10 diciembre 2015

El rigor del vencedor

El que se enamora de la práctica sin ciencia, es como el marino que sube al navío sin timón ni brújula, sin saber con certeza hacia dónde va.
Leonardo Da Vinci

El pasado lunes, un número alto de españoles vimos por televisión lo que se denominó un debate político. El debate definitivo, para ser exactos. Podrían escribirse libros enteros a raíz de lo observado en ese debate. Podría analizarse, por ejemplo, el ajuste a la temática de los candidatos (y sustitutos), la exposición de ideas, la argumentación, el lenguaje no verbal de los mismos, el tono de barra de bar, la tranquilidad o el nerviosismo de los participantes y un largo etcétera.

Sin embargo, y máxime tras llevar tantos meses sin escribir por aquí y pretendiendo que esto sirva más como limpieza de telarañas que otra cosa, me limitaré a una brevísima reflexión tras una serie de cuestiones que creo que hace mucho que no nos hacemos: ¿en qué consiste ganar un debate? ¿Qué esperamos los espectadores de debates electorales cuando consumimos uno? ¿Cómo es posible que Pablo Iglesias con la falta de rigor mostrada pueda erigirse como vencedor del debate?

Desde luego los españoles, en política y en tantos otros ámbitos, hemos desterrado el rigor y la verdad en pos de abrazar de forma descarada el espectáculo y los envoltorios de los mensajes. No hablo yo de gazapos con nombres de consultoras, ni de posibles hipótesis en la aplicación de determinadas políticas o escenarios futuribles, con lo que se puede tener cierta indulgencia. No. Me refiero a falta rigor respecto a cosas cognoscibles, determinadas y ciertas, como los derechos que se incluyen en la Constitución o la naturaleza de los referéndums que ocurren en regiones de España.

Hay cosas opinables y hay cosas que no lo son. Puede tenerse opinión sobre ciertos hechos, o incluso sobre su oportunidad/normatividad (debería ser así, no debería ser así, debería o no haber sido así, etc.). Pero estimo que la falta de rigor sobre hechos objetivos no es excusable. Queremos políticos excelentes, decimos, y nos quejamos cuando no lo son. Pero todo parece indicar, como ya dije alguna vez en este blog, que más que el rigor lo que nos interesa que sea uno de los nuestros.

Si pretendemos rigor, hemos de exigirlo. No me entra en la cabeza querer políticos a la altura y transigir con la falta de rigor. Salvando, por supuesto,que lo que realmente queremos de la política sea otra cosa.


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17 febrero 2015

Lo Eterno y lo Efímero

La vida en tiempo se vive,
Tu eternidad es ahora,
Porque luego
no habrá tiempo para nada
Luis Cernuda 

¿Existe lo eterno? ¿Es posible que algo dure para siempre? ¿Puedo algo que tiene principio no tener final? ¿O, por el contrario, todo tiene un tiempo; todo es efímero? Seguramente haya diversidad de opiniones. Y, es posible, como en todos los grandes temas, que no haya una solución. No obstante, aportaré yo aquí la mía.

Necesitamos creer en cierta manera que las cosas van a durar siempre. O al menos, un periodo largo de tiempo. Suficiente para darnos cierta seguridad y capacidad de construir sobre algo. Es una necesidad humana. Necesitamos creer en la consistencia, en la duración, en lo infinito. Es preciso tener esas aspiraciones, esa vocación de perpetuidad, esa voluntad, ese idealismo, de que lo que se construye, se construye para siempre. En cierta manera necesitamos creer que lo que hacemos tiene una utilidad, es parte de algo, de un todo superior, va incluso a sobrevivirnos. Necesitamos creer que nuestro trabajo no va a quedar deshecho. Necesitamos darle sentido trascendental a todo lo que hacemos, o al menos, a los grandes aspectos de nuestra vida.

Sin embargo, todo parece indicar que lo eterno no existe. No existe en la realidad física, ya que todo lo que tiene un principio necesariamente tiene un final. Lo eterno tan sólo puede existir como abstracción, como concepto, como idea. Igual que el concepto matemático de infinito. Como una mera representación abstracta de algo. Como una aspiración. Como una esperanza. Como una concepción abstracta que se opone a lo efímero y que, en cierta manera, nos guía en la vida.

La eternidad tiene una nota épica, casi sagrada. Lo efímero queda, por su parte, como algo exclusivamente humano, finito, casi vulgar. Es a través de la abstracción de lo efímero, la mitificación y divinización del momento, como lo eterno se presenta en la realidad, abandonando por un instante su carácter perecedero.

Y es que, al final, parafraseando la canción, todo es eterno mientras dura. Y, paradójicamente, sólo mientras dura puede ser eterno. No parece que la eternidad esté más allá de aquí mismo. Del ahora. Y tal vez esa deba ser nuestra única aspiración de eternidad: disfrutar de lo efímero como si fuera a durar siempre, aunque siempre con el conocimiento, sobre todo para evitar futuras frustraciones, de que lo eterno, simplemente, se acaba.

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