No existe gran talento sin gran voluntad.
Honoré de Balzac
Nos han contado desde pequeños las vidas de los grandes personajes de la Humanidad, las hazañas de los héroes y la vida ejemplar de los santos. Todo ellos no ha resultado siempre admirable, y esa admiración no es sino nuestra propia limitación a realizar hazañas similares. En otras palabras: sólo admiramos lo que creemos costoso o necesario de esfuerzo.
La admiración es en cierta manera una forma de compadecer; de reconocer de buen grado el valor del otro. Cuando admiramos a alguien, reconocemos a la vez nuestra incapacidad o nuestra pereza, nuestra falta de desea, nuestro abandono a igualar el hito que hizo de esa persona alguien admirable.
Sin embargo, si viéramos posibles en nosotros esa consecución de esos grandes actos, ocurrirían una de dos cosas: o bien nuestra voluntad se pondría manos a la obra en busca del objetivo o la hazaña; o bien la envidia nos cegaría de tal manera que no podríamos reconocer en esa persona su valor, intentado minimizar su logro, intentando desprestigiarlo.
Hablaré de lo primero dejando lo segundo para otro día.
Y es que la voluntad es lo que hace realmente posibles los sueños. Es el querer, el deseo, el que hace que las cosas más inverosímiles se tuerzan reales; y que ningún obstáculo se interpongan en el camino.
Cuando alguien nos cuenta alguna faceta extraordinaria de su vida, por ejemplo, la cantidad de horas que dedica al estudio o a algún proyecto personal, a nosotros nos puede parecer exagerada, admirable. Y sin embargo para esa persona, si ha disfrutado y deseado realmente eso, no ha supuesto tanto esfuerzo como a nosotros puede parecernos. La voluntad aligera la carga del esfuerzo. El querer algo hace su consecución mucho más liviana y accesible. Porque la voluntad es la fe en uno mismo, y la fe, como ya anuncia la Biblia, puede mover montañas.
1 comentario:
Siempre se ha dicho que, cuando te visitan las musas, lo mejor es que te pillen trabajando. Por algo será.
Buena entrada, amigo.
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