08 diciembre 2020

1917

La vida es una gran sorpresa. No veo por qué la muerte no podría ser una mayor.
Vladimir Nabokov

La película 1917 puede ser una de las mejores películas que he visto del año 2019. No siendo muy seguidor del cine bélico, he de reconocer que esta película te sumerge por completo en la tensión y angustia de dos soldados de las trincheras de aquella Primera Gran Guerra del siglo XX. Toda la cinta mantiene la tensión de si los protagonistas conseguirán o no sus objetivos, mezclada con los horrores de la propia guerra. 

Comienza la película con un fotograma de una pradera preciosa donde uno de los soldados protagonistas duerme placenteramente la siesta. Acto seguido, y durante prácticamente toda la película, la cámara gira 180 grados y comienza la oscuridad del campo de batalla y de las trincheras: una metáfora perfecta de la capacidad destructora y de oscuridad de la guerra.

La reflexión sobre la que va a girar este texto es acerca de una escena concreta de la película. Advierto al lector que a partir de aquí se destriparán contenidos del argumento. La escena en cuestión es la muerte del soldado Blake. La reflexión gira en torno a dos aspectos: por un lado, como en la guerra un acto de humanidad con el enemigo puede costar la propia vida. El miedo al enemigo o lo que éste puede hacer contigo, o el propio odio visceral contra el igual que está en frente puede ser superior a los gestos de humanidad que éste presente. Si bien es cierto que, además, el hablar diferentes lenguas cada bando hace mucho más difícil la comunicación humana, el contexto bélico hace incrementar la confianza en el que está en frente y despertar (como fue el caso del piloto alemán) el instinto de supervivencia a toda costa que, paradójicamente, le llevó a la muerte (y a la del soldado inglés que intentó salvarle la vida).

La segunda reflexión en torno a esta escena trata acerca de un aspecto que no sólo se encuentra en el ambiente bélico, sino que puede acontecer en la vida diaria de cualquiera. Esto es, lo repentino de la muerte.

En la película, basta un giro de la cámara hacia un abrevadero de animales para que en ese intervalo de 10 segundos la suerte de uno de los protagonistas cambie por completo. La muerte le llega de repente, con una puñalada en el vientre. Y el mismo protagonista es consciente de lo que esa puñalada supone. Es ese lamento de los minutos posteriores de creer poder haber evitado el desenlace no ayudando al enemigo, por ejemplo, el que incrementa la angustia del soldado. La conciencia de que todo lo anterior (el paso por la trinchera alemana) ha sido en vano desespera aún más al moribundo. 

La conclusión que obtuve de esta escena de la película es que un mínimo acto puede ser fatal, que los acontecimientos pueden torcerse en menos de ir a una fuente a por agua y que son pequeños instantes los que pueden condicionar el curso de la historia de cada uno.

No hay comentarios: