26 julio 2014

Incertidumbres y Verdades

La verdad os hará libres
Jn 8, 32

Son varias las situaciones en las que verdad e incertidumbre entran en lance una con la otra para ver cuál de las dos se sobrepone. Es uno de los grandes dilemas vitales, para los cuales no hay una solución universal, sino que cada cual, según su condición vital, elegirá una de las dos puertas que se presenta, aunque no siempre la puerta de la verdad queda accesible al que la solicita.

Las verdades pueden ser dolorosas, no cabe duda, pero son verdades. Son bases ciertas sobre la realidad, son un cimiento sobre el que poder apoyar en el futuro el resto de la edificación. La verdad proporciona la seguridad de lo cierto, y aunque aquélla pueda variar incluso a lo largo del tiempo, permiten al arquitecto vital trazar los planos del futuro.

La incertidumbre, por su parte, es inquieta. Nunca descansa. Siempre pretende suplirse a través de probabilidades, de posibles situaciones, las cuales se elaboran con datos parciales. La incertidumbre siempre busca respuesta a partir de indicios, lo cual hace difícil el trabajo con ella. Hay incluso ramas enteras de disciplinas científico-técnicas que tratan del manejo de la incertidumbre, como reducirla y cómo procesarla.

El trabajo con incertidumbre lleva a que la solución encontrada no sea la óptima, sino la probable (probabilidad, como ya hemos comentado, basada en indicios). Y en las leyes de la probabilidad, siempre cabe otra solución, incluso la menos probable. Improbable, en este caso, que no imposibilidad.

La incertidumbre lleva aparejada la especulación. Especulación que no siempre se basa en hechos, sino en las interpretaciones de esos hechos, que son a su vez especulaciones. La incertidumbre lleva por tanto a un castillo de otras incertidumbres, capaces sin lugar a dudar de distorisionar la realidad, de crearnos realidades subjetivas que poco tienen que ver con lo que realmente ocurre.

Sucede asimismo que esta incertidumbre se mezcla con el plano sentimental, con el plano de las emociones, lo que le proporciona aun más distorsión, ocasionando incluso una interpretación completamente surrealista. Sólo la razón sosegada (no la razón emocional, ya vendrá otra entrada sobre estos dos conceptos) es capaz de sentar ciertas bases de certeza, próximas a la verdad.

Como efecto secundario, la incertidumbre puede generar ansiedad, la cual nubla por completo las respuestas y soluciones, ya que la prisa y la necesidad de una verdad precipitan el razonamiento, no haciéndolo completo, sino al revés, sesgado. Queremos una verdad, una base sólida, aunque, valga la paradoja, esta verdad no sea verdadera, sino que es simplemente una solución precipitada fruto del ansia de cimientos vitales.

¿Cómo se reduce la incertidumbre? Sin duda, he aquí la gran cuestión. Cuando uno mantiene la serenidad vital suficiente, la reflexión y el pensamiento pueden ser suficientes. No obstante, cuando no tenemos la claridad necesaria por hallarnos sumergidos en el mar de la incertidumbre, tal vez es necesario elementos ajenos a nosotros (otros individuos, por ejemplo) no sirvan de rosa de los vientos, de brújula en el camino, y nos descifren verdades que a nosotros se nos escapan.

Podemos también intentar aplazar el planteamiento, y poner tiempo de por medio. El tiempo, en ocasiones, hace disminuir la ansiedad y, por ende, la incertidumbre y la claridad de pensamiento.

Lo que parece claro es que el trabajo con incertidumbre es duro, y no siempre lleva a caminos ciertos, sino que la propia incertidumbre se recrea y produce monstruos. Monstruos que, como a Don Quijote le ocurriera con los molinos, sólo nosotros vemos y es fundamental la figura de un Sancho Panza que sepa ponernos los pies en el suelo y devolvernos la claridad en la mente a base de verdades. Y es que, a fin de cuenta, no cabe la libertad ni el descanso sin la guía y la luz de las verdades.

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22 julio 2014

La Necesidad de Expresión

El arte de la expresión no me apareció como un oficio retórico, independiente de la conducta, sino como un medio para realizar plenamente el sentido humano
Alfonso Reyes

Además de la archiconocida libertad de expresión consagrada en las constituciones de todas las democracias, existe, ya alejado del plano político y más próximo al vital, otra circunstancia relacionada con la comunicación y la expresión que es la necesidad de expresión.


Todo ser humano necesita comunicarse y expresar aquello que piensa y siente. Los casos que encontramos en la Historia que contradicen esta regla no son más que héroes que han conseguido superponer la necesidad ante la voluntad. Como excepción que es, confirma la regla, de la misma manera que hace presuponer que la mayoría de mortales se subsumen en la proposición general.

La motivación de esta necesidad puede ser variada. Puede surgir del altruismo humano, del hecho de querer compartir un mundo común, un sentimiento, una opinión o un pensamiento. Puede, también, provenir de la necesidad propiamente dicha, del hecho de que se necesiten a otros individuos para la consecución de una serie de fines más o menos primarios (desde la supervivencia, si se piensa en tribus, hasta un alegato en un juicio, o cualquier otra cosa).

Seguramente sean miles las causas probables de esta necesidad de expresión, aunque, además de las citadas, me gustaría llamar la atención sobre la necesidad de expresión como dimensión vital, es decir, como parte de la construcción del propio individuo. Cuando uno piensa, piensa para sí y no siempre piensa con nitidez ni sabe encajar el pensamiento (muchas veces mezclados con sentimientos, además) en un concepto. El hecho de expresar el pensamiento obliga al pensador a contenerlo en una serie de conceptos abstractos e ir dándole forma. La lengua y, en definitiva, la expresión, ayuda a conocer el pensamiento, a concretarlo, a ponerle nombre, a modelarlo. Y es sobre esos pensamientos concretos sobre los que parece más fácil que el individuo se edifique a sí mismo.

Esta necesidad de expresión puede no mostrarse siempre con la misma intensidad, pero es innegable que en ciertos casos se vuelve apremiante. Uno necesita expresarse para ordenarse. Y muchas veces, el hecho de la expresión resuelve un problema, simplemente por haber sabido ordenar una serie de abstractos no definidos.

Ocurre también a veces que uno quiere decir sin decir, transmitir casi sin querer, de manera sutil, sin que parezca que está expresando nada. Aparecen entonces toda una serie de recursos, como las metáforas o los mensajes entre líneas, próximos al campo del arte. Entonces el transmitente se libera de la carga de la transmisión aunque éste no haya sido recepticia o no pueda confirmarse la recepción. Aun así, la necesidad de expresión ha sido satisfecha, al menos parcialmente.

Posiblemente, y esto en todo caso será motivo de otra entrada, el arte no sea más que una forma de expresión a través de una serie de símbolos conocidos y compartidos en los que el artista se ordene a sí mismo, y que la estética sea ese lenguaje no verbal, y por ende normalmente menos certero, que comparten el que contempla o vive el arte y el artista.

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