28 septiembre 2009

Ciencias Sociales


Si no conozco una cosa, la investigaré.
Louis Pasteur

Vivimos en una sociedad donde todo lo que no esté sometido al examen de la ciencia parece que es inútil, obsoleto, malo, falso o ridículo. La ciencia es la que elige hoy lo que es bueno o malo, lo que es verdad y lo que es mentira. Suple a la religión, hoy en día, en muchos aspectos, ya que lo que hoy es “científicamente probado” ayer era “palabra de Dios”.

Es innegable que la ciencia ha hecho posible la evolución del ser humano en los últimos cinco siglos a un ritmo exponencial, pero eso no significa que para que algo sea válido o sea bueno haya de pasar rigurosamente el test de la ciencia.

Por ejemplo, el análisis de la sociedad, lo que hoy se denomina “ciencias sociales”, tiene escaso rigor científico, en el sentido de que continuamente salen estudios contradiciendo a los anteriores, y se crean tendencias y grupos. Es una “ciencia” que funciona a base de teorías, a base de experimentos, sin leyes ni teoremas, basándose únicamente en la experiencia. ¿Cuánto rigor “científico” tienen este tipo de “ciencias”? O lo preguntaré de otra manera ¿Cuánto de fácil es falsificar o manipular un estudio de estas “ciencias”?

Yo no niego que no haya un conocimiento acerca de la sociedad y los comportamientos sociales, pero me parece excesiva la categoría de ciencia para algo que entra en continuas contradicciones y que no se puede demostrar. A mi entender, las ciencias sociales es a la ciencia lo que la leche frita a la leche: se basa en la ciencia (leche), pero no es una ciencia como tal.

Puede que todo este escepticismo sobre las ciencias sociales provenga de mi ignorancia respecto a ellas, donde en dicho caso, y espero que así sea, tengo ahora seis años por delante para comprenderlas.

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23 septiembre 2009

¿Por qué no subir los impuestos?


Bajar los impuestos es de izquierdas
José Luis Rodríguez Zapatero

Hoy recoge IDEAL un artículo de opinión de Francisco Coronado Ortiz, ex concejal del ayuntamiento de Granada, donde justifica la subida de impuestos que pretende Rodríguez Zapatero. Trata el artículo sobre el Estado del Bienestar y nos recuerda que las prestaciones y los servicios que ofrece el Estado no son gratis y hay que financiarlas. Es entonces cuando apela a la solidaridad de los contribuyentes para con el Estado de Bienestar.

Yo soy el primero que está de acuerdo con que el Estado preste atenciones básicas como son la sanidad y la educación. Creo firmemente que es un deber del Estado proporcionar estos servicios de la mejor manera posible. Creo, también, que el Estado ha de gestionar estos servicios para recibir en toda España un mismo la misma sanidad en la misma educación, proceda uno de donde proceda. Por tanto, estoy en contra de las transferencias de estos servicios a los distintos reinos de taifas, también llamadas comunidades autónomas, donde por ejemplo el SAS utiliza este servicio para colocar en la dirección de los servicios a quién le parece.

En lo que no creo es en que la única manera de financiar estos servicios sea la subida de impuestos. Máxime cuando el señor Rodríguez Zapatero, felizmente seguido por el señor Griñán, se dedican a regalar ordenadores a los infantes de quinto de primaria. Perdóneme usted, pero para que usted regale ordenadores, el dinero me lo gasto yo en lo que me venga en gana, como un viaje, y no en impuestos.

Estoy en contra de la subida de impuestos porque no se gestionan los recursos como es debido, y se despilfarra todo el dinero que se quiere (véanse despachos y coches oficiales de Touriño, o la ex ministra de vivienda, la señora Trujillo). Dinero hay más que de sobra para todo; lo que parece que no hay es ganas de invertirlo correctamente.

Me parece además una sinvergüencería que hace 1 años y medio, para las elecciones, se nos quisieran devolver cuatrocientos euros, y ahora de repente, se nos pida lo propio. ¿Pero cómo gestiona usted el dinero público si en un año y media ha pasado de regalar a mendigar?

Me parece súbitamente hipócrita que se denomine solidaridad lo que realmente ha sido una nefasta gestión y despilfarro del dinero público, que ahora pretende solucionar asfixiando, más si cabe, a las débiles economías domésticas.

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19 septiembre 2009

Creer a Ciegas


El corazón del hombre necesita creer algo, y cree mentiras cuando no encuentra verdades que creer.
Mariano José de Larra

El ser humano es un animal cómodo. En cuanto tiene la ocasión se adapta a esa comodidad y a ese “buen vivir” y pronto deja los debates internos y su evolución personal. Le ocurre con los placeres físicos como con las verdades intelectuales.

Como ya bien dijo Darwin, la especie que sobrevive no es la más fuerte, sino la que mejor se adapta al cambio; y el ser humano tiene, en muchas ocasiones, la cabeza y la disposición prevista para el conservadurismo. ¿O cuántas personas se han cambiado de equipo de fútbol una vez ha aceptado que el suyo es el mejor, o por lo menos “suyo”, pese a que su presidente o cualquier miembro de club se manifieste en contra de uno mismo? (no en contra del directivo en cuestión, sino en contra nuestra). Pueden sucederse todas las barbaridades del mundo para con ese club, que nosotros seguiremos fieles a “nuestros colores”.

Y es que una vez que hemos creído encontrar una verdad que marque y fije nuestra realidad, nos cuesta horrores deshacerla, cambiarla o permutarla por otra. Es quizás por lo que durante tantos siglos la gente que nacía cristiana y creía en Dios no se hubiera planteado nunca que quizás ese Dios no exista, o que no sea como la Iglesia lo venda, o ambas cosas. Porque nos resulta mucho más cómodo creer una mentira que replantearnos toda una serie de axiomas.

Y en política, sobre todo en la española, es donde más claro se ve el panorama. Una disciplina, que se presupone intelectual, resulta al final ser más sentimental que el fútbol. En España hemos dejado de creer en las ideas, en los resultados de los Gobiernos, en la bondad o maldad de las leyes que promulgan para fijarnos únicamente en las siglas del partido en las que milita. Hemos hecho la política una cuestión de colores, de bandos, de equipos; donde el mío es el mejor y el tuyo el más detestable. Y aunque el “enemigo” tenga ideas magníficas, jamás seremos capaces de reconocerlas como tales.

Por eso, igual que por lo mismo que la gente seguía con devoción a la Iglesia pese a las atrocidades de la Inquisición, nosotros seguimos como borregos a los líderes de nuestros “colores”. Los hemos encasillado como buenos, y de ahí no hay quién los saque. Somos incapaces de analizar si son buenos o malos, sencillamente porque no queremos. No queremos cambiar de parecer, queremos seguir creyendo, aunque haya evidencias evidentes de lo contrario.

Nos gusta creer a ciegas; y precisamente ese es uno de los grandes males que pueden acontecerle a una democracia.

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13 septiembre 2009

¿Quiénes Somos?


Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos
Eduardo Galeano

Son escasos los momentos en la vida en que uno se encuentra contento y a gusto consigo mismo. Siempre tiene un “pero”, una falta o algún detalle por pulir, y rara vez se consigue estar al cien por cien satisfecho con uno mismo.

El dilema viene cuando, en esos momentos en los que uno no se encuentra a sí mismo o encuentra aspectos que no agradan, qué hacer. Existen dos posibilidades: la primera es resignarse y conformarse con lo que uno es, atribuyendo esto a los genes o al Destino; y la segunda es procurar cambiarse a sí mismo, mediante la voluntad.

La postura a tomar depende inevitablemente de la personalidad de cada uno. Supongo yo, como suele ocurrir en todas las posturas contrarias, que la verdad estará cerca al término medio: que tendrán parte de culpa los genes, y la otra parte será de la voluntad.

Esto nos llevaría a concluir que siempre hay algo de la personalidad de puede moldease a través de la voluntad; y otra que es innata y perenne en el ser humano. ¿Qué hacer entonces, usar la voluntad para moldear esa parte que podemos cambiar; o resignarnos con la otra, que por el contrario, siempre será así?

Las personalidades fuertes creerán que ellas son dueñas de sí mismas, y optarán por la primera opción; estando seguros de poder manejarse a sí mismos. Sin embargo, las personalidades débiles alegarán que el esfuerzo no servirá de nada, ya que cada uno es como ha nacido. O lo que es lo mismo, cada personalidad atenderá a una u otra opción según sea acorde precisamente a su personalidad.

Mucho me temo que todo este planteamiento no conduce sino a una paradoja, tal como la de cuál fue primero: el huevo o la gallina.

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09 septiembre 2009

Las Expectativas como Circunstancias


Yo soy yo y mi circunstancia.
José Ortega y Gasset

Muchas veces parece que las situaciones están resueltas ante siquiera de lidiar con ellas. Es lo que popularmente se ha llamado siempre vender la piel del oso antes de matarlo. Determinados trabajos, exámenes o problemas parecen ser triviales, pero cuando se encuentra uno bregando con ellos consiguen a veces sorprendernos.

Lo que le ha pasado a la selección española de baloncesto puede que quede dentro de los términos arriba descritos: se plantaron en el campeonato de Europa como los claros favoritos con una superioridad aplastante en la preparación y con un grupo que parecía más que asequible.

Y entonces llegaron estos dos días de sorpresas: el primero, la derrota contra Serbia, y anoche sufriendo de lo lindo para doblegar a una más que modesta Gran Bretaña.

He de reconocer que anoche me invadieron los nervios cuando en el último cuarto de partido España perdía por cuatro puntos. Era una situación surrealista. No porque España no consiguiera ganar, que ya se sabe que el deporte y muchos otros ámbitos de la vida son impredecibles, sino porque ya había asumido, y supongo que muchos más conmigo, que España iba a llegar allí a ganar de cuarenta puntos todos los partidos.

Si analizamos detenidamente, una selección nacional de baloncesto que pierda de nueve puntos de diferencia contra Serbia y después gane de ocho contra Gran Bretaña podría estar más que satisfecha. Lo que nos ha pasado a los españoles es que nos habíamos creado unas expectativas, y la realidad ha quedado bastante por debajo de éstas.

Si estos resultados hubieran sido hace diez años (con el equipo de hace diez años me refiero) no habría este sentimiento de frustración general que hay hoy.

Y es que las realidades no son simples hechos objetivos. Toda realidad lleva consigo una serie de expectativas así como una serie de contextos que las determinan verdaderamente. Así, no es lo mismo perder un partido (por seguir con el deporte) cuando se ha ido perdiendo durante todo el encuentro, que en el último minuto o segundo.

El “cómo” de las realidades es fundamental también. No todo puede entenderse con un “qué”. Por eso, y ahora hablando de las sociedades y los países, es necesario conocer la Historia. No es posible conocer una nación simplemente con lo que es ahora. Es necesario conocer las circunstancias que las rodean. Y sólo conociendo medianamente la Historia, conociendo el “cómo” (el cómo hemos llegado hasta aquí) podremos comprender a ciertos puebles.

Pero sucede de igual manera en el ámbito personal. Las personas también tienen una Historia y unas circunstancias que la configuran (como ya advertía Ortega y Gasset). Una persona no puede ser ajena a sus circunstancias, porque son éstas la que hacen que dicha persona sea como sea.

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05 septiembre 2009

Libertad de Expresión


La libertad de expresión es decir lo que la gente no quiere oír.
George Orwell

Siempre que queremos dar una opinión discordante con la mayoría apelamos a la libertad de expresión. Libertad que se presupone en cualquier estado democrático y asumimos como cierta, válida y vigente. Pero, ¿existe realmente la libertad de expresión?

Desde luego, en el hecho de que no haya encarcelamientos por la pronunciación de una frase, eslogan o idea, sí. Lo cual ya supone un gran avance, si repasamos la Historia. Lo que ocurre hoy en día es que ese encarcelamiento, ajusticiamiento o linchamiento se ha adaptado. Hoy en día, a quien difiere en lo ”estándar” se le excluye y margina.

No se trata de simplemente ignorar o refutar las ideas contrarias, se trata de eliminarlas, de ridiculizarlas, de derribarlas y de cohibirlas. Prácticamente se le acusa al promotor de delirante, de excéntrico o de conspirador. Y, desde mi ingenuo punto de vista, eso no es ninguna clase de libertad.

La libertad de expresión consistiría en una simple refutación o en un caluroso debate donde cada uno argumentara. Pero parece que las ideas contrarias nos molestan. Hemos llegado a un punto en el que no se trata de tener una idea, sino de imponerla; y todo aquel que se salga de ella ha de ser excluido.

Por ejemplo, hoy se publica en el diario El Mundo, en su especial por el aniversario de la II Guerra Mundial, una entrevista a un historiador que afirma, más o menos, que el Holocausto ha sido utilizado como propaganda y que Churchill estaba influido por los judíos; y que de no ser por él la guerra pudo acabarse hacia 1940. Pues ya ha habido declaraciones del ministro de Exteriores lamentando que El Mundo publique esta entrevista. Y digo yo, ¿dónde ha quedado la libertad de expresión? ¿Por qué molesta tanto que alguien exponga otra visión que no sea la “oficial”?

Cosa bien distinta sería que este señor afirmara que deberían seguir haciéndose esas atrocidades, y cosas por el estilo. Como toda libertad, la de expresión también tiene sus límites. Pero me temo que simplemente se limita a dar su opinión acerca de unos hechos. Nada más.

Dejo aquí unos extractos de las declaraciones en la entrevista del historiador:

"El asesinato de judíos no fue un crimen por ser judíos, sino por ser judíos inocentes"

"La clave es cuánto sabía Hitler... Himmler tenía cuidado de no decirle nada"

"Hasta la década de los setenta no se empezó a hablar del Holocausto"

"Churchill empujó al país a la guerra y destruyó el Imperio británico"

"El de Auschwitz fue un campo de prisioneros con una alta mortandad"

Me temo que esta situación que arriba describo así como otras tantas que a diario acontecen en innumerables temas (como el cambio climático, por ejemplo) están más cerca de la dictadura que de la libertad de expresión.

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04 septiembre 2009

Atletismo


El deporte no forja el carácter, lo pone de manifiesto.
Heywood Hale Broun

Tal vez porque desde la lejanía y la ignorancia todo es mucho más difuso, el atletismo para mí nunca había supuesto ningún atractivo salvando las competiciones veraniegas internacionales. Visto desde fuera (desde donde aun yo lo sigo viendo) el atletismo resulta monótono, sacrificado y ausente de emoción.

Todas estas observaciones desde luego son ciertas; pero ahora que uno va poco acercándose al mundillo de salir a correr (por imposición más que por vocación) va descubriendo diferentes características de este deporte que lo hacen un poco más atractivo.

En primer lugar es un deporte barato y fácil de prácticas en cualquier lado. Se puede, y casi siempre es así, practicar solo; lo cual exime de dependencia alguna con respecto a otras personas para practicarlo (como puede ser cualquier deporte de equipo). Pero más allá de las superficialidades, el atletismo es probablemente la mejor forma de plasmar la lucha contra uno mismo, de la evolución personal. El salir a correr es un continuo reto contra la distancia y contra el tiempo: más kilómetros en menos segundos.

Presupone, en quien lo practica, una fuerza de voluntad y una capacidad y ansia de superación. Es la lucha de uno mismo contra el tiempo.

Una vez introducido levemente en el mundillo comprende un poco más (o quiere comprender, al menos) la sensación que puede provocar el ganar un oro en unos Juegos Olímpicos o un mundial. Debe ser el culmen de la lucha, ya no sólo con uno mismo, sino con el resto de personas que también luchan contra sí mismos. Es ser el mejor. Es sin duda un sacrificio para el cual tal vez sea poco premio el preciado metal.

Es por el afán de superación y la percepción de evolución por lo que, desde mi punto de vista, el atletismo merece la pena. Y es que, como bien rezaba aquel anuncio, el espíritu olímpico está en todos nosotros.

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01 septiembre 2009

El Presente y el Futuro del Otoño


El otoño es un andante melancólico y gracioso que prepara admirablemente el solemne adagio del invierno.
George Sand

Vuelve una vez más septiembre. Para unos pocos, septiembre supone el último mes del año; para otros, el comienzo. Un mes triste, nostálgico del verano. Los días cada vez más cortos. Las rutinas y lo cotidiano acuden de nuevo a nuestras vidas. Cada vez más frío, cada vez más oscuros.

Es curioso que siendo la primavera y el otoño estaciones “paralelas” (ambas son de entre-tiempo, las temperaturas y los días suelen ser similares) sean tan diferentes. El motivo, me temo, es porque cada una de ellas tiene tendencia totalmente opuesta: el otoño tiende al invierno y la primavera al verano, estaciones antagónicas entre sí.

Y es que el presente no sólo contempla el hoy como hoy. El presente (en el contexto de presente, pasado y futuro) contempla una parte del futuro. Se trata tanto del momento actual en el que estamos, el “donde estamos”, como el “hacia dónde vamos”. Cuando hablamos de presente también llevamos implícitos el hacia dónde nos dirigimos, la parte de futuro que desearíamos para nosotros. Durante el presente, estamos labrando parte del futuro.

Realmente no somos dueños del presente: somos dueños del futuro más inmediato. Es lo que realmente construimos, lo que realmente nos preocupa, por lo que realmente vivimos. Por mucho que queramos detenernos en el momento actual, ese momento sólo es una leve pausa para pronto seguir caminando hacia ese futuro cercano que es el que pretendemos alcanzar.

Todo aquel que no tiene miras en su vida, siente un vacío. La completitud llega cuando pretendemos alcanzar una meta, cuando vemos una meta, cuando tenemos un objetivo. La ilusión y el esfuerzo por concretar ese objetivo es el que nos mantiene con vida.

Es probable que sea por eso por lo que el otoño siempre se nos antoja más triste que la primavera, porque está avocado irremediablemente al invierno.

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