Como no me he preocupado de nacer, no me preocupo de morir.
Sin duda un acto involuntario entre los involuntarios es nacer, al menos desde la perspectiva subjetiva, es decir, en primera persona. Nadie nos ha preguntado jamás si deseábamos nacer, si deseábamos existir; y sin embargo lo hacemos, por voluntad de unos padres, y sin posibilidad ni de reproche ni de enmienda; al menos desde un punto de vista ético tradicional (por eso del no suicidio como normal moral) y natural (por eso del instinto de supervivencia).
Una vez se ha nacido, por tanto, no se tiene remedio. Se ha de contentar o resignar uno con lo que tiene. Ha de resolver sus propios dilemas, labrar un futuro y elegir una senda por la que ha de acontecer su vida. Y así, en base de lo que uno vaya escogiendo (y por tanto de lo que uno vaya renunciando) su vida girará en torno a unas u otras cosas, y se llegará a un sitio u otro.
Pero no sólo de nosotros depende nuestra vida. Depende mucho más de lo que somos incapaces de cambiar que de lo que sí. No podemos elegir nuestros padres, ni nuestra cultura, ni nuestra infancia más tierna. Tampoco podemos elegir nuestro país, ni nuestra familia. Debemos aceptarla y con más o menos habilidad y destreza, encauzarla por nuestros apetitos e intereses.
Y es ahí donde reside la verdadera proeza de los hombres: construir una vida, un proyecto de vida, a partir de una base que puede ser totalmente contraria a lo que hubiéramos escogido.
Pero qué injusta es realmente la vida. Determina el dolor o el sufrimiento de una persona sin más criterio que el azar, que la familia, que de donde nazcamos. No nos mira a los ojos, ni nos hacen una prueba psico-técnica; ni nos mira nuestro expediente académico, ni nuestros antecedentes penales o delictivos. Da igual el carácter de cada uno, la bondad o la nobleza. El punto de partida quedará siempre determinado por la suerte o el infortunio.
Y después de tanto lidiar con nuestro destino, con nuestro azar o con nuestras circunstancias (distintos nombres de una misma causa); después de haber sobrevivido, haber sufrido y padecido una vida que nadie nos ha preguntado si queríamos o no vivir, llega la muerte, la inevitable muerte. Y puede que ésta llegue cuando más cariño le habíamos cogido a nuestra existencia, cuando habíamos aprendido a soportar el dolor y a superar los baches de la vida, el mismo azar nos devuelve al mismo sitio de dónde veníamos: la nada.
Federico García Lorca
Sin duda un acto involuntario entre los involuntarios es nacer, al menos desde la perspectiva subjetiva, es decir, en primera persona. Nadie nos ha preguntado jamás si deseábamos nacer, si deseábamos existir; y sin embargo lo hacemos, por voluntad de unos padres, y sin posibilidad ni de reproche ni de enmienda; al menos desde un punto de vista ético tradicional (por eso del no suicidio como normal moral) y natural (por eso del instinto de supervivencia).
Una vez se ha nacido, por tanto, no se tiene remedio. Se ha de contentar o resignar uno con lo que tiene. Ha de resolver sus propios dilemas, labrar un futuro y elegir una senda por la que ha de acontecer su vida. Y así, en base de lo que uno vaya escogiendo (y por tanto de lo que uno vaya renunciando) su vida girará en torno a unas u otras cosas, y se llegará a un sitio u otro.
Pero no sólo de nosotros depende nuestra vida. Depende mucho más de lo que somos incapaces de cambiar que de lo que sí. No podemos elegir nuestros padres, ni nuestra cultura, ni nuestra infancia más tierna. Tampoco podemos elegir nuestro país, ni nuestra familia. Debemos aceptarla y con más o menos habilidad y destreza, encauzarla por nuestros apetitos e intereses.
Y es ahí donde reside la verdadera proeza de los hombres: construir una vida, un proyecto de vida, a partir de una base que puede ser totalmente contraria a lo que hubiéramos escogido.
Pero qué injusta es realmente la vida. Determina el dolor o el sufrimiento de una persona sin más criterio que el azar, que la familia, que de donde nazcamos. No nos mira a los ojos, ni nos hacen una prueba psico-técnica; ni nos mira nuestro expediente académico, ni nuestros antecedentes penales o delictivos. Da igual el carácter de cada uno, la bondad o la nobleza. El punto de partida quedará siempre determinado por la suerte o el infortunio.
Y después de tanto lidiar con nuestro destino, con nuestro azar o con nuestras circunstancias (distintos nombres de una misma causa); después de haber sobrevivido, haber sufrido y padecido una vida que nadie nos ha preguntado si queríamos o no vivir, llega la muerte, la inevitable muerte. Y puede que ésta llegue cuando más cariño le habíamos cogido a nuestra existencia, cuando habíamos aprendido a soportar el dolor y a superar los baches de la vida, el mismo azar nos devuelve al mismo sitio de dónde veníamos: la nada.
4 comentarios:
Inevitablemente después de toda una vida, antes o después a todos nos llega la muerte. Y qué duro es para aquellos que rodean a la persona ver como vuelve a ser, como tú bien dices, la nada. Aunque siempre, hasta que llegue la hora de nuestra muerte, nos quedarán los recuerdos.
Interesante entrada :)
Sí... los recuerdos son otro de de los pilares de la vida. Alguna vez he escrito sobre ellos.
Un saludo, y gracias por participar.
De nada Gonzalo, saludos de Pili jeje
En fin... la causalidad o la casualidad, esa es la cuestión...
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