17 noviembre 2012

La Democracia como Garantía

La democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre. Con excepción de todos los demás. 
Winston Churchill

Si algo bueno tiene el estudiar Ciencia Política, es que tanto en las clases como en las conversaciones con los compañeros salen continuamente debates acerca de temas políticos, lo cual permite a uno conocer puntos de vista diversos además de que nos vemos forzados a refinar argumentos y a reflexionar sobre esos mismos debates. Sin ir más lejos, unas de las cuestiones que planteábamos era: ¿puede una democracia consentir que compitan en unas elecciones partidos no-democráticos?


El sólo concepto de democracia podría llevarnos a escribir miles y miles de folios, procurando precisar sus detalles y reflexionando sobre algunas de sus características. Siendo un poco simples, podemos quedarnos con dos elementos principales: elecciones libres competitivas para elegir gobierno y protección de derechos fundamentales (es posible, incluso, que dentro de lo segundo se incluya lo primero). En esta reflexión, nos quedaremos con el primero de los elementos descritos.

Volviendo a la cuestión que nos atañe, parece claro que el argumento de que si la democracia consiste en la libertad de concurrencia a las elecciones, sería una contradicción en sí misma que la democracia impidiera a otros movimientos presentarse a la misma.

Sin embargo, esta concepción se hace desde una perspectiva positiva de la democracia. Positiva en el sentido de que se entiende a la democracia como un movimiento político más, una ideología, un conjunto de pensamientos que pugnan por imponerse en la sociedad, una serie de valores concretos que también compiten.

Tal vez esta concepción positiva no sea del todo adecuada para analizar la democracia. Ésta, por otro lado, puede comprenderse desde una perspectiva negativa: la democracia no es sino una garantía de que diferentes movimientos ideológicos puedan competir en la lucha por el poder, siendo la democracia una garantía formal y procedimental de que ningún grupo pueda imponerse al resto sin un refrendo popular. En otras palabras: que la democracia, más que para elegir gobernantes sirve para quitarlos.

Esta idea (que es prestada, por cierto), me parece más adecuada para explicar la democracia. Y desde esta perspectiva, la pregunta que abría la entrada podría responderse negativamente sin riesgo de socavar la esencia de la democracia, permitiendo, legítimamente, impedir que grupos que pretendan acabar con esta garantía misma que es la democracia, opten al poder. La democracia, desde este punto de vista, no es más que un esqueleto, una estructura básica, que puede y deber ser completado con las más diversas aportaciones de movimientos ideológicos; una garantía de que nadie que no cuente con el respaldo de la mayoría del pueblo pueda ostentar el poder de manera ilimitada.

Asimismo, y como conclusión personal considero que todo movimiento político que contradiga las normas mínimas de la convivencia democrática (simplificando mucho, elecciones libres competitivas y derechos fundamentales) no debería poder competir de manera legítima por la ostentación de poder.

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05 noviembre 2012

El Ideal Ascético según Nietzsche

El hombre prefiere querer la nada a no querer
Nietzsche

Hoy, ante la escasez de imaginación e inspiración, me gustaría dejar un extracto de la obra de Nietzsche “La Genealogía de la Moral”, en concreto de su tercer tratado sobre el ideal ascético. Si prescindimos del ideal ascético, entonces el hombre, el animal hombre, no ha tenido hasta ahora ningún sentido. Su existencia sobre la tierra no ha albergado ninguna meta; «¿para qué en absoluto el hombre?» - ha sido una pregunta sin respuesta; faltaba la voluntad de hombre y de tierra; ¡detrás de todo gran destino humano resonaba como estribillo un «en vano» todavía más fuerte! Pues justamente esto es lo que significa el ideal ascético: que algo faltaba, que un vacío inmenso rodeaba al hombre - éste no sabía justificarse, explicarse, afirmarse a sí mismo, sufría del problema de su sentido. Sufría también por otras causas, en lo principal era un animal enfermizo: pero su problema no era el sufrimiento mismo, sino el que faltase la respuesta al grito de la pregunta: «¿para qué sufrir?» El hombre, el animal más valiente y más acostumbrado a sufrir, no niega en sí el sufrimiento: lo quiere, lo busca incluso, presuponiendo que se le muestre un sentido del mismo, un para––esto del sufrimiento. La falta de sentido del sufrimiento, y no este mismo, era la maldición que hasta ahora yacía extendida sobre la humanidad, - ¡y el ideal ascético ofreció a ésta un sentido! Fue hasta ahora el único sentido; algún sentido es mejor que ningún sentido; el ideal ascético ha sido, en todos los aspectos, el fuute de mieux [mal menor] par excellence habido hasta el momento. En él el sufrimiento aparecía interpretado; el inmenso vacío parecía colmado; la puerta se cerraba ante todo nihilismo suicida. La interpretación - no cabe dudarlo- traía consigo un nuevo sufrimiento, más profundo, más íntimo, más venenoso, más devorador de vida: situaba todo sufrimiento en la perspectiva de la culpa... Mas, a pesar de todo ello, - el hombre quedaba así salvado, tenía un sentido, en adelante no era ya como una hoja al viento, como una pelota del absurdo, del «sin-sentido», ahora podía querer algo, por el momento era indiferente lo que quisiera, para qué lo quisiera y con qué lo quisiera: la voluntad misma estaba salvada. No podemos ocultarnos a fin de cuentas qué es lo que expresa propiamente todo aquel querer que recibió su orientación del ideal ascético: ese odio contra lo humano, más aún, contra lo animal, más aún, contra lo material, esa repugnancia ante los sentidos, ante la razón misma, el miedo a la felicidad y a la belleza, ese anhelo de apartarse de toda apariencia, cambio, devenir, muerte, deseo, anhelo mismo - ¡todo eso significa, atrevámonos a comprenderlo, una voluntad de la nada, una aversión contra la vida, un rechazo de los presupuestos más fundamentales de la vida, pero es, y no deja de ser, una voluntad!. Y repitiendo al final lo que dije al principio: el hombre prefiere querer la nada a no querer...

Nietzsche. La Genealogía de la Moral.

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