Recientemente se ha publicado la noticia de los horarios de los trenes AVE (siglas de Alta Velocidad Española) que unirá la ciudad de Granada con la capital de España. Habrá, según se publicó, servicio de tres trenes diarios: uno por la mañana (3 horas y 19 minutos de duración), otro al mediodía (3 horas y 5 minutos) y un último por la tarde (3 horas y 24 minutos). La distancia que une las estaciones de Puerta de Atocha y de Adif de Granada, según Google, es de 417 kilómetros (por carretera). El buscador de Internet estima que el trayecto dure 3 horas y 48 minutos en coche.

Cuando uno ve estos números se pregunta cuál es la ventaja que supone la llegada de la “Alta Velocidad” a Granada. Se puede argumentar que el tren tradicional (sin el que hemos estados más de tres años, por cierto) tarda unas 5 horas y media y que la llegada de este tren supone un ahorro significativo en tiempo. Y es así, pero estos tiempos de casi tres horas y media son tiempos de trenes convencionales, no de Alta Velocidad. Celebremos, entonces, que tenemos un tren normal y corriente a Granada, no que llega la Alta Velocidad a Granada. Celebremos, pues, que Granada ha entrado en el siglo XX (no sé cuántos años tarde).

Para sostener lo que digo sobre la no alta velocidad granadina, veamos qué ocurre en otras ciudades españolas que sí gozan de alta velocidad:


  • Málaga: 533 km. Tiempos entre 2 horas y 25 minutos y 3 horas y 5 minutos.
  • Sevilla: 511 km. Tiempos entre 2 horas y 21 minutos y 2 horas y 45 minutos.
  • Valencia: 353 km. Tiempos entre 1 hora y 40 minutos y 1 hora y 53 minutos.
  • Barcelona: 615 km. Tiempos entre 2 horas y 30 minutos y 3 horas y 10 minutos. 

¿Se imaginan ustedes que a Sevilla el AVE, además de llegar 27 años después, tardara entre 3 horas y media y 4 horas el trayecto (que es lo que tardaría el tren a la velocidad media que resulta del tren de Granada:411 kilómetros entre 3 horas y 20 minutos)? ¿Se imaginan a los gobernantes de Sevilla celebrando y vendiendo a bombo y platillo el éxito de la llegada del AVE a la capital andaluza? Pues eso está pasando en Granada.

Si uno, además de leer la prensa local, escucha las declaraciones de los políticos, ve que sus discusiones y reproches van sobre si las migajas que nos dejan son más o menos grandes; sobre si al trazado hasta Antequera vamos a poner doble vía o no, entre otros (¿alguien se imagina el debate de la doble vía en Sevilla? ¿Alguien se imagina que no hubiera doble vía en Sevilla?).

Ahora, además, nos esperan días en los que los políticos irán a inaugurar el primer trayecto de este Madrid-Granada. Declararán, con toda probabilidad, que Granada está más conectada al mundo, que esto es un gran éxito de la Administración que en ese momento esté el partido que hace las declaraciones y un largo etcétera de palabras autocomplacientes.

Pero, ¿de verdad debemos estar los granadinos con la gestión de la alta velocidad en la ciudad? ¿De verdad podemos llamar alta velocidad a un trayecto a 126 kilómetros a la hora? ¿Acaso alguna administración ha velado porque esto no sea el fraude que es? ¿Nos ha considerado acaso la Junta de Andalucía como andaluces para defender unas infraestructuras dignas, que conecten lo que tenían que conectar, que es Jaén, Granada y Almería/Motril? ¿Se imaginan (y perdonen que insista) que el AVE a Sevilla tuviera que pasar por Antequera? ¿Por qué tenemos que seguir soportando nosotros agravios continuos? ¿Por qué tenemos que seguir soportando que Sevilla nos quiera únicamente como una provincia en la que recaudar del monumento más visitado de España y de la estación de esquí más al sur de Europa? ¿Alguien me puede explicar la ventaja que ha supuesto a Granada y su región histórica la pertenencia a este invento sevillano llamado Andalucía?

Este de la “alta velocidad” es sólo el último de los agravios, pero quizás el más flagrante porque la evidencia de los números es demoledora. ¿Alguien ha escuchado a algún político granadino rebelarse contra esta falsa alta velocidad? ¿Alguien desde Granada se ha plantado en San Telmo o en Moncloa a exigir que la ciudad o la provincia tengan una alta velocidad de verdad y no una meramente nominal? ¿Alguien se ha enfrentado a las cúpulas sevillanas o madrileñas desde Granada y le ha dicho a quien correspondiera que esto es una tomadura de pelo? ¿O, por el contrario, veremos celebraciones y palmaditas en la espalda de un proyecto que es un auténtico fracaso? ¿Habría pasado esto mismo si el interlocutor con el Ministerio de Fomento no hubiera sido alguien desde Sevilla sino alguien desde nuestra tierra?

Para terminar reutilizaré una frase que tomo prestada de un buen amigo y que digo con frecuencia, pero que no por ello deja de perder vigencia: el problema del tonto no es que sea tonto, sino que está contento. Y en Granada estamos muy contentos. Y la prueba de ello son el resultado de las últimas elecciones municipales, donde seguimos queriendo en nuestra alcaldía sumisos a las direcciones sevillanas y/o madrileñas. Recuerden que el trayecto Madrid-Granada, con los trazados y velocidades de las ciudades que arriba describía tardaría entre dos horas y dos horas y media, tiempo significativamente inferior y sí digno de ser llamado Alta Velocidad.

Leer más

07 marzo 2019

Elementos Religiosos en el Feminismo (I): El Pecado Original

La mayor parte de aquellos que no quieren ser oprimidos, quieren ser opresores.
Napoleón

El último (probablemente ya sea penúltimo cuando escribo estas líneas) hito para defender los supuestos valores de igualdad entre hombres y mujeres ha sido la propuesta de excluir del recreo a los adolescentes varones en un instituto de Andalucía. El motivo o intención, según alegan los promotores, es que los niños "comprendan lo que ha sentido la mujer durante mucho tiempo" (sic).


¿Cuál es el fundamento de estas medidas? ¿La toma de conciencia? Puestos a llevar esta forma de pensar al extremo: ¿Deberían los alemanes sufrir cámaras de gas por parte de los judíos? ¿Deberían los comunistas pasar unas vacaciones en Siberia en algún simulacro de Gulag? Cabe preguntarse entonces: ¿Tiene sentido replicar una injusticia en el tiempo presente para denunciar las que acontecieron en el pasado?


El fundamento, mucho me temo, está bastante alejado de la sana intención con la que nace, y no me refiero tanto a los individuos como a la organización. Aunque sus militantes no sean conscientes, estos movimientos redentores contemporáneos tienen mucho en común con sus homólogos históricos. En concreto, no son pocos los elementos que comparten con el cristianismo. Uno de ellos es el pecado original.

Según la teología católica, todos los seres humanos nacemos con el pecado original, que no es otra cosa que el heredar los pecados de nuestros antepasados en la historia. Es decir, portar la culpa no de nuestros actos sino de aquellos quienes nos han precedido. Contra estos pecados no cabe escapatoria, sólo la aceptación de la culpa congénita y la redención de este pecado mediante un rito (el bautismo), lo que provocará en el individuo su necesidad aceptar los dogmas inherentes al culto en cuestión, o sea, los del cristianismo.

Este mismo pecado original es el que replica el feminismo en la escuela que mencionaba al principio de esta entrada. Un varón nace con la culpa de pertenecer a una estirpe que se ha construido con base en el heteropatriarcado (otro día volveremos a este también elemento teológico). No es esta culpa una idea original dentro del feminismo. Recordemos como en aquel Congreso de Género se invitaba a los asistentes varones a ocupar las filas traseras del auditorio como "símbolo" para huir de su "privilegio" como varones. Curiosamente en este caso el varón que había en la mesa presidencial no cedió el sitio a nadie ni se desplazó. El sacerdocio (al igual que el católico) sigue manteniendo su puesto en el púlpito y sus reglas se rigen por otro código (también podría ser un elemento de análisis en una entrada, como elemento religioso dentro del movimiento general).

Volviendo a la culpa, ¿qué es lo que se esconde detrás de ella en el seno de un movimiento? Pues no es otra cosa que establecer un mecanismo de control y de poder. Insisto en que esta idea no es genuina del feminismo: ya el catolicismo parte de esa culpa y necesita de sus sacerdotes (mediante el sacramento de la confesión/penitencia) para expiarla. Es, además, el sacerdote quien discrecionalmente establece la penitencia y el penitente necesitará su aprobación y validación (aunque sobre esto podría ir más ligado a lo que se llama dentro del feminismo “micromachismos” y que en las religiones tradicionales es “pecado”).

Hoy los varones necesitamos (parece ser) esa penitencia también. Y esto lo establece el sacerdocio del feminismo que se ha erigido ahí no sé muy bien por qué. Sólo me sale argumentar "por obra y gracia de Dios", lo cual las asimila aún más a la ordenación sacerdotal católica. ¿Con qué legitimidad se arroga la autoridad de determinar qué es machista (pecaminoso) o no? ¿Por qué son defensoras de una buena causa? ¿Hay algo, acaso, mejor y más grande que Dios o el amor entre sus hijos, o sea, los seres humanos?

Por fortuna, no he tenido que cumplir ninguna de estas nuevas penitencias feministas y me temo que me negaría en rotundo a llevarla. No entendería que alguien que ha nacido, crecido y vivido en un entorno de completa igualdad tengo que redimirse de los pecados de otros. Y por eso miro con recelo estos nuevos movimientos cada vez más autoritarios. No vale simplemente una causa justa: sus medios han de serlos también. ¿Puede alguien negar la bondad del mensaje del Evangelio? ¿Y puede alguien negar los crímenes que se han cometido en nombre de esta misma buena causa? La Historia está ahí plagada de ejemplos para que aprendamos de ella. No me gustaría ver como otra buena causa se acaba pervirtiendo y convirtiendo en aquello contra lo que precisamente luchaba.

Leer más

04 febrero 2019

Discursos y Desafección

Las palabras son enanos, los ejemplos son gigantes.
Proverbio suizo

Es parte de las épocas utilizar vocabularios y lenguajes propios. El síntoma de cambio de era es cómo se denominan de manera diferente las mismas cosas. Los eufemismos, a la larga, acaban convirtiéndose en normalidad hasta que éstos comienzan a tener su propia connotación y será preciso (si se quiere cambiar ésta) volver a buscar un nuevo eufemismo. Son, además, estas connotaciones asociadas a las palabras las que de una manera u otra nos hacen cambiar la forma de ver y entender el mundo.


Dentro de las épocas los gremios también reajustan sus vocabularios. Lo que antes era recursos humanos ahora son departamentos de personas. Intentamos jugar con esa connotación que va a asociada a las palabras con la creencia (con cierto fundamento) de que cambiar las palabras cambia lo que hay debajo. Desde luego, y eso creo que es innegable, detrás de estos cambios se esconde una declaración de intenciones. Pero como bien dice el refranero, el infierno está lleno de buenas intenciones.

En el mundo de la empresa, en concreto, en el mundo de los departamentos de recursos humanos dentro de las empresas, hay una tendencia reciente a referir determinadas palabras: talento, valor, etc. Todo el mundo que esté de una manera u otra vinculada al mundo empresarial (y no sólo en este ámbito) estará familiarizado con ellas. Son palabras generalmente vacías que han conseguido llenarse de connotación. ¿Qué es el talento? ¿Qué es el valor? Probablemente nadie sepa dar una definición precisa de a qué se refieren cuando hablan de "generar valor" o "retener talento" simplemente porque no está claro qué es "valor" ni qué es "talento". Esto, por otro lado, es muy sintomático también de los tiempos posmodernos que vivimos, de la modernidad líquida de Bauman, donde las palabras se escurren y deforman según conveniencia.

Lo que creo que a muchos se les escapa es el efecto que puede provocar en sus auditorios los sacerdotes de estas palabras cuando sus acciones no corresponden con el discurso que pronuncian. Es un poco lo que le ha pasado a grandes movimientos redentores a lo largo de la historia, como puede ser el cristianismo o el comunismo. Al oyente medio le provocan rechazo ciertos discursos que contrastan tanto con las acciones que se emplean. No deja de ser cínico que PP y PSOE se presenten como adalides contra la corrupción, por ejemplo. Pues algo así ocurre, pero a menor escala. Y entre estos oyentes habrá, como ocurre entre la militancia de los dos partidos tradicionales españoles, quien siga votando, comulgando e incluso militando en estos; como quien sienta una distancia tal de estos movimientos que le susciten incluso rechazo.

Cuando alguien emprende un discurso transformador corre el riesgo de que, si no lo acompaña de acciones que lo respalden, el desafecto que provoque pueda ser mucho mayor que la simple inacción.

Leer más

07 enero 2019

La Belleza del Páramo

Vistas las cosas en la cámara oscura del recuerdo, toman un relieve singular.
Théophile Gautier

Uno se pasa toda la vida transitando los mismos lugares. Anda las mismas calles, come en los mismos restaurantes, se sientas en las mismas plazas. Son sitios normales, corrientes, sin ningún tipo de relevancia especial. No son especiales por tratarse de monumentos o por restaurantes con estrellas Michelín. Son sitios a los que tiene acceso cualquier persona de a pie, pero han sido parte del paisaje de cada uno durante años. En esos momentos, uno no es consciente de lo hondo que calan ciertos detalles del urbanismo y el entorno.


Al tiempo, uno ha de irse y alejarse de esas calles y rincones y pasa tiempo sin recorrerlos. Comienza a pasear debajo de otros balcones y frecuentar otros comercios. Los tenderos tienen ya otros nombres y otras hablas. Empieza uno a acostumbrarse a los sitios nuevos y los comienza a hacer suyos, hijos naturales de la rutina, dejando a los primeros como espejismos de la memoria.

Esta Navidad volví a caminar por un páramo que hacía años que no recorría. Una inmensa llanura seca con el blanco de Sierra Nevada de fondo. Una estampa que había visto decenas de veces. Sin embargo, no fue hasta ese día que no me había dado cuenta de todo lo que encerraba ese páramo ni tampoco había sido consciente de lo que representaban los días que pasábamos en el pueblo que allí se levantaba.

Cuando pasados los años uno vuelve a caminar por todos esos sitios de antaño, algo se despierta en la memoria y uno se traslada a aquellos años ya lejanos en el tiempo. Es fascinante la capacidad que tiene la memoria para despertar sensaciones dormidas con tan sólo contemplar una calle. Como uno por un momento se transforma en la persona que era y tiene aquellas mismas sensaciones, angustias, preocupaciones y alegrías. Se puede incluso sentir los anhelos de aquellos tiempos y se hace inevitable sonreír al ver lo diferente que se es. La distancia temporal frente a los lugares que han sido parte de épocas pretéritas envuelve los recuerdos con una especie de aura, creando una fijación especial en la memoria.

Eso me pasó en aquel páramo granadino, cuando vi que ese sitio había ganado para su belleza el haber sido inmortalizado entre mis recuerdos.

Leer más

03 octubre 2018

La Caja de los Fantasmas

En apariencia, fácil es hacer desaparecer al vivo. La cuestión es hacer desaparecer al muerto. Un cadáver se entierra, un fantasma, no. ¡Matar! Y ¿Después? ¿Para qué cerrar la puerta al vivo durante el día, si ha de venir el muerto cada noche a sentarse en el borde de la cama?
Rafael Barrett 

Imagino que todo el mundo conoce el mito de Pandora. Ella al desposarse traía consigo una caja. Al igual que ella, todos tenemos una caja que viene con nosotros allá donde vamos. Una caja que bien sabemos que no debemos abrir. 


Ya le pasó a Pandora, aunque no fuera exactamente el mismo contenido. En el interior de la caja que ella abrió habitaban todos los males de la Humanidad mientras que en la particular que cada uno guarda en el fondo de su armario (o debajo de su cama) habitan sólo partes de la propia vida. Tampoco son iguales los fines: a Pandora la movía una curiosidad infinita por conocer lo que con cuanto celo se guardaba y tal vez fue la advertencia/prohibición de no abrirla la que de manera inconsciente despertó el deseo de saber de la protagonista del mito. Ya se sabe: la prohibición alimenta el deseo.
Por el contrario, nosotros sabemos de sobra cuál es el contenido de nuestra caja. Es posible hasta que hagamos inventario mental con excesiva frecuencia. Lo que a cada uno de nosotros nos arrastra a levantar esa tapa no es la curiosidad sino la soberbia: la errónea creencia de que todo lo que salga de nuestra particular caja de los fantasmas está domesticado y podremos imponerles nuestra voluntad, como si de una mascota se tratara.

Pero poco hay más salvaje que un fantasma. Los fantasmas siempre se desbocan. Nunca obedecen. Nada más salir de su jaula nos desordenan el mundo y es hercúlea la tarea de volver a encerrarlos. Algunos son incluso violentos y pueden durante la lucha, además, provocarnos magulladuras que pueden tardar hasta meses en sanar.

Seguramente nada de esto sea nuevo para nadie: es probable que todo el mundo conozca los riesgos de abrir su particular caja de los fantasmas. Es igual de probable que la inmensa mayoría no considere buena idea acercarse si quiera a ellas. Y, sin embargo, se abren.

Leer más

02 septiembre 2018

El Síndrome de Forrest Gump

“Mamá siempre decía que tienes que dejar atrás el pasado antes de seguir adelante”
Forrest Gump

Imagino que todos o casi todos habréis visto la película de Forrest Gump. Si hacéis memoria, me gustaría que recordarais la escena de esta misma película en la que el protagonista encarnado por Tom Hanks comienza a correr tras un desencuentro con Jenny. Es de esta manera que Forrest comienza a correr sin rumbo ni sentido alguno. Simplemente corre. Corre por correr. Corre porque, quizás, no encuentre otra cosa mejor que hacer. Parece que es la propia actividad de correr lo único a lo que le encuentra sentido o, precisamente, porque no tiene que darle ninguno.

Tras ese arranque, Forrest llega con esta filosofía hasta el mar de una de las costas de Estados Unidos. Y emprende entonces el camino hacia la otra. Y cuando encuentra ésta, vuelve de nuevo sobre sus pasos. Se tira así varios años y hasta consigue formar un grupo de seguidores detrás de él que lo siguen de manera ciega en su carrera infinita. Todo sigue así hasta que un día, de manera súbita, decide parar de correr. La gente incluso le inquiere acerca de sus motivos, pero él no da ninguno. Se vuelve a casa, dice. Y así lo hace.

Esto que le ocurrió al bueno de Forrest es una buena metáfora de lo que puede pasarnos alguna vez en la vida. De repente un día sufrimos un contratiempo. O simplemente reparamos en algún aspecto de nuestra vida que no habíamos reparado. Empezamos, por ejemplo, a ver la finitud de la juventud o vislumbramos un futuro cercano que difiera a la vida que llevamos ahora. Tal vez, por qué no, el desencadenante haya podido ser que un elemento de estabilidad en nuestras vidas se trunca, desaparece.

Cuando esto ocurre, la primera reacción en la mayoría de nosotros está invadida por un impulso vital más que de uno reflexivo nacido probablemente por la ansiedad o el desconcierto. Y, como hizo Forrest, empezamos a correr. ¿A dónde? ¿Para qué? Es lo de menos. Huimos. Huimos hacia delante. Sin ritmo. Corremos por correr. Y mientras vamos en esta carrera sin destino sentimos, al menos, que avanzamos. De una u otra manera hemos conseguido crear el espejismo de que seguimos adelante, que el obstáculo ha sido superado o que tomamos distancia de aquello que nos genera ansiedad.

Y así como le ocurrió al personaje de la película referida, podemos estar años en ese torbellino, en esa actividad frenética sin más sentido que la propia actividad. Y es en esa actividad donde buscamos el sentido de dicha actividad. Estamos avanzando porque estamos haciendo cosas, pensamos. Progresamos porque no paramos, porque no respiramos, porque se pueden cuantificar las actividades. Caemos en la ilusión de que movimiento significa progreso.

Todo es así hasta que un día nos sacude de repente una pregunta, ¿por qué estamos corriendo? De repente hemos olvidado el motivo que nos indujo a correr, probablemente porque hayamos digerido tal motivo y haya mermado aquello que nos impulsó. Dejamos de sentir el impulso frenético del movimiento. Hemos, siguiendo los consejos de la madre de Forrest, dejado el pasado atrás y es entonces cuando podemos seguir hacia delante. Es en ese momento cuando, como Gump en su película, decidimos parar y volver a casa.

Trozo de la película: https://www.youtube.com/watch?v=BsJuouD-qNE

Leer más

06 agosto 2018

La Inquietud Vital

Una gran filosofía no es la que instala la verdad definitiva, es la que produce una inquietud.
Charles Péguy

Puede que una de las características más visibles de la posmodernidad es la de mantener a los individuos en una actitud continua de “estar vivo”. Este estar vivo, que va mucho más allá de la mera supervivencia biológica, tampoco tiene una definición clara ni hay un consenso en torno a ello. Podría identificarse con la plenitud vital, aunque no del todo, porque la plenitud tranquila no parece estar del todo ligada a este “estar vivo”, que insinúa de alguna manera la experiencia activa.

¿Cómo podría describirse es estar vivo? Tal vez esta pregunta requiera cientos de páginas en un ensayo que explore más de una dimensión. Mi intención en estas líneas es simplemente llamar la atención sobre una de ellas: la de la inquietud.

En mi opinión la inquietud interior señala que una persona está viva. Esta inquietud puede revelarse de muy distintas maneras: desde la curiosidad científica a la necesidad de la exploración sensorial. Lo que sí parece que tienen de común denominador es la no conformidad con la realidad actual, con la situación presente. La inquietud arrastra al individuo al movimiento, a la acción, ya sea, como apuntaba arriba, desde una búsqueda intelectual a una experiencia.

El movimiento va intrínseco a la vida. Lo inerte está muerto y hay quien pese a respirar sufre interiormente una "estaticidad" tal que lo asemeja al mundo inanimado. Tal vez por eso la vida se asocie más a la juventud: por esa ingente de proyectos y energía que desprende, por la búsqueda continua de algo nuevo, de algo diferente. Es la inquietud el motor de las personas. Es, en cierta manera, la que dota de sentido las existencias.

Leer más

10 abril 2018

La Trascendencia a través del Tiempo

El tiempo físico nos es extraño, mientras el tiempo interior es nosotros mismos.
Alexis Carrel

Leyendo un pasaje de una novela en el que los protagonistas mantenían una conversación con aires de trascendencia se me ha venido a la cabeza un párrafo de Risto Mejide en el que hablaba sobre ciertas conversaciones trascendentes que se tienen en la vida y que uno sólo es capaz de apreciar su trascendencia una vez que se ha depositado sobre ésta el sutil manto del tiempo.
E incluso voy más allá. Este mismo fenómeno sucede también con hechos de la vida de cada uno: hechos que uno juzgó en su día intrascendentes pero que con la perspectiva que proporciona el tiempo nos resalta la significancia del momento en nuestra propia intrahistoria.

Es la variable tiempo la que probablemente mejor nos ayude a comprender nuestras propias vidas, a encajar nuestros motivos y sentimientos dentro de un conjunto. Al igual que es ese mismo tiempo el que nos muta y también socava, haciendo que nos perdonemos a nosotros mismos y permitiendo que podamos contradecirnos con el yo pasado sin juzgarnos como traidores a nuestra esencial.

Es el tiempo, y la indulgencia que trae aparejada, quien nos permite evolucionar y avanzar, mirar las cosas de otra manera, entender a los otros y a nosotros mismos. Es por eso que, como bien auguraba Risto, sólo con cierta perspectiva se puedan apreciar la trascendencia de ciertas conversaciones.

Comparto a continuación el texto en sí como prueba de que el tiempo nos hace, o al menos permite, beber de aguas que antaño negábamos que alguna vez beberíamos. Lo comparto pese a que el autor no sea santo de mi devoción, aunque a veces se le escapen genialidades (al César lo que es del César). Y lo comparto también como agradecimiento a quienes previamente lo han compartido y, así, otros lo descubrimos.

“Y sin embargo, a lo largo de una misma vida, si tienes suerte y como mucho, tendrás dos o tres conversaciones memorables. Serán conversaciones que jamás habrás planificado. Serán momentos que vendrán disfrazados de uno más. Pero en cuanto te ocurran, o mejor dicho, en cuanto ya hayan ocurrido, los reconocerás, sin fisuras, sin lugar a dudas, con absoluta claridad. Son conversaciones que cambiarán el curso de las cosas. Son nuestros verdaderos puntos de inflexión. Jornadas de forma convexa que se volverán cóncavas al recordar.”

Texto completo aquí:  

Leer más