17 junio 2014

El Poder de las Preguntas

Tal vez las preguntas son más poderosas que las respuestas.
Dan Brown

Creo haber comentado ya por aquí alguna crítica o comentario que se me ha hecho en relación a que mis entradas, muchas veces, no concluyen nada, sino que se limitan a formular una serie de planteamientos y cuestiones sin determinar una solución o una aproximación a eso mismo que se viene planteando.

La reflexión que hoy propongo toca tangencialmente el tema de las preguntas, la trascendencia que tienen las preguntas, en ocasiones (sino siempre) más que las respuestas. En concreto, trasladaré esta cuestión que puede parecer a priori más teórica que práctica a un tema tangencial y cotidiano como es la política.

Cierto es que la respuesta concreta y las soluciones y “verdades” dadas por grupos con vocación política (lo que sería una ideología) es importante en cuanto suponen el camino para la acción política, esto es, la guía racional (a priori también) sobre la que se han de conducir los pasos para alcanzar la mejor de las sociedades. La ideología proporciona un contenido para la acción política, una estrella polar en el océano política, una fuente estática y perenne de verdad.

Pero no es menos cierto que la contingencia política (de los países democráticos) de cada día deja poco margen para la consecución de un programa ideológico completo, debido esto a la multiplicidad de actores, fuentes de poder, intereses enfrentados y otra suerte de factores políticos que tampoco pretendemos desarrollar aquí. Lo que pretendemos resaltar es que es harto difícil la consecución de un programa ideológico hasta sus últimas consecuencias.

Precisamente por la variedad de actores e intereses, el espacio político es finito: es decir, no se puede hablar y debatir de todo a la vez y es preciso llevar a cabo una selección de temas. Algo así como lo que se dice de los diarios de papel: que éste ha de tener el mismo número de hojas haya o no noticias. Si las hay, habrá que otorgar relevancia; que no las hay, habrá que traer al noticiero cuestiones menos intrascendentes o, en ocasiones, inapropiadas.

Cuando la agenda política está saturada, la capacidad de plantear temas hace que esta capacidad sea incluso más poderosa (en cuanto que tiene mejores beneficios, de cara a unas elecciones, por ejemplo) que la posibilidad de expresar el programa completo de uno. Es decir, la capacidad de que en las tertulias y en la prensa aparezcan determinados temas y no otros puede llegar a ser más relevante que la solución propuesta.

Esto, por su parte, hace que en muchas ocasiones se cuelen por trascendentes temas que son meramente anecdóticos. Lo cual, como otro de los posibles males que pueden aquejar una democracia, es la discusión sistemática de temáticas secundarias, dejando en un segundo plano otros problemas que pueden resultar vitales para el conjunto de la ciudadanía.

Es por todo esto que la ciudadanía debe ser lo suficientemente madura, racional y sosegada como para no dejarse llevar por ciertos debates que en ocasiones suscitan más el fervor pasional que la discusión razonada y que no sirven más allá que para ocultar otras realidades. Por eso, desde aquí, me gustaría llamar la atención de nuevo de la importancia de las preguntas y del poder que puede suponer tener la capacidad de poner sobre la mesa los asuntos a tratar.

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