20 abril 2010

Pérdidas y Voluntad


En algún lugar del alma se extienden los desiertos de la pérdida, del dolor fermentado; oscuros páramos agazapados tras los parajes de los días.
Sealtiel Alatriste

Andamos en ocasiones condicionados por un miedo a una pérdida. No se sabe muy bien a qué perdida concreta tenemos, lo que si queda claro, es que, como bien decían en la película, sólo cuando todo está perdido somos libres para actuar. Y es que realmente nuestra voluntad no es tan libre como pretende, o como al menos cree serlo.

Millones son los obstáculos y “peros” que afectan a nuestra voluntad y libertad. Lo que pasa, es que mientras no somos conscientes, mientras el hilo de la dependencia no aprieta y no se muestra visible, tampoco nos incomoda. Es como la desgracia, que mientras no la vemos, tampoco nos molesta.

Algo así pasa con las pérdidas. La pérdida de algo provoca en nosotros un retorno a la conciencia de aquello que permanecía olvidado. Y no es tan sólo un retorno de un recuerdo, sino que además es una advertencia, un subrayado de que aquello que hemos perdido no volverá a ser nuestro.

Podemos ver el ejemplo de la persona que muere y que llevábamos sin ver y sin mantener contacto unos veinte años con ella. Es inevitable sentir cierta lástima, aunque el contacto se haya deteriorado, pero la consciencia de que no podremos volver a mantener una conversación con esa persona, aunque no lo hayamos hecho en una cantidad dilatada de tiempo, nos conmueve y acongoja.

Y es que no consiste sólo en la pertenencia fáctica de un objeto. Se trata de la posibilidad de hacer uso de él. Aunque un libro no lo hayamos consultado en años, si se rompe o lo tiramos, sentimos cierta lástima por él, porque perdemos la capacidad de su uso.

Es, en definitiva, la oposición a la voluntad lo que nos afecta, el acotamiento de libertad. Nos aflige que no podamos hacer uso de algo, o mantener contacto con alguien, cuando queramos, que perdamos esa posibilidad. Es esa capacidad de posesión o de uso la que teje el hilo de la dependencia, más que la posesión o el uso en sí. Y es por eso que sentimos tanto las pérdidas, porque consideramos que nuestras posibilidades desaparecen, que en cierta manera, nuestra voluntad se ve afectada.

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19 abril 2010

Desconfianza


¿Qué soledad es más solitaria que la desconfianza?
George Eliot

Cuando uno desconfía del sistema, de una persona o de un grupo, ¿por qué lo hace? Podríamos reflexionar y encontrar una serie de posibles razones, de entre las cuales no sería, ni mucho menos, fácil encontrar la certera, o al menos, la más aproximada. Seguramente, el error se encuentra en intentar buscar un único factor como solución, siendo más que probable que toda respuesta metafísica, psicológica o humana sea la suma, mezcla y división de varios de ellos.

Una de las razones que podrían justificar la desconfianza es un miedo hacia las consecuencias que el acto del que tenemos miedo/desconfianza puede ocasionarnos. Así, por ejemplo, al ser (o al menos al creer) menos probable un atraco durante el día que durante la noche, paseamos con más confianza durante el día que durante la noche. Sentimos cierta desconfianza a andar por callejuelas por la noche, no por la oscuridad en sí, si no por lo que pueda esconder en sus entrañas.

La desconfianza, esta vez orientada más sobre las personas, puede darse cuando creemos a la persona (o al grupo, o al sistema) capaz de hacer aquello que nosotros haríamos. Sería algo así como el refrán apuntaba: se cree el ladrón que todos son de su condición. Desconfiamos de personas que creemos capaz de causarnos algún perjuicio, cuando realmente, esa capacidad no la vemos sino en nosotros mismos.

También confiamos sobre algunas personas la capacidad de la locura o de la extravagancia. Es decir, a veces desconfiamos de una persona (de nuevo, o grupo o sistema) porque consideramos como probable aquello que es improbable. Le otorgamos más probabilidad de la que realmente tiene a cualquier tipo de arrebato de locura, ira, o cualquier otro sentimiento incontrolable. Vemos, en ocasiones, a personas capaces de cosas fuera de lo racional. Subestimamos o sobreestimamos (según se mire) a esa persona o conjunto de ellas.

Es propio de la desconfianza, asimismo, suponer que ese acto que no deseamos que suceda, nos parezca irreparable, insalvable. Podría tratarse de un menosprecio a uno mismo, de creer que nuestra voluntad no es suficiente para superar el imprevisto.

Lo cierto, como ya adelantaba, es que nada está claro respecto a estos temas. Muchos son los caminos por los que la desconfianza puede acudir, y ninguno ser del todo verdad, ni ninguno del todo falso. Difícil cura tiene la desconfianza, salvo el convencerse a sí mismo de que nada, absolutamente nada, es tan importante como para no ser jamás salvado o superado.

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