La vida no es un problema para ser resuelto, es un misterio para ser vivido.
El siglo XX ha significado sin duda alguna un aumento exponencial tanto en calidad de vida como en progreso de los ciudadanos del mundo, en concreto de los ciudadanos occidentales. Este progreso ha venido propiciado por el desarrollo de las tecnologías de la información así como de un considerable progreso en la ciencia en todos sus disciplinas.
Este progreso tan profundo en la ciencia y la tecnología ha dado lugar, probablemente, a que otros aspectos del ser humano queden relegados a un segundo plano, como puede ser la ética, la autorrealización, las creencias o los principios.
Ha llegado un punto en el que creemos ser dueños y conocedores de todo. Hemos llegado a creer que nada necesitamos salvo un trabajo, una casa y el alimento que nos sostiene como elementos básicos, y algún que otro capricho en el ámbito del placer. Nos sentimos tan sumamente bien que hemos caído en un conformismo constante, relegando las inquietudes y las metas a elementos de la historia.
Hemos vivido sumamente bien durante años, creyendo que todo andaba bien porque satisfacíamos nuestras necesidades. No hemos querido mirar más allá de nuestra nariz, ni hemos querido ser hormigas de fábula, previendo el futuro; es más, hemos sido cigarras despilfarradoras e insolentes.
Hemos hecho de las inquietudes un hobby o una rareza. Nos hemos dormido en la mansedumbre que provoca la tele-basura. Hemos caído en el conformismo absoluto, en el borreguismo más feroz a causa de nuestro bienestar.
Y debe sobrevenirnos el paro y las dificultades económicas para darnos cuenta de que no todo es tan perfecto, cuando se veía a leguas que no podríamos estar toda la vida vendiendo pisos. Siempre fue más importante la codicia que el deber.
Hemos visto a un Gobierno que una legislatura entera no ha movido ni un dedo en prevenirse, en guardarse las espaldas. Y mientras tanto nosotros mirábamos para otro lado, porque nos iba bien.
Sin embargo, debemos de tomar conciencia que siempre quedará mucho por hacer, siempre habrá algo que mejorar, y siempre se podrá pulir algún detalle. Caer en la soberbia de la ilusión de que todo lo sabemos, que todo lo tenemos y que todo es perfecto no es sino adelantar nuestro perecimiento, como bien la historia vuelve a demostrar.
Anónimo
El siglo XX ha significado sin duda alguna un aumento exponencial tanto en calidad de vida como en progreso de los ciudadanos del mundo, en concreto de los ciudadanos occidentales. Este progreso ha venido propiciado por el desarrollo de las tecnologías de la información así como de un considerable progreso en la ciencia en todos sus disciplinas.
Este progreso tan profundo en la ciencia y la tecnología ha dado lugar, probablemente, a que otros aspectos del ser humano queden relegados a un segundo plano, como puede ser la ética, la autorrealización, las creencias o los principios.
Ha llegado un punto en el que creemos ser dueños y conocedores de todo. Hemos llegado a creer que nada necesitamos salvo un trabajo, una casa y el alimento que nos sostiene como elementos básicos, y algún que otro capricho en el ámbito del placer. Nos sentimos tan sumamente bien que hemos caído en un conformismo constante, relegando las inquietudes y las metas a elementos de la historia.
Hemos vivido sumamente bien durante años, creyendo que todo andaba bien porque satisfacíamos nuestras necesidades. No hemos querido mirar más allá de nuestra nariz, ni hemos querido ser hormigas de fábula, previendo el futuro; es más, hemos sido cigarras despilfarradoras e insolentes.
Hemos hecho de las inquietudes un hobby o una rareza. Nos hemos dormido en la mansedumbre que provoca la tele-basura. Hemos caído en el conformismo absoluto, en el borreguismo más feroz a causa de nuestro bienestar.
Y debe sobrevenirnos el paro y las dificultades económicas para darnos cuenta de que no todo es tan perfecto, cuando se veía a leguas que no podríamos estar toda la vida vendiendo pisos. Siempre fue más importante la codicia que el deber.
Hemos visto a un Gobierno que una legislatura entera no ha movido ni un dedo en prevenirse, en guardarse las espaldas. Y mientras tanto nosotros mirábamos para otro lado, porque nos iba bien.
Sin embargo, debemos de tomar conciencia que siempre quedará mucho por hacer, siempre habrá algo que mejorar, y siempre se podrá pulir algún detalle. Caer en la soberbia de la ilusión de que todo lo sabemos, que todo lo tenemos y que todo es perfecto no es sino adelantar nuestro perecimiento, como bien la historia vuelve a demostrar.
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