Frío e insípido es el consuelo cuando no va envuelto en algún remedio.
Hay personas que tenemos un curioso defecto: no nos conformamos con los hechos y siempre queremos saber algo más que consideramos fundamental: el por qué. Bien sabemos que no cambiarán las cosas, que lo que haya sido seguirá siendo, mas sentimos una intensa necesidad bien de sufrimiento, bien de aprender de lo cometido.
El hecho de querer saber la estructura de las consecuencias de los acontecimientos no demuestra sino una resignación ante la realidad. Pero no una resignación pasiva como sufre la mayoría de las personas; si no una activa, un deseo de cambiar el pasado, de arreglar lo roto y de enderezar lo torcido.
Pero sucede también que el hecho de saber demasiado, el hecho de sobrepasar el umbral del conocimiento necesario y básico acontece consigo una serie de desagradables noticias. Mas no por eso se desanima el intelecto para la próxima inquisición; sino que la próxima vez lo tomará como un examen sobre lo ya acontecido una vez.
Y es que, como ya digo, somos así de inútiles. Incapaces de vivir lo que la vida nos proporciona. Vivir los hechos y no los porqués, que son los que muchas veces traen los verdaderos quebraderos de cabeza. Aceptar, resignarse y continuar no basta; es necesario analizar, filosofar, discurrir y por último aprender. Comprender. Entender la esencia de lo que verdaderamente somos, que no es otra cosa sino lo que hacemos.
Por tanto amigos, buscamos los porqués de las cosas en busca de un consuelo, de un razonamiento certero que nos alivie el fracaso. Y nos consuela el porqué porque en él buscamos un eslabón que falla, un trozo de la maquinaria que no estaba lo suficientemente bien encajada, porque de ese porqué, de ese fallo, buscamos al responsable de todo lo que ocurra. Maldecimos ese porqué y nos engañamos creyendo que ese era el problema, cuando el realidad el problema es el hecho en sí. Es, sin duda, una forma más de mirar hacia otro lado, de eximir responsabilidades, de obtener consuelo.
Platón
Hay personas que tenemos un curioso defecto: no nos conformamos con los hechos y siempre queremos saber algo más que consideramos fundamental: el por qué. Bien sabemos que no cambiarán las cosas, que lo que haya sido seguirá siendo, mas sentimos una intensa necesidad bien de sufrimiento, bien de aprender de lo cometido.
El hecho de querer saber la estructura de las consecuencias de los acontecimientos no demuestra sino una resignación ante la realidad. Pero no una resignación pasiva como sufre la mayoría de las personas; si no una activa, un deseo de cambiar el pasado, de arreglar lo roto y de enderezar lo torcido.
Pero sucede también que el hecho de saber demasiado, el hecho de sobrepasar el umbral del conocimiento necesario y básico acontece consigo una serie de desagradables noticias. Mas no por eso se desanima el intelecto para la próxima inquisición; sino que la próxima vez lo tomará como un examen sobre lo ya acontecido una vez.
Y es que, como ya digo, somos así de inútiles. Incapaces de vivir lo que la vida nos proporciona. Vivir los hechos y no los porqués, que son los que muchas veces traen los verdaderos quebraderos de cabeza. Aceptar, resignarse y continuar no basta; es necesario analizar, filosofar, discurrir y por último aprender. Comprender. Entender la esencia de lo que verdaderamente somos, que no es otra cosa sino lo que hacemos.
Por tanto amigos, buscamos los porqués de las cosas en busca de un consuelo, de un razonamiento certero que nos alivie el fracaso. Y nos consuela el porqué porque en él buscamos un eslabón que falla, un trozo de la maquinaria que no estaba lo suficientemente bien encajada, porque de ese porqué, de ese fallo, buscamos al responsable de todo lo que ocurra. Maldecimos ese porqué y nos engañamos creyendo que ese era el problema, cuando el realidad el problema es el hecho en sí. Es, sin duda, una forma más de mirar hacia otro lado, de eximir responsabilidades, de obtener consuelo.
1 comentario:
El pasado no se puede cambiar. Imposible.
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