23 febrero 2013

¿Qué hay de la lealtad?

Hasta la supervivencia de una banda de ladrones necesita de la lealtad recíproca.
Antonio Genovesi

Los análisis sobre la situación actual son numerosos hoy. Hay quien le achaca falta de solidaridad al problema de nuestro tiempo. Los hay también quien estiman que es la falta de libertad individual la que ha ocasionado este crisis, ya no sólo política, sino moral y social. También podemos leer que es la mediocridad la que se ha apoderado de todos nosotros, e incluso, la perenne picaresca española.

Tal vez todos y ninguno de estos argumentos sean ciertos. No voy a entrar (hoy) ahí, sino que intetaré enfocar la sociedad española desde el punto de vista de la lealtad: ¿Somos leales los españoles? ¿Somos leales, uno, a nosotros mismos, y dos, a nuestra sociedad y nación?

Los españoles hemos desterrado por completo la lealtad a las instituciones, quizás porque ellas mismas han dejado de ser leales sí mismas como instituciones para empezar a ser útiles a las personas o partidos que las controlan. Las despreciamos sistemáticamente. Somos incapaces de sentir la más mínima empatía o respeta por aquellas que son “de los otros”. Miramos primero el carné y después a la entidad. Son buenas o malas según puros intereses, ya no ideológicos, sino partidistas y sectarios. Pero es que muchas veces no somos leales ni dentro de la secta, sino que anteponemos nuestro interés/beneficio personal al del grupo o conjunto.

¿Por qué sucede esto? Pueden ser muchas causas, e incluso un conjunto de ellas. Lo que a mí me parece claro es que esto sucede porque hemos perdido la grandeza como referencia, el futuro, el largo plazo; y nos desvivimos por el presente, por lo material, por lo físico. Hemos perdido la referencia de gran proyecto y de lo duradero, lo persistente; y ante lo instantáneo y volátil es difícil sentir ninguna lealtad.

La lealtad, el sentirse fiel a los principios de uno, el anteponer el fin más grande sobre el fin personal, está prácticamente desterrada de los valores deseables sociales. Y ante la ausencia de un gran proyecto común ante el que participar y el cual subscribir todo se complica, ya que son la cantidad ingente de micro-proyectos (uno por persona), los cuales suponen la lucha de cada cual por el bienestar individual e inmediato, es fácil comprender por qué no somos leales los unos con los otros: porque las cesiones, en muchas ocasiones, son vistas como derrotas más que como partes imprescindibles del gran puzle social.

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02 febrero 2013

Una Oportunidad Perdida

El sentido moral es de gran importancia. Cuando desaparece de una nación, toda la estructura social va hacia el derrumbe.
Alexis Carrel

Y ya van unas cuantas. España, ese Imperio en el que no se ponía el sol, aunque sus miserias siguen siendo las mismas: fanatismo, corrupción y falsa hidalguía. Uno mira hacia atrás en la Historia de España y todo lo que evoca podría ser una escena cotidiana de la misma España del siglo XXI. Los españoles seguimos siendo los mismos.

Pero esta vez podía haber sido diferente. Estaban todos los ingredientes, el ánimo del pueblo, un referente del que huir, el ansia de democracia y el espíritu henchido de querer mirar hacia delante, de querer salir de ese lastre histórico. Recibimos, además, apoyo internacional, europeo sobre todo. El odio entre paisanos parecía haberse desterrado: los exiliados regresaban, todas las opciones políticas iban siendo incluidas en la construcción de la nueva España, una voluntad de construir un nuevo país. Pero esa oportunidad, más clara incluso que la de 1898, parece haberse esfumado también. Y mucha de la culpa la tenemos nosotros, la ciudadanía, que se ha dejado embaucar en el juego de buenos y malos, que no era otra variante del “pan y circo”, consintiendo barbaridades a “los nuestros” y siendo peores que la secta de los maniqueos para con “los otros”.

Nosotros, los ciudadanos, nos hemos dejado engañar por unas élites políticas que han conseguido hacer pasar la mediocridad por democracia, el cinismo por política y los abusos desde el poder por necesarios. Hemos consentido el enchufismo, la partidización de todas las instituciones del Estado, la corrupción (que siempre es moral), en definitiva.

Hemos llegado a ser ese país que entra en cólera cuando el portero titular es sentado en el banquillo, pero que permanece inmune, como dice Pérez-Reverte, ante Diputados que no tienen ni el graduado escolar. ¿Por qué en el deporta se acepta que sólo puedan jugar los mejores y no se acepta esto mismo en otras facetas de la vida político y social? Somos un país que ve normal que una persona sea alcalde con cinco imputaciones penales.

Parece que el único consuelo que nos queda en este país es el deporte, lo cual da un halo (mínimo, pero halo al fin y al cabo) de esperanza. Dice, de alguna manera, que sabemos trabajar duro, que sabemos luchar, y que podemos ser un gran país. Sólo que en el deporte no consentimos que a nuestro equipo de Primera División lo entrene alguien cuya categoría habitual es Tercera División, y para el resto de cosas, nos conformamos y a veces elegimos de categorías aún inferiores.

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