Nadie llegó a la cumbre acompañado por el miedo.
Vemos a veces que gente de nuestro entorno está involucrada en proyectos que, para nosotros, no van a ningún lado. El hecho de hacerse socio de un club de categorías inferiores de cualquier deporte, ingresar en alguna ONG recién fundada o, por qué no, participar en un partido de ámbito local, o incluso nacional, de poco calado puede parecer a miras de los demás una locura o una pérdida de tiempo.
Y es bastante probable que así quede al final, que después de un sinfín de esfuerzos, el equipo permanezca en tercera división, que la ONG no haya conseguido concluir ningún proyecto, o que el partido no sume más de cuarenta afiliados. ¿Y por qué lo hacemos entonces?
En primer lugar hemos de tener una dosis suficiente de esperanza e ilusión. Un breve atisbo de luz que haga que, dentro de la imposibilidad del mismo, vislumbremos un ápice de posibilidades, que consiga visionar un futuro donde el objetivo haya sido cumplido.
Y en segundo, y probablemente más importante, lugar está la necesidad de activismo, la necesidad de uno de involucrarse en sus ideas de manera activa, de convertirse en protagonista de una ideología o de un proyecto abstracto.
Desde luego es más cómodo señalar desde la barrera o la grada a aquellos que corren el riesgo de caer en el ridículo o en la impotencia, acomodarse a lo que ya hay, formar parte de uno de los dos clubes grandes; pero también es cierto que es mucho más edificante y reconfortante construir piedra a piedra la morada de nuestras ilusiones.
Y es por eso mismo que hay quién se atreve a salirse de lo fácil, de lo común, de lo de todos, para querer construir su propio sueño, su propia idea. Y corre mucho riesgo de caer en saco roto, de esforzarse en nada, pero la plenitud e ilusión que esa persona consigue mientras labra su futuro es inigualable al éxito de alcanzar la meta por el camino marcado.
Y desde luego el culmen sería alcanzar la meta por el camino que nosotros mismos nos hemos marcado, campo a través, por donde nadie antes ha pasado. ¿Y qué tiene de malo intentarlo?
Publio Siro
Vemos a veces que gente de nuestro entorno está involucrada en proyectos que, para nosotros, no van a ningún lado. El hecho de hacerse socio de un club de categorías inferiores de cualquier deporte, ingresar en alguna ONG recién fundada o, por qué no, participar en un partido de ámbito local, o incluso nacional, de poco calado puede parecer a miras de los demás una locura o una pérdida de tiempo.
Y es bastante probable que así quede al final, que después de un sinfín de esfuerzos, el equipo permanezca en tercera división, que la ONG no haya conseguido concluir ningún proyecto, o que el partido no sume más de cuarenta afiliados. ¿Y por qué lo hacemos entonces?
En primer lugar hemos de tener una dosis suficiente de esperanza e ilusión. Un breve atisbo de luz que haga que, dentro de la imposibilidad del mismo, vislumbremos un ápice de posibilidades, que consiga visionar un futuro donde el objetivo haya sido cumplido.
Y en segundo, y probablemente más importante, lugar está la necesidad de activismo, la necesidad de uno de involucrarse en sus ideas de manera activa, de convertirse en protagonista de una ideología o de un proyecto abstracto.
Desde luego es más cómodo señalar desde la barrera o la grada a aquellos que corren el riesgo de caer en el ridículo o en la impotencia, acomodarse a lo que ya hay, formar parte de uno de los dos clubes grandes; pero también es cierto que es mucho más edificante y reconfortante construir piedra a piedra la morada de nuestras ilusiones.
Y es por eso mismo que hay quién se atreve a salirse de lo fácil, de lo común, de lo de todos, para querer construir su propio sueño, su propia idea. Y corre mucho riesgo de caer en saco roto, de esforzarse en nada, pero la plenitud e ilusión que esa persona consigue mientras labra su futuro es inigualable al éxito de alcanzar la meta por el camino marcado.
Y desde luego el culmen sería alcanzar la meta por el camino que nosotros mismos nos hemos marcado, campo a través, por donde nadie antes ha pasado. ¿Y qué tiene de malo intentarlo?
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