21 junio 2009

Integración


Poetas, nunca cantemos
la vida de un mismo pueblo,
ni la flor de un solo huerto.
Que sean todos los pueblos
y todos los huertos nuestros.
León Felipe

Estamos hartos de escuchar mensajes desde todas partes en pro de la integración de las personas en la sociedad. Todas las personas, incluso las que no quieren integrarse, han de estar integradas. Todo hemos de vivir en paz y armonía bajo las mismas normas, costumbres y valores. ¿Pero es realmente esta integración un acto de solidaridad o de egoísmo?

Integrar puede entenderse como el hecho de inculcar y permitir a diferentes adoptar costumbres y hábitos propios. Para integrar a alguien el primer paso es que este sujeto quiera integrarse; porque si no estaremos hablando de imposición y, según el grado, de adoctrinamiento. La integración ha de ser una oferta más que un hecho, una posibilidad, un gesto voluntario de acercamiento entre grupos diferentes.

Lo natural del hombre no es la aceptación de todos los grupos de personas ni toda la clase de costumbres. Es más, lo natural es despreciar lo diferente, ya que supone un ataque a nuestra identidad, a nuestro yo, a lo que somos; y la forma más fácil de reafirmar el yo es negar cualquier otra realidad diferente a la nuestra.

Esta reacción es propia de personas y grupos inseguros, de gente temerosa de dejar de ser lo que es, de no tener un concepto claro de lo que se es y no querer mezclarse para con el resto; para intentar así preservar su identidad. Cuando un ideal o concepto se mantiene únicamente con el argumento de que es propio, que es de uno, y todas las bondades que él puede darse son esas; nunca podrá ser del todo bueno, y es probable que su vida sea corta y efímera.

Es siempre necesaria la elaboración de un “yo”, de labrarnos una identidad. Pero ésta ha de estar cimentada en principios. Por ello, una personalidad (individual o colectiva) fuerte no va sino a ganar del intercambio con otros “yo”. El rechazo a la diversidad sólo es un síntoma de inseguridad y debilidad.

La historia nos da claros ejemplos: los grandes imperios han sido aquellos que a la vez que conquistaban pueblos, los respetaban e integraban; respetando sus costumbres y tradiciones, creencias y cultura. Alejandro Magno es posiblemente el ejemplo más claro: ha sido el imperio más grande en menos tiempo construido. Y la clave de su éxito puede deberse a la aceptación e integración de las culturas y pueblos que iba conquistando.

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18 junio 2009

Evolución


Sólo cabe progresar cuando se piensa en grande, sólo es posible avanzar cuando se mira lejos.
José Ortega y Gasset

Es fácil pensar que todo lo relacionado con el hombre poco tiene que ver la Naturaleza. Al menos, en el lenguaje común, hay una clara distinción entre lo natural y lo artificial; entre las Ciencias y las Humanidades. Lo cierto es que el hombre, por más que se empeñe, siempre tendrá algo de natural; algo que lo hará verse y sentirse dentro del mundo natural; instintos que se escapan al régimen racional.

Una característica más común entre la naturaleza y las sociedades humanas es la evolución. La evolución se produce en el hombre tanto a nivel de individuo como a nivel de grupo o sociedad. Evolucionar significa mejorar, crecer, ir más allá de donde ya se ha llegado, avanzar.

Las sociedades han llevado a cabo una tremenda evolución a lo largo de la Historia, procurando siempre el respeto de cada individuo por encima de los intereses colectivos de los países y gobiernos. Las sociedades han evolucionado gracias a la razón de los intelectuales a que las han iluminado, de los idealistas y filósofos que han vislumbrado mejoría para cada uno de los componentes de esta sociedad. Pero la evolución de una sociedad es imposible sin la evolución de cada uno de sus integrantes.

Los individuos han de evolucionar también por separado. Es fácil, y cada día más, conformarse con una vida plácida de sofá, fútbol y bares; donde la única preocupación sea el disfrute personal y la ausencia, precisamente, de preocupaciones. Todo individuo que llega a esta situación ha dejado de evolucionar, cree que ya ha evolucionado todo lo que debiera, y por tanto se estanca. Es preciso mantener siempre el espíritu inquieto, sintiendo que aún nos falta algo por aprender, lugares por visitar, personas por conocer.

No debemos caer en la complacencia del bienestar intelectual; porque en el momento en que nosotros, como componentes de nuestra sociedad, nos estanquemos; la sociedad dejará asimismo de evolucionar.

La educación de una sociedad es un proceso muy importante para ésta; ya que enseña a sus miembros los valores de la evolución. Hoy día, el sistema de educación español hace creer a los alumnos que suspenden diez asignaturas que están evolucionando, ya que los hacen pasar de curso. Les hacen creer que ese es el camino de la vida, que tal será la recompensa para su trabajo.

El problema no lo tenemos hoy, ni tal vez mañana. El problema llegará cuando la mayoría de estos no-evolucionados sean la población activa del país y de ellos dependa la evolución de la sociedad. ¿Qué podrá hacer entonces el país, sino resentirse de perder dos o tres generaciones de evolución?

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11 junio 2009

Juegos de Azar


El azar sólo favorece a quien sabe cortejarlo.
Charles Nicolle

Los juegos de azar tienen ingrediente que le añaden adicción respecto a los otros: la incertidumbre. Parece que el hecho de no tener un control absoluto sobre el juego sino dejar una pequeña parte al azar convierte al entretenimiento en una cosa mucho más interesante que sin este factor de suerte.

Ganar en un juego de azar nos da una sensación parecida a la de predecir el futuro. Nos hace creer por un momento que nuestra inteligencia o intuición está por encima de la del resto, y somos, por un momento al menos, superiores a los demás. Ganar es adictivo, pero ganar sin saber muy bien por qué, multiplica su adicción.

El juego nos atrae porque queremos controlar el azar, queremos ser capaces de saber qué es lo que va a pasar; y aunque sabemos que es algo imposible, nos empeñamos en ello. Nos gusta creer que controlamos el futuro, que sabemos qué es más o menos cierto, que el azar se puede racionalizar, se le pueden asignar reglas; pero lo cierto es que una infinidad de factores incontrolables que pueden alterarse para que un partido no lo gane el, a priori, favorito.

Hay incluso quien siente una extrema atracción por el riesgo, por la emoción. La sensación que provoca en el cuerpo no la pueden urdir tan fácilmente, y necesitan continuamente de incertidumbre y de victoria con incertidumbre. Es, posiblemente, lo que le pase a los ludópatas, o lo que sienta cualquier jugador de ruleta rusa, ya que no se ha de estar en condiciones muy normales como para jugarse la vida tan aleatoriamente.

Es curioso como lo incontrolable y misterioso tiene tantos adeptos, aunque tal vez sea ese el motivo de su éxito.

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06 junio 2009

Ciencia y Religión


La religión sin la ciencia estaría ciega, y la ciencia sin la religión estaría coja también.
Albert Einstein

Siempre ha sido, y mucho me temo que seguirá siendo, un debate candente el que enfrenta a la religión y a la ciencia. Ambos, al menos en su origen y esencia, pretenden dar una explicación de los fenómenos que acontecen a nuestro alrededor. Lo que difiere entre ambos son sus métodos.

La ciencia intenta encuadrar todos los procesos en una serie de reglas racionales y normas donde todo encaje y tenga relación lo uno con lo otro. Intenta dar una visión unánime e inapelable de que es la realidad, sin ambigüedades y sin puntos de vista. Sin embargo, esto es hoy posible solamente para algunas cosas, como son la aritmética o el cálculo de las fuerzas gravitatorias. Para otras tantas, como supone la evolución humana o el origen del Universo, sólo tenemos teorías (teoría científicas, pero teorías al fin y al cabo) donde la comunidad científica no cesa de debatir y presentar posturas contrapuestas.

La religión también participa de estas teorías, pero mientras la ciencia cree que todo se crea y forma en la misma Naturaleza a través de ella misma, la religión piensa que hay un súper arquitecto-ingeniero-diseñador (Dios, o dioses en las politeístas) que ha trazado todo el Universo con una perfección sublime (creacionismo). Desde luego, cuando uno aprende sobre los complejos mecanismos del cuerpo humano (por ejemplo) no es disparatado pensar por un momento que se trata de la mejor obra de ingeniería creada, de un diseño perfecto, de una máquina casi infalible; aunque realmente no sea así.

Pero lo que la religión aporta que no aporta la ciencia son una serie de valores. Las religiones distinguen siempre entre lo bueno y lo malo, lo que ha de hacerse y lo que no. La ciencia (hablamos estrictamente de ciencia, no de bioética y otras disciplinas), no se inmiscuye en esos temas. La ciencia nos explica qué es lo que ocurre a nuestro alrededor, y cómo ocurre; pero no puede explicar nada más allá de los fenómenos que acontecen en el mundo. No puede decirnos qué hemos de hacer para ser felices o para sentirnos bien con nosotros mismos.

Y puede que de aquí surja el debate y dilema entre los religiosos y los agnósticos y ateos: ¿qué es preferible, la verdad acerca del mundo; o la felicidad en nuestras vidas?

Por supuesto que no son cosas incompatibles; pero quien cree ciegamente en una religión es incapaz de aceptar partes de la ciencia que atenten contra sus creencias; y al igual sucede de manera contraria: nadie que crea en el método científico podrá aceptar nada proveniente de la religión que contradiga a la ciencia. Y obvio es que, en muchos aspectos, profesan opiniones distintas.

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02 junio 2009

Desgracias


La desgracia abre el alma a una luz que la prosperidad no ve.
Herni Dominique Lacordaire

Dice la sabiduría popular que las desgracias nunca vienen solas. Es razonable creer que las desgracias que le acontecen a uno no tienen nada que ver entre sí salvo el sujeto pasivo que las sufre: uno mismo. Las leyes de la probabilidad (lo que pretenden ser las leyes del azar, paradójico cuanto menos) avalan la teoría. No obstante, estas mismas leyes nunca dicen que sea imposible, sólo improbable.

Tal vez esas desgracias influyan en nuestro estado de ánimo, lo que hace provocar un mayor efecto en las siguientes. En otras palabras, que nuestra mente aumenta el efecto de un segundo mal debido al desánimo que provoca el primero. Cuando esto sucede, hablamos de que hemos caído en una mala racha, en una mala época o que simplemente tenemos últimamente mala suerte.
Este domingo he creído experimentar una situación parecida: perdió Unicaja de Málaga, perdió Rafa Nadal y descendió el Betis. Todo en un mismo día. Por suerte, todos estos temas son banales; pero no por eso uno deja de sentir desánimo y pensar que está tocado por algo, alimentando un poco la superstición.

Cuando suceden cosas muy improbables (como el caso de que se perdieran los tres partidos) uno piensa que no puede ser cosa del azar, que debe haber algo o alguien que castigue o premie. Es imposible no mirar el cielo en busca de una explicación, aunque de él sólo vayamos a encontrar nubes o estrellas, dependiendo de la hora del día.

Tras un breve rato de auto-compasión uno cae en la suerte que ha tenido, ya que al fin y al cabo todo lo sucedido ha sido totalmente inofensivo, salvo un disgusto. Pero ¿quién garantiza a uno que este mismo azar no se vuelva en contra de uno en otros aspectos tan improbables y muchos más trascendentes que perder tres partidos un mismo día?

Por eso ha uno de vivir siempre alerta a la vez que sentirse afortunado; sin confiar demasiado en las cosas que posee, ya que es imposible saber cuando el destino o el azar van a darle la vuelta a la tortilla, por muy bien que parezca que va todo.

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