30 junio 2008

La Euforia Nacional


Mucha gente piensa que el fútbol es un juego a vida o muerte, pero es mucho más importante que eso.
William Shankly

Tampoco tengo mucho que contar que no hayáis sentido o vivido ya en estos días. La euforia. Pero no una euforia cualquiera, sino la euforia colectiva, la euforia nacional. La ilusión de todo un país en juego, y por fin, no nos han fallado.

Es realmente increíble como un deporte puede aglutinar a tantas personas en torno a un mismo sentimiento, a un mismo color. Indescriptible la marea de banderas y camisetas de España repartidas por absolutamente toda la geografía española. Y es que, aunque en política uno se hace más o menos español, realmente todo el mundo sigue sintiéndose español y sintiendo los colores.

Es triste que haya de ser el fútbol es que nos una a todos bajo un mismo himno y una misma bandera, que sea éste el evoque en nosotros la unidad nacional y el amor patrio; pero más vale esto que nada.

Como ya digo, el sentimiento nacional está, en el fondo, en todos nosotros.

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25 junio 2008

Ministerio de Igualdad


Todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros
George Orwell

Cada vez que leo o escucho declaraciones de la Ministra de Igualdad, Bibiana Aído, se me viene a la cabeza la famosa novela de George Orwell 1984. En ella, un gobierno totalitario que ostentaba todo el poder bajo la figura del Gran Hermano dividía su gobierno en diversos ministerios: del Amor, de la Paz, de la Abundancia y de la Verdad.

Cada uno de estos ministerios se encargaba precisamente de lo contrario que rezaba su nombre: el del Amor de las torturas y castigos; el de la Paz, de la guerra; el de la Abundancia de garantizar la miserable subsistencia de los habitantes de la nación (donde francamente lo única que en abundancia proliferaba era la miseria); y el de la Verdad, ministerio encargado de la propaganda oficial, basado enteramente en mentiras e invenciones.

El Ministerio de la Igualdad; en España sí, no en la novela ficticia de Orwell, pretende ahora crear bibliotecas únicamente para mujeres. Ciertamente, al argumento de Orwell le faltaba este ministerio español, que si hubiera sido incluido en la novela, nadie lo encontraría fuera de lugar.

¿Qué clase de la igualdad es excluir por sexo a la mitad de la población española? Ciertamente, o la ministra tiene un complejo del tamaño de un pino, o sencillamente es una ignorante e incompetente.

Pero es que si analizamos fríamente, el delito de la ministra es doble. Pretende hacer esta separación (digna de un aparthied) en la casa natural de la cultura y el saber: las bibliotecas.

Una vez más, el gobierno de Zapatero haciendo propaganda, populismo y política de la manera más burda, al estilo de 1984, a base de eufemismos y paradojas, como la crisis (desaceleración económica), como el paro (incapacidad para satisfacer la demanda de empleo) y como un sinfín más de éstas.

Sin duda alguna, si Goerge Orwell levantara la cabeza reeditaría su libro, incluiría el Ministerio de Igualdad, y colocaría de ministra a Aído.

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21 junio 2008

La des-educación actual


La educación ayuda a la persona a aprender a ser lo que es capaz de ser.
Hesíodo

Se pasan los días y poco tengo que contar por aquí, salvo las cuantiosas horas que paso delante de folios intentando aprender algo que no siempre me llena y que no se para qué me servirá; pero que paradójicamente he comprendido precisamente eso, que lo que uno aprende no sabe cuándo ha de serle útil, y que por eso ha de estudiar y aprender siempre con ahínco.

Es una verdadera lástima que en la sociedad en la que vivimos hoy no se tenga en cuenta ni el saber, ni el aprendizaje ni el conocimiento. La sociedad y el sistema se han convertido en una pura “formación profesional”, en creadores de meros autómatas que sepan solucionar problemas concretos, máquinas concretas o conflictos concretos.

Cada vez más la educación va más orientada al campo del trabajo, a formar profesionales que desempeñen perfectamente una función, pero realmente inútiles a la hora de intentar otras; a formar personas cada vez más cerradas al conocimiento que no tenga una inmediata puesta práctica.

“Para qué aprendo esto si en lo que yo quiero hacer (trabajar) no me va a servir para nada”. Esa es la frase que resume a la sociedad de hoy, al sistema educativo de hoy: aprender justo lo necesario.

El problema es que cuando seamos conscientes del error que supone formar autómatas en vez de individuos, será demasiado tarde. Las personas han de ser educadas completas, con su parte ética, sus valores, su cultura; y su parte práctica, profesional, con la que han de ganarse la vida. Conociendo las diversidades de la vida es como realmente podemos saber qué queremos hacer. Si sólo conociéramos un color, el amarillo mismo, nuestro color favorito sería sin duda éste; pero ante la amplia gama de colores que conocemos, nos es a veces difícil decantarnos y surgen variedad de opiniones.

Y en eso va esta sociedad, cada vez más esclava pero sintiéndose libre; sin darse cuenta que la ignorancia sólo le resta campo de visión, gama de colores, convirtiendo individuos en esclavos del sistema, del poder, restándoles libertad y medios para defenderse ante el mundo, y haciendo obligada su inmersión en este sistema por pura inconsciencia.

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17 junio 2008

Superioridad


Es imposible ganar sin que otro pierda.
Publio Siro

¡Qué curioso elemento el poder!. Cuánta discordia genera y cuan felices hace a quienes lo posee; o al menos eso creen aquellos que día tras día persisten en su consecución. Algo ha de tener el poder que nos haga distintos a los demás.

Yo creo que hay un elemento fundamental que lo hace tan apetecible: la superioridad, el estar por encima. Querámoslo o no, ser mejores que el resto es algo tan instintivo y tan inconsciente como el pestañeo o el instinto de supervivencia. En cierta manera, como ya he comentado decenas de veces, la superioridad es una forma de sobrevivirnos espiritualmente, intelectualmente.

Muchas veces, cuando competimos con alguien o cuando desempeñamos cualquier actividad, no queremos ganar, no queremos reconocimiento alguno salvo el de que somos mejores, el de que somos superiores.

Cuando nos definimos ideológicamente no defendemos únicamente unas ideas, mejores o peores, defendemos nuestras ideas; y por ende somos tan obstinados en nuestras opiniones. Un rebatimiento de éstas no sólo una aportación mejor, es un hecho que nos degrada, nos hace inferiores, nos rebaja.

Por eso, cuando hablamos de críticas constructivas, de diálogo; no vemos el debate como una competición, sino como una construcción común, cuyo resultado tomaremos como nuestro, fruto del consenso y por tanto hijo nuestro.

Si hoy día, uno de los dos grandes partidos se sometiera al otro ideológicamente; éste no lo aceptaría. Si uno de ellos aprobara y viera con buenos ojos las leyes y propuestas del otro; este otro no o aceparía y acataría, sino que presumiría de su hito, de su superioridad.

Estos partidos no buscan el enfrentamiento para la construcción, para el entendimiento, para mejorar. No. Luchan para vencer. Atacan para ser reconocidos como superiores públicamente. No les interesa el consenso ni el entendimiento porque en ellos no hay ganadores. Un partid ataca al otro para vencer, toca temas conflictivos, que duelen, para que el otro se defienda, para iniciar una contienda y así poder vencer; y entonces sentirse superior.

De nada sirve vencer en secreto, sin reconocimiento. El verdadero objetivo del vencer no es sino dar rienda suelta a nuestra vanidad, a nuestra superioridad, a nuestro ego. Vencer no es sino sentirse superior al otro. Reconocido. Perenne.

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14 junio 2008

Competitividad


El único símbolo de superioridad que conozco es la bondad.
Ludwig van Beethoven

La bondad. Ese término tan relativo, tan subjetivo más bien. Probablemente uno de los temas del pensamiento filosófico eterno, concretamente de la ética. Realmente, ¿qué es ser bueno?.

Ser bueno es actuar conforme a una ética. La ética se presupone buena, porque digamos recoge el comportamiento que más beneficio obtiene, ya sea para el individuo o para el conjunto de éstos. Por tanto, un acto podemos considerarlo “bueno” en cuanto es conforme a una ética.

Otro tema es cómo se constituyen las éticas: qué debemos hacer y qué no debemos hacer; y enjuiciar cada uno de estos actos en los dos grandes subconjuntos: buenos y malos.

Pero dando por hecho el concepto de bien y de lo “bueno” hay que resaltar que lo bueno siempre es más costoso que lo malo. Supone más esfuerzo un acto bueno que un acto “malo”. El bien es una idea racional, algo artificial que ha nacido del ser humano (igual sucede con lo malo). Creamos pues los humanos la ética para “humanizarnos” y consideramos el egoísmo, los instintos naturales, como algo malo.

Y es ahí donde surge el conflicto: lo que nos apetece (instinto) contra lo que debemos (ética). El ser humano tiende a superar al prójimo, tiende a la vanidad y tiende al egoísmo; y mantiene una perenne contienda interna sobre cómo actuar, sobre qué anteponer antes, si la superioridad o la bondad.

Una parte de la bondad nos hace ser superiores, nos hace sentirnos más humanos, más buenos, y por tanto superiores. Es una forma de demostrar superioridad mucho más sutil, conforme a las reglas humanas en vez de las naturales. Mostrar la superioridad mediante actos nos resulta más difícil porque mediante esta “técnica” es difícil de percibir.

Si nos damos cuenta, nos cuesta mucho menos ser buenos con alguien inferior a nosotros (o alguien a quién consideramos inferior) que con nuestros iguales. No vemos competitividad con los inferiores, queda clara nuestra superioridad, y accedemos a portarnos bien con ellos. Un ejemplo claro de esto puede ser la práctica de un deporte con niños, o algún juego de mesa. Si jugamos un partido de tenis contra un niño, no jugamos al 100%, nos sentimos piadosos e intentamos ser estrictos con las reglas.

Sucede lo contrario cuando es un partido igualado, cuando es la final de un torneo y te estás jugando ser mejor o peor que tu rival, y aparte que das el todo por el todo, puedes incurrir incluso en la fullería o la picaresca.

Sólo somos competitivos y “lobos” con nuestros iguales, con lo que consideramos rivales. Y quizás el fracaso de la humanidad resida en esto, que nos vemos todos compitiendo con todos; pero es que si miramos a la naturaleza, ¿qué es la vida sino una competición por la supervivencia?. Una vez más el dilema naturaleza y humanidad, vitalismo y razón.

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11 junio 2008

Vidas Ajenas


Nadie es feliz sino por comparación.
Thomas Shadwell

Es usual entre las personas sentir admiración hacia otras. Entendemos su manera de obrar o pensar como algo bueno y en cierta manera nos gustaría participar en ese comportamiento o pensamiento.

También sucede que nos sentimos identificados con personajes ficticios: personajes de novelas, películas, teatro, dibujos animados, etc. Y suele pasar, con mucha más frecuencia con personajes que con personas, que sintamos un profundo interés sobre su vida y su obra.

Nos gustan las anécdotas de los personajes, su vida, su manera de actuar. Sufrimos con ellos, disfrutamos con ellos, nos emocionamos con ellos y nos alegramos por ellos. Opinamos acerca de ellos como si de amigos se tratara, como si fueran el vecino del quinto o la compañera de clase.

Lo cierto es que uno de los grandes entretenimientos de las personas es la observación de vidas ajenas. Sólo hay que ver las audiencias de los “realities” (o realitys). Los programas del corazón otro ejemplo de que miramos constantemente las vidas ajenas, no sólo por conocerlas; sino también por opinar y debatir acerca de ellas.

Y es que en cierta manera se produce una confrontación entre lo que queremos ser, lo que queremos adquirir de otras personas, y lo que queremos que sean, lo que queremos influir en otras personas.

Cuando uno lee una novela o ve una película le es imposible no compararse o dejar de sentirse identificado con los personajes. Sus ocurrencias nos resultan familiares, cercanas a las nuestras. Y es por eso que el amor sea el tema universal de cualquier género: porque todo ser humano ha sentido amor alguna vez por alguien; y es indiscutiblemente el sentimiento que más empatía despierta en los personajes. Comprendemos perfectamente lo que el personaje padece y sentimos solidaridad hacia el personaje, o viceversa; la del personaje hacia nosotros.

Recurrimos también con las personas y personajes a la comparación. La comparación es el instrumento que tenemos para situarnos. Todo es una comparación y nada se entiende sin ellas. Algo no es grande o pequeño por sí solo: algo es pequeño o grande comparado con algo. La Luna puede ser grande comparada con una canica, y a la vez es diminuta al lado del sol.

Dicen que las comparaciones son odiosas. En realidad sólo lo son cuando salimos perjudicados de ellas. Cuando somos beneficiarios de la comparación nadie se queja de ésta. Esto ocurre porque, como ya he dicho en otras entradas, aspiramos a ser los mejores, a superarnos continuamente, a eternizarnos como decía Unamuno. Es la consecuencia de la vanidad, y ésta lo es de aquel instinto de supervivencia intelectual del que alguna vez he hablando.

La conclusión de todo esto es que continuamente miramos a otras personas o personajes para sentirnos mejores que ellos; para demostrarnos a nosotros mismos de que estamos por encima de quién nos rodea. A veces descubrimos que estamos por debajo y suele no gustarnos. Pero en cualquier caso, sea cual fuere el resultado, la herramienta que emplearemos será la comparación.

Incluso en la ciencia, en la Física, de las magnitudes no se toman absolutas prácticamente ninguna; sino que se emplea el incremento de la magnitud (delta); que no es otra cosa que una comparación.

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08 junio 2008

Persiguiendo Sueños


Muere lentamente
quién no arriesga lo cierto por lo incierto
persiguiendo un sueño
Pablo Neruda

Cuando no tiene uno certeza sobre el futuro puede tener dos reacciones: sentir miedo o sentirse aventurero. La primera reacción proviene claramente de la desconfianza, de ese pánico humano ante lo desconocido. La segunda nace de la seguridad de uno ante sus posibilidades, de la certeza y convicción de uno mismo ante las circunstancias, de la supremacía de uno mismo ante los obstáculos.

En cualquier caso, el futuro es incierto; y uno jamás sabrá si ha hecho bien o no eligiendo uno de los senderos que se abren, porque como ya se sabe, escoger es renunciar; y uno será incapaz de conocer lo que hubiera deparado aquello que renunció más allá de una especulación.

También es cierto que es más duro el arrepentimiento ante la pasividad que ante la actividad. Cuando uno deja pasar una oportunidad se lamenta mucho más que cuando erró en la elección.

Queda por tanto una vez más manifiesta la falta de libertad, ya que ante un dilema, uno no puede elegir ambas opciones, por mucho que quiera. Las circunstancias y las consecuencias son las que nos llevarán a elegir una vez más el camino a seguir.

Sin embargo, hay una circunstancia que puede sobreponerse al resto de éstas: la voluntad. Uno cuando quiere algo es capaz de todo por ese algo. El deseo, la voluntad, despiertan en nosotros una actitud rebelde ante el resto de factores.

“Muere lentamente quién no arriesga lo cierto por lo incierto para persiguiendo un sueño” cantaba el poeta. Perseguir un sueño puede ser en ocasiones una locura; pero siempre será una dulce locura.

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04 junio 2008

Épica


La eternidad es una de las raras virtudes de la literatura.
Adolfo Bioy Casares

Hay un género literario, la épica, que intenta engrandecer o más bien recoger y reconocer los grandes hechos. Este género, comenzado por Homero en sus Ilíada y Odisea narra principalmente la heroicidad de sus personajes.

En cierta manera, todos intentamos darle un punto épico a nuestras vidas, un punto trascendente. Al igual que en la literatura, engrandecemos nuestras acciones, empleamos palabras solemnes y firmes y sentimos la trascendencia del momento. Fanfarronear poniéndole nombre a los viajes es un claro ejemplo de esta épica en nuestras vidas.

Todo esto puede venir provocado una vez más por la necesidad que tiene el hombre de sobrevivirse intelectualmente, de ser inmortal; y ya que no puede serlo biológicamente, ha de conformarse con la forma intelectual. Ser recordado y nombrado es una forma de sobrevivir, de estar vivo. Realmente, una persona no muere cuando muere su cuerpo, sino cuando es olvidado. Y ante ese recuerdo es ante lo que reaccionamos.

Todos alguna vez hemos querido ser grandes personajes, pasar a la posteridad. De pequeños, hemos soñado siempre con ser estrellas de fútbol, que jugábamos una final de un Mundial, y que marcábamos el gol de la victoria. Todos hemos soñado, por tanto, pasar a la Historia.

De la misma forma, aunque cada vez sumiéndonos en un punto de vista más realista, queremos pasar hoy día a la Historia. Cuando quedamos con amigos o familiares y recordamos viajes o cualquier otro tipo de momentos, siempre apuntamos una heroicidad, siempre buscamos una épica. Ciertamente contamos nuestra vida, nuestros recuerdos, como si de Historia se tratara.

Así pasa pues, que cuando queremos que algo sea recordado acudimos a la épica. Ponemos nombre a las fiestas, a los días, a los viajes. Ponemos nombres, y a veces apellidos, a las cosas que realizamos buscando siempre darle una trascendencia, una grandeza, una épica; para así poder permanecer siempre vivos, aunque sea en el recuerdo.

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01 junio 2008

Rencor y Perdón


Nada envalentona tanto al pecador como el perdón.
William Shakespeare

La enseñanza cristiana, y en general cualquier ética, nos inducen al perdón, es decir al perdonar. Sostienen que así, aparcando el rencor y el odio a un lado, nos convertimos en personas buenas de corazón. Ya dice el Evangelio que hemos de perdonar “hasta setenta veces sierte”.

Sin duda el perdón es un gesto noble, a veces hecho y pensado para personas realmente fuertes de espíritu y buenas. Es claramente el camino difícil, dejando para el fácil el rencor. El hecho de perdonar implica a su vez un propósito de olvido, de aparcamiento y enterramiento del daño sufrido.

Este olvido quizás no sea del todo tan sano. Cierto es, que para el mundo utópico y maravilloso es imprescindible; pero cierto es que en dicho mundo utópico y maravilloso no se darían agresiones, y por ende, no habría que perdonar. “El perdón te coloca por encima de tu ofensor” dicen algunos. Cierto es, si es que ese mensaje es percibido por el ofensor, porque si no, el perdón de nada sirve, sino demostrarle al que agrede la impunidad de sus actos.

¿Cuál es el límite de perdonar una ofensa? Quizás si no perdonaramos acaso una vez, no seríamos nosotros tampoco justos, ya que todo el mundo tiene “derecho” a errar (derecho otorgado claramente y únicamente por el ser humano). Si el perdón hace reaccionar al ofensor, diremos que hemos cumplido con el propósito, que ha sido positivo aparcar el bíblico “ojo por ojo” en aras del perdón. Sin embargo, si ese ofensor reincide en su ofensa, nuestro perdón no habrá servido sino para incrementar su impunidad.

No podemos perdonar infinitamente y a cualquier persona. El perdón es más que un ejemplo hacia ese que nos agrede de cómo ha de actuar, de cuál es el camino. Pero el perdón no es la única alternativa. Quién guarda rencor también reacciona contra la ofensa. Éste también pretende dar una lección al ofensor, devolviéndole la jugada, haciéndole sentir lo mismo que ha sentido el que ha sido ofendido. Piensa el rencoroso que de esta manera hará ver al ofensor original que infunde daño; pero estamos en la misma cuestión de antes; no toda persona es capaz de leer ese mensaje entre líneas.

Con este segundo método es mucho más evidente el castigo ante el mal gesto o la agresión que con el primero. Se trata de una justicia vengativa, que puede llegar a degenerar su fin y sembrar odio en exceso. El rencoroso no puede olvidar la ofensa, y la guarda ahí dentro de sí, esperando un momento para poder culminar el castigo. Uno no puede permitir ser pisoteado infinitamente. El rencor es una reacción ante ello, es plantarle cara a la ofensa.

En ambos casos, se trata de dar una lección a aquel que comente un acto malo. En ambos casos se pretende ejemplificar (que no dar ejemplo). Se pretende enseñar, mostrar el camino correcto, inducir al bien. Y ahora puede abrirse el debate sobre qué es bueno. Pero de eso hablaremos otro día.

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