29 enero 2011

El Yo de mi Pasado

Encuentro tanta diferencia entre yo y yo mismo como entre yo y los demás.
Michel Eyquem de Montaigne

¿Quién soy yo? Desde luego, se trata de una pregunta amplia que encierra, sin querer, muchísimas dimensiones y contenidos, tantas, como el ser humano es. No se puede contestar a esta pregunta con una frase, ni con una entrada de blog. Incluso es harto probable que al final de nuestra vida tampoco sepamos contestar a la pregunta de quiénes somos ni qué sentido tiene lo que hemos hecho.

Precisamente sobre esa mirada retrospectiva sobre nosotros es de lo que quería reflexionar. ¿Somos nosotros los mismos que hace diez años? Es decir, si nosotros, por ejemplo, escribimos un relato hace diez años y hoy lo leemos, ¿seguimos siendo autores de ese relato? ¿O ese relato, sin embargo, ya no nos corresponde?

Ciertamente, la persona que seamos hoy depende mucho de quién hayamos sido los años, los meses y los días anteriores. La elaboración del “yo” es un proceso largo, donde todo, absolutamente todo, influye. Nuestra forma de entender la vida y nuestra forma de entendernos a nosotros mismos no puede entenderse sin los sentimientos del pasado, es decir, aquellos que sentimos.

Somos el resultado de ambiciones pasados. Al igual que lo somos de errores. Somos los residuos de nosotros mismos, al igual que proyecciones. Hemos conducido la vida a través de decisiones que tomamos en un momento concreto y que, posiblemente, hoy nos las tomáramos de la misma manera. Somos fruto de una cascada de sentimientos, conducidos con mayor o menor acierto. Todo nos ha influido para ser lo que somos hoy. Y todo lo que hagamos hoy influirá para ser lo que seremos mañana.

Pero respecto a la pregunta con empezaba esta entrada, es decir, si somos nosotros los que éramos hace un tiempo o bien somos diferentes… tenemos dos respuestas, elegidas a partir del sentimiento que nuestro propio recuerdo genere: si renegamos de nosotros mismos, o bien nos sentirnos orgullosos. Si es el primero de los casos será porque nuestro pasado no nos satisface, aunque precisamente por ese pasado estamos donde estamos, por haberlo intentado corregir y por saber que aquello no nos convencía. En el segundo caso, sentiremos que hemos culminado o estamos culminando un proceso vital que empezó cuando lo hizo nuestro pasado.

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25 enero 2011

¿Está Adalucía descentralizada?

¡Ay de los pueblos gobernados por un Poder que ha de pensar en la conservación propia!
Jaime Luciano Balmes

Uno de los objetivos del Estado de las Autonomías es la descentralización y la desconcentración del poder y de la Administración. La organización de los territorios nunca se hará con más conocimiento de causa de los problemas y soluciones que la llevada a cabo desde el mismo lugar. Este es el objetivo básico de la autonomía, al menos el oficial, ya que siempre las mentes más maquiavélicas apuntan a la obtención de poder por parte de las élites locales.

Y ahora, analizando con treinta años de perspectiva la situación de nuestra Comunidad Autónoma, Andalucía, me pregunto, ¿se ha llevado a cabo realmente esa desconcentración y descentralización dentro de las Comunidades Autónomas? ¿O hemos cambiado los focos de poder desde Madrid a Sevilla? ¿Por qué la gestión de la Alhambra y de Sierra Nevada (por citar dos ejemplos) ha de llevarse a cabo desde Sevilla? ¿No será más coherente con el modelo que buscábamos que las distintas gestiones se hagan, aunque supervisadas por la CA y por el Estado, por supuesto, desde las distintas provincias o municipios?

Demasiadas incoherencias y desperfectos veo en este sistema supuestamente “descentralizado”. Toda gran obra pública ha de aprobarse desde Sevilla. Toda decisión trascendente para Granada ha de verse con buenos ojos desde Sevilla. Debe firmarse en Sevilla. ¿Es esto desconcentración?

Yo opino que no, que más se trata de una centralización desconcentrada. Una centralización sevillana, una centralización más cerca de casa, pero que en definitiva, nos deja al menos a tres provincias (Granada, Jaén y Almería) en la misma situación que estábamos: olvidados para toda Administración.

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22 enero 2011

El Mundo como Convención

¿Qué es la belleza? Una convención, una moneda que tiene curso en un tiempo y en un lugar.
Henrik Johan Ibsen

Continuamente me hago la pregunta de cómo, en algo tan subjetivo como es el arte, algo que ha de mirarse desde el interior de uno mismo, algo que es reducido al gustar o no gustar, es decir, a los sentimientos, puede ser calificado como grandes obras de arte y otras en cambio basura. Cómo la misma obra de arte podría ser cambiar totalmente su percepción y valor dependiendo en la época en que fue creada. ¿O acaso alguien cree que el arte de Picasso hubiera sido igual de aclamado en el siglo XX que en el Renacimiento?

Para esta cuestión sólo encuentro la respuesta de que el arte es convencional, de que al fin y al cabo, una obra de arte, un libro, un cuadro o una pieza musical son mejores o peores según la opinión de quienes influyen en el resto de opiniones. No hay un canon estricto para medir, simplemente gustos y disgustos, y o bien resulta gustar a la mayoría (lo que se puede denominar hoy como “comercial”) o bien es un gusto erudito, un gusto de alguien influyente en otras personas, que rápidamente se extiende inconscientemente en aquellas personas en las que influye.

Quizás, y digo quizás, puedan salvarse en el arte aspectos de técnica y estética que pueden llevar a una “objetivación” del arte. Aunque también es cierto que esto criterios de bondad son igualmente un sistema convencional, un sistema de acuerdos expresos o tácitos.

Igual sucede, me temo, con las ideas, filosofía y pensamientos. Prácticamente todas las ideas se repiten desde los clásicos griegos y latinos, prácticamente toda la filosofía fue ya escrita por ellos y los modernos mayormente la han adaptado (pido disculpas por la visión simplista). El comunismo, o al menos una aproximación a él, ya fue vislumbrado en la República de Platón, y sin embargo fue en el siglo XIX cuando tuvo éxito.

Citando otro ejemplo más claro, la declaración de que la Tierra es redonda, no plana. ¿Por qué si los griegos (algunos al menos) conocían esta verdad se optó por la creencia de que era plana? Simplemente por la influencia de quienes defendían una u otra postura, por la credibilidad y confianza que depositaron en unos y otros, a pesar de ser un hecho objetivo y demostrable.

Como bien decía, con el tema de las ideas políticas y filosóficas ha pasado igual. Es probable que en la Historia hayan quedado enterrados pensadores brillantes que no han florecido ni tenido el éxito que otros por no haber tenido la suficiente influencia en la sociedad que les tocó vivir. Y esta influencia no tiene que ser simplemente intelectual, es decir, reconocimiento de la bondad o maldad de las ideas, sino en sentido radical, capacidad de influir en otras personas, capacidad de aceptación y asimilación de las ideas que otro propone. Influencia como traspaso de parte del alma de una a otra persona.

Y es que al final somos las personas las que elaboramos nuestra propia sociedad y nuestra propia historia. No es algo fortuito o azaroso. Es algo que decidimos, aunque a veces inconscientemente. Aceptar y asimilar las ideas de unos en lugar de las de otros es lo que creará el éxito del que las plantea o expone. Igual que con el arte. Acertar con la necesidad intelectual del auditorio, con lo que quieren ver, escuchar o sentir es, creo hoy en día, la parte más importante del éxito, del paso a la posteridad y de influir en la Historia y en la Humanidad.

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21 enero 2011

Sobre el Idealismo

El idealismo aumenta en proporción directa de la distancia que nos separa del problema.
John Galsworthy

El término “idealista” es utilizado con frecuencia de un modo peyorativo, denotando a aquel que desconoce la realidad, que no sigue su lógica, que espera salvarla o que es suficientemente optimista como para creer en la mejoría de lo que le rodea. Alguien idealista es alguien cuya representación mental del mundo es modélica o perfecta.

Acusados son estos idealistas de excesivos optimistas y de no vivir en la realidad. Lo cierto es que no necesariamente un idealistas es optimista. Más bien es fácil que suceda al revés: que se vuelva pesismista al poder contemplar y diseñar situaciones, sociedades, personas o cualquier cosa perfecta y darse cuenta de la dificultad que supone la traslación a la realidad.

El idealista tiende a recurrir al arte (cualquiera de ellos) para modelar en él su mundo fantástico, su utopía. Siendo él quien controle todos los ámbitos de la obra, la imperfección sólo es atribuible al propio autor, al idealista en cuestión. El arte es usado por los idealistas como escape del mundo, como lugar donde proyectar una realidad diferente, como refugio las decepciones de la vida.

Rara vez un idealista es conformista. Podrá ser más o menos perezoso, pero siempre es consciente de que el mundo el que vive dista del modelo del “debería ser”, de esa perfección sólo alcanzable en el mundo platónico de las ideas. Poniendo un símil matemático, la idea del idealista es el límite hacia donde tiende su vida, es a lo que aspira, en lo que cree.

Los idealistas son capaces siempre podrán llegar más lejos de lo que ellos creen: podrán llegar hasta donde quieran, porque su límite está marcado en la idea, en el concepto abstracto, que es totalmente inalcanzable. Siempre tendrán donde mejorar, donde luchar, lo que supondrá un aliento siempre a sus aspiraciones. Quien ve el objetivo cerca irremediablemente baja la marcha, va deteniéndose. Sólo aquél que tiene un objetivo lo suficientemente inalcanzable podrá conocer donde están sus límites. Y estas personas son los idealistas.

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20 enero 2011

Vida, Amistad y Muerte

La muerte sólo tiene importancia en la medida en que nos hace reflexionar sobre el valor de la vida.
André Malraux

El azar, la Providencia, el destino, Dios o lo que quiera que sea llega sin avisar. Nunca está a salvo uno de un capricho suyo, de un delirio oportuno. Nadie nos puede garantizar que el camino que seguimos seguirá en la misma dirección para siempre, ni que tampoco lo estará. La vida se rige por infinitas variables. Algunas de las cuales son totalmente incontrolables.

Nadie elige del todo qué personas van a entrar en la vida. Ni con cuáles de ellas se forjará una amistad. Ni tan siquiera cuánto durará esa amistad. Las personas vienen y van, de nuestras vidas, y de la vida en general. Nadie nos dice quién nos traerá la vida y a quién se llevará.

Nunca es fácil saber quiénes son tus verdaderos amigos, quiénes son amigos de verdad. ¿Cómo se mide la amistad? ¿En horas de conversación? ¿En cafés? ¿En borracheras? ¿En el tiempo que se pasa junto a esa otra persona? No queda claro cuál es el parámetro a medir, desde la racionalidad.

Plano distinto es el sentimental, el puro, el auténtico, tal vez. Nadie puede afirmar racionalmente que alguien es tu amigo. Nadie está a salvo de una decepción o traición. No obstante, cada uno puede sentir quiénes considera sus amigos. Y, al menos, mientras así lo sienta, así será. Porque, ante todo, la amistad es un sentimiento. Uno sabe que es amigo de otra persona cuando ésta siente como suyas las desgracias de aquél.

La muerte no avisa a nadie, simplemente llega. Y cuando ésta llega es irreversible. No nos queda sino agachar la cabeza, humildes, y reconocer cuán ínfimos, cuán insignificantes y cuán vulnerables somos.

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17 enero 2011

Andalucía, imparable

Sólo una persona mediocre está siempre en su mejor momento.
William Somerset Maugham

En alguna conversación que he tenido sobre el estado de Andalucía, sobre su política y sobre su avance en los últimos treinta años he acabado obteniendo la siguiente respuesta: “¡Será que no ha cambiado y mejorado Andalucía en estos últimos años!”. Lógicamente, no se puede negar que Andalucía ha progresado. En treinta años, impregnados de fondos FEDER, de deudas históricas y siendo el patio de recreo de España y Europa, claro que Andalucía ha cambiado. Claro que se vive mejor que hace treinta años. Claro que la calidad de vida ha mejorado.

Pero la cuestión que deberíamos plantearnos para valorar la buena o mala gestión de los diferentes Gobiernos (casi siempre el mismo) que ha tenido Andalucía es: ¿cuánto se ha dejado de mejorar? ¿Cuánto se ha despilfarrado? ¿Cuánto se han pervertido las instituciones? ¿Cuánto nos aventajan y en qué ámbitos el resto de Comunidades Autónomas?

Es en la comparación con el resto de España (y casi de Europa) donde claramente se aprecia que Andalucía no ha mejorado tanto como debiera. Seguimos a la cola de España en el paro y a la cabeza en analfabetismo y en fracaso escolar, entre otras. Andalucía sigue siendo una región que vive en exceso del turismo y la subvención, sin prestar la suficiente atención a los verdaderos pilares de una economía y de una sociedad.

No debemos conformarnos y asentir a esta gestión de los últimos treinta años. Por lo menos no hacerlo de manera incondicional y dogmática. Hay que ser críticos con el Gobierno andaluz de los últimos treinta años y, a la vez que reconocerle la mejora que ha acaecido en Andalucía, recriminarle lo que no ha cambiado y ha podido cambiar No podemos estar plenamente satisfechos. Por muchos ordenadores que nos regalen.

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14 enero 2011

Ardor Guerrero

La falta de términos de comparación y la pura fuerza de la monotonía pueden acabar otorgando un aire cotidiano de normalidad a los mayores absurdos y a las monstruosidades más bizarras.
Antonio Muñoz Molina

Lo primero que he de decir de este libro de Muñoz Molina es que me ha gustado considerablemente. No sé exactamente por qué decidí empezar a leerlo. Tal vez por el recuerdo del Invierno en Lisboa, o tal vez por la curiosidad de saber qué pasaba (por lo menos en opinión de uno de los grandes de la literatura, y no precisamente muy entusiasta, al menos de primeras) en el servicio militar. El caso es que me alegro de haberlo leído.

Para los que no hemos vivido el servicio militar es una descripción bastante exhaustiva del mismo. Mezclado, además, con las sensaciones de un recién licenciado universitario que ha de forjar su futuro, de ir eligiendo caminos, de mi misma edad, con las problemáticas políticas de la época (finales de los 70) y los conflictos ideológicos internos hacen que el libro no sea una mera descripción de qué pasaba en los cuarteles sino que sea también una manera de descubrir a un personaje con, según me parece, inquietudes, sensaciones e impresiones bien parecidas a las mías.

Me ha llamado mucho la atención la descripción que hace del momento político de la época. Por un lado el terrorismo salvaje (Muñoz Molina fue destinado en San Sebastián) y el miedo que lo envolvía todo. También me impactó la simpatía y hermanamiento que había entre los paisanos de las regiones históricas de España, o que al menos tenían un rasgo característico y claro (catalanes, canarios, vascos, andaluces, gallegos, etc.) y, en parte, he querido compararla con la situación actual y he querido ver una similitud entre el día a día. Y por último, respecto al plano político, mucho me ha llamado la atención la descripción que hace de la estrategia política de la izquierda de entonces y que, en buena parte, todavía hoy venimos arrastrando. Dejo un párrafo para ilustrarlo.


Si es verdad lo que decía Chesterton, que se deja de creer en Dios y en seguida se cree en cualquier cosa, en el umbral de los ochenta y en el azaroso ecumenismo de aquellos cuarteles se comprobaba que con tal de no ser español casi todo el mundo decidía ser lo que se presentara, poniendo incluso más furia en la negación que en la afirmación, como si que a uno lo llamaran español fuera una calumnia. La izquierda, que por aquellos años se había quedado sin banderas, sin banderas republicanas ni banderas rojas, culminaba su ineptitud rescatando banderas regionales, inventándose, como la carcundia romántica del siglo XIX, tradiciones e identidades ancestrales, sagradas fiestas vernáculas, diatribas de víctimas seculares del centralismo español.

Por último, me planteo que hubiera sido de mí de haber ido al servicio militar, cuánto hubiera cambiado mi vida, o por lo menos, la manera de entenderla. Cierto es que las cosas que se describen en el libro (novatadas, guardias, abuso de los mandos, etc.) no tiene nada de envidiable y no queda sino soltar un leve suspiro de alivio. Pero por otro lado, al final del libro, cuando habla de los recuerdos de la mili, de las personas que allí conoció, de la amistad imperecedera que forjaron, como todas aquellas que se forman a partir de un sentimiento común, de una empatía necesaria, he de reconocer que siento cierta envidia, o al menos, cierta curiosidad. Y entonces me pregunto, con ese romanticismo e idealismo que uno plantea sobre las cosas que sabe que son imposibles y pasadas, sobre las proyecciones hacia el pasado de su propia vida: ¿hubiera merecido la pena el haber ido al servicio militar?

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13 enero 2011

Perder el Tiempo

No es el trabajo lo que envilece, sino la ociocidad.
Hesíodo

Tendemos a quejarnos de que el día no tiene suficientes horas para satisfacer todas las demandas y deseos que en el proyectamos. Nos gustaría, a veces, hacer tantas cosas en un día que la mera enumeración de ellas supone en nosotros estrés. Aparte de las relacionadas con las obligaciones laborales y familiares, tendemos a crear, quizás más que nunca en los primeros compases del año, una serie de buenas acciones que forman parte del ocio pero que consideramos positivas para nosotros mismos, para nuestra propia realización. Ejemplos pueden ser el aprendizaje de idiomas o el ejercicio diario.

Un historiador británico, Cyril Northcote Parkinson, dijo una vez que en una burocracia el trabajo se expande hasta llenar el tiempo disponible para que se termine. Es la llamada ley de Parkinson. Si nos miramos a nosotros mismos, podemos darnos cuenta de que esta ley es aplicable no sólo a las burocracias, si no a nosotros mismos, aunque con su respectivos matices y adaptación.

Si optimizáramos realmente nuestro tiempo diario y suprimiéramos aquellas tareas inútiles o poco productivas que podemos encasillar como “perder el tiempo”, nos daríamos cuenta de que durante un día nos da tiempo a hacer muchas más cosas de las que creemos. Pongamos, por ejemplo, el estudio. Cuando una persona estudia tiende a perder el tiempo, ya sea porque forma parte de las obligaciones sin mostrar devoción alguna, ya sea porque no le interesa lo que lee, porque está cansado o porque está pensando en otra cosa. El resultado es el mismo, una no eficiencia en el estudio. Si en vez de pasar 5 horas delante de un libro, de las cuales más de la mitad las dedicamos a pensar en otra cosa o mirar hacia otro lado o simplemente a hablar con el compañero, tal vez hubiera más tiempo para más cosas.

Esto que digo no implica la supresión del ocio o del descanso. El ocio y el descanso son tan necesarios como el trabajo, como bien he defendido en alguna otra entrada. La diferencia es que cuando descansamos o dedicamos tiempo al ocio, queremos realmente eso, queremos tener tiempo de ocio y dedicarlo al descanso o la evasión de la mente.

Lo que trato de concluir es que no somos realmente eficientes. Somos muy poco eficientes. Tal vez perezosos. Perdemos demasiado en el tiempo en cosas que realmente no deseamos, sino que son una evasión de las obligaciones, un escape para dejar de hacer lo obligado y que a la vez detestamos. Y es por ello por lo que nunca satisfacemos nuestros ideales de vida perfecta que proyectamos y que, durante dos días, estamos dispuestos a alcanzar.

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11 enero 2011

Voluntad y Sociedad

No hay ningún hombre absolutamente libre. Es esclavo de la riqueza, o de la fortuna, o de las leyes, o bien el pueblo le impide obrar con arreglo a su exclusiva voluntad.
Eurípides de Salamina

Muchas veces está en nuestra voluntad el realizar algo, el tomar una rutina o el salir de ella. Queremos librarnos de nosotros mismos, escapar de la imagen que nosotros nos hacemos de nosotros mismos. La determinación de ese cambio ha de partir primero de la concienciación y luego impulsarse en la voluntad, ¿pero es todo en la vida cuestión de voluntad?

Hay filósofos, como Schopenhauer, que han dado a ésta una importancia trascendental: prácticamente todo en la vida se reduce a voluntad (pido perdón por reducir toda la filosofía del filósofo a un aforismo). En parte le doy la razón. La voluntad es un elemento fundamental en la conducta humana, querer algo es el motor fundamental de su consecución, pero no el único. Mucho me temo que un error acumulado a lo largo de la historia es reducir la complejidad de la vida a una sola dimensión, hacerlo todo blanco o negro, bueno o malo, y difícilmente puede explicarse algo tan enrevesado y extraordinario como la dimensión humana desde un único punto de vista, teniendo en cuenta una sola de las múltiples variables que lo configuran.

Otra perspectiva, opuesta, es la de que la voluntad del hombre está continuamente moldeada por el entorno, por la sociedad, por lo social. El hombre no es dueño de sí mismo, afirman, simplemente sobreviva según las expectativas sociales, el rol que desempeña en la sociedad, y el arrastrado hacia las acciones. Aceptar esta segunda hipótesis sería degradar al ser humano a un simple autómata, denegarle la voluntad y la capacidad de acción sobre sí mismo. Y al menos yo no estoy dispuesto a ello.

Pero tampoco creo que en la voluntad inmortal e inquebrantable del hombre. La voluntad del hombre siempre quedará condicionada a muchos factores, y una de ellos es lo social. Pero también lo es el conocimiento, ¿o se puede aspirar seria y realmente a algo que no se conoce?

Quedémonos, pues, en un término intermedio, reconocimiento a cada cual su importancia. Por un lado, la voluntad del hombre que en ocasiones (no siempre y no toda persona) puede ser determinante, y por otro, su condicionamiento social, su formar parte en una red de personas, con sus correspondientes ambientes o entornos, limitaciones, prejuicios, hábitos y costumbres (algunos de éstos han sido analizados en este blog, y otros lo serán).

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10 enero 2011

Propósitos y Pereza

Los perezosos siempre hablan de lo que piensan hacer, de lo que harán; los que de veras hacen algo no tienen tiempo de hablar ni de lo que hacen.
Johann Wolfgang Goethe

Cada año nuevo es casi tan tradicional como el comer doce uvas el hacerse uno o varios propósitos para el año venidero. Propósitos que suelen repetirse y que rara vez se cumplen. Propósitos para con nosotros mismos que podemos empezar a llevar a cabo en cualquier momento que, por cosas de la cultura o el azar, dejamos para la supersticiosa fecha del 1 de enero, como si los años que van sucediéndose aceptaran una nueva oportunidad.

Son muy variadas las temáticas de estos. Algunos caen en la idealización del imposible, que más que un propósito, es una oración al Santísimo en busca de aquello que somos conscientes no nos es permitido. Otros, sin embargo, son plenamente factibles. No obstante, estoy completamente seguro que la mayoría de todos estos propósitos podrían reducirse a apartar la pereza a un lado.

Puede que la pereza sea de los siete pecados capitales el más perdonado. Todo el mundo tiene sueño alguna vez, y todo el mundo está de acuerdo en el uso de la tecnología en pro del esfuerzo menor. La pereza está socialmente bien vista, está justificada, es excusable. Todo está orientado a la comodidad y de una manera más o menos consciente la sociedad, la cultura y todos sus valores giran en torno a la asimilación de la pereza como forma de vida.

El conformismo es uno de los hijos de la pereza. El asentimiento aborregado es preferible a la lucha incómoda, cansada y sin resultados seguros. La persecución de sueños es muchas veces postergada por su incertidumbre, pero otras tantas lo es por pura pereza. Tiende la sociedad moderna a demonizar el trabajo confundiendo éste con el antónimo de bienestar o de comodidad.

Es fácil confundir la pereza con la comodidad, aunque es grande la diferencia. Mientras que la comodidad pretende la optimización del bienestar en la consecución de un objetivo, la pereza desprecia el objetivo a favor únicamente del bienestar.

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