12 mayo 2007

Ira


La ira es una locura de corta duración.
Quinto Horacio Flaco

La ira puede ser junto con el amor el sentimiento más puro y profundo que exista. Nunca pasa desapercibida, y rara vez es fácilmente se puede camuflar o disimular. Es fácil leer en el rostro, y en concreto en los ojos, la ira.

La ira y el odio han sido siempre mal vistos. Conducen a la destrucción y al desorden, al caos. Remueven las entrañas de cada individuo y estruja el cerebro para encontrar un modo de crear sufrimiento y malestar. Sin embargo, es esa constante búsqueda y esa constante alteración la que nos mantiene vivos: son las sensaciones las que hacen a uno sentirse realmente vivo.

No llega a molestar el odio. De alguna forma, lo elegimos nosotros. Pero como todas las sensaciones y sentimientos, no dura para siempre, y en algún momento, cesa por completo. Es entonces cuando llegan los efectos secundarios del odio: el arrepentimiento. Una vez que hemos rehusado el cabreo, vemos las cosas de forma diferente; e incluso a veces nos cuesta entender por qué hemos realizado o dicho cosas. Si el odio y el amor duraran para siempre, ambos serían más fáciles de soportar.

Uno cuando está enfadado, debe ser consciente de que ese estado no es para siempre, que en algún momento cesa. Pero eso es lo verdaderamente complicado. Se convierte en uno de los eternos dilemas: razón contra corazón. Es muy difícil de aplicar normas racionales en momentos donde los sentimientos afloran y se encuentran tan presentes. Es complicado medir las palabras ante los impulsos vitales que nos incitan y nos arrastran a decirlas, así mismo pasa con las acciones, que son difíciles de contener cuando en nuestro interior sentimos el deseo de realizarlas a toda costa.

Es aquel que contiene sus emociones y sabe canalizarlas y dosificarlas el que es dueño de sí mismo. El que en cada momento de su vida puede elegir hacia dónde dirigirla, y que además, está seguro de adónde la dirige. Es aquel, el que puede pensar con claridad en medio de la tempestad de sensaciones, el que puede controlar su mano y su lengua en momento de auténtica ira. El que comprende que todo sentimiento es fugaz, que las cosas pasadas un tiempo se conciben de otra manera. El que es suficientemente orgulloso como para no desear arrepentirse de nada de lo que hace, el que es siempre capaz de salirse de su cuerpo por un momento y determinar una decisión correcta, pensando siempre en el futuro y en sus consecuencias.

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