04 febrero 2019

Discursos y Desafección

Las palabras son enanos, los ejemplos son gigantes.
Proverbio suizo

Es parte de las épocas utilizar vocabularios y lenguajes propios. El síntoma de cambio de era es cómo se denominan de manera diferente las mismas cosas. Los eufemismos, a la larga, acaban convirtiéndose en normalidad hasta que éstos comienzan a tener su propia connotación y será preciso (si se quiere cambiar ésta) volver a buscar un nuevo eufemismo. Son, además, estas connotaciones asociadas a las palabras las que de una manera u otra nos hacen cambiar la forma de ver y entender el mundo.


Dentro de las épocas los gremios también reajustan sus vocabularios. Lo que antes era recursos humanos ahora son departamentos de personas. Intentamos jugar con esa connotación que va a asociada a las palabras con la creencia (con cierto fundamento) de que cambiar las palabras cambia lo que hay debajo. Desde luego, y eso creo que es innegable, detrás de estos cambios se esconde una declaración de intenciones. Pero como bien dice el refranero, el infierno está lleno de buenas intenciones.

En el mundo de la empresa, en concreto, en el mundo de los departamentos de recursos humanos dentro de las empresas, hay una tendencia reciente a referir determinadas palabras: talento, valor, etc. Todo el mundo que esté de una manera u otra vinculada al mundo empresarial (y no sólo en este ámbito) estará familiarizado con ellas. Son palabras generalmente vacías que han conseguido llenarse de connotación. ¿Qué es el talento? ¿Qué es el valor? Probablemente nadie sepa dar una definición precisa de a qué se refieren cuando hablan de "generar valor" o "retener talento" simplemente porque no está claro qué es "valor" ni qué es "talento". Esto, por otro lado, es muy sintomático también de los tiempos posmodernos que vivimos, de la modernidad líquida de Bauman, donde las palabras se escurren y deforman según conveniencia.

Lo que creo que a muchos se les escapa es el efecto que puede provocar en sus auditorios los sacerdotes de estas palabras cuando sus acciones no corresponden con el discurso que pronuncian. Es un poco lo que le ha pasado a grandes movimientos redentores a lo largo de la historia, como puede ser el cristianismo o el comunismo. Al oyente medio le provocan rechazo ciertos discursos que contrastan tanto con las acciones que se emplean. No deja de ser cínico que PP y PSOE se presenten como adalides contra la corrupción, por ejemplo. Pues algo así ocurre, pero a menor escala. Y entre estos oyentes habrá, como ocurre entre la militancia de los dos partidos tradicionales españoles, quien siga votando, comulgando e incluso militando en estos; como quien sienta una distancia tal de estos movimientos que le susciten incluso rechazo.

Cuando alguien emprende un discurso transformador corre el riesgo de que, si no lo acompaña de acciones que lo respalden, el desafecto que provoque pueda ser mucho mayor que la simple inacción.

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