07 marzo 2019

Elementos Religiosos en el Feminismo (I): El Pecado Original

La mayor parte de aquellos que no quieren ser oprimidos, quieren ser opresores.
Napoleón

El último (probablemente ya sea penúltimo cuando escribo estas líneas) hito para defender los supuestos valores de igualdad entre hombres y mujeres ha sido la propuesta de excluir del recreo a los adolescentes varones en un instituto de Andalucía. El motivo o intención, según alegan los promotores, es que los niños "comprendan lo que ha sentido la mujer durante mucho tiempo" (sic).


¿Cuál es el fundamento de estas medidas? ¿La toma de conciencia? Puestos a llevar esta forma de pensar al extremo: ¿Deberían los alemanes sufrir cámaras de gas por parte de los judíos? ¿Deberían los comunistas pasar unas vacaciones en Siberia en algún simulacro de Gulag? Cabe preguntarse entonces: ¿Tiene sentido replicar una injusticia en el tiempo presente para denunciar las que acontecieron en el pasado?


El fundamento, mucho me temo, está bastante alejado de la sana intención con la que nace, y no me refiero tanto a los individuos como a la organización. Aunque sus militantes no sean conscientes, estos movimientos redentores contemporáneos tienen mucho en común con sus homólogos históricos. En concreto, no son pocos los elementos que comparten con el cristianismo. Uno de ellos es el pecado original.

Según la teología católica, todos los seres humanos nacemos con el pecado original, que no es otra cosa que el heredar los pecados de nuestros antepasados en la historia. Es decir, portar la culpa no de nuestros actos sino de aquellos quienes nos han precedido. Contra estos pecados no cabe escapatoria, sólo la aceptación de la culpa congénita y la redención de este pecado mediante un rito (el bautismo), lo que provocará en el individuo su necesidad aceptar los dogmas inherentes al culto en cuestión, o sea, los del cristianismo.

Este mismo pecado original es el que replica el feminismo en la escuela que mencionaba al principio de esta entrada. Un varón nace con la culpa de pertenecer a una estirpe que se ha construido con base en el heteropatriarcado (otro día volveremos a este también elemento teológico). No es esta culpa una idea original dentro del feminismo. Recordemos como en aquel Congreso de Género se invitaba a los asistentes varones a ocupar las filas traseras del auditorio como "símbolo" para huir de su "privilegio" como varones. Curiosamente en este caso el varón que había en la mesa presidencial no cedió el sitio a nadie ni se desplazó. El sacerdocio (al igual que el católico) sigue manteniendo su puesto en el púlpito y sus reglas se rigen por otro código (también podría ser un elemento de análisis en una entrada, como elemento religioso dentro del movimiento general).

Volviendo a la culpa, ¿qué es lo que se esconde detrás de ella en el seno de un movimiento? Pues no es otra cosa que establecer un mecanismo de control y de poder. Insisto en que esta idea no es genuina del feminismo: ya el catolicismo parte de esa culpa y necesita de sus sacerdotes (mediante el sacramento de la confesión/penitencia) para expiarla. Es, además, el sacerdote quien discrecionalmente establece la penitencia y el penitente necesitará su aprobación y validación (aunque sobre esto podría ir más ligado a lo que se llama dentro del feminismo “micromachismos” y que en las religiones tradicionales es “pecado”).

Hoy los varones necesitamos (parece ser) esa penitencia también. Y esto lo establece el sacerdocio del feminismo que se ha erigido ahí no sé muy bien por qué. Sólo me sale argumentar "por obra y gracia de Dios", lo cual las asimila aún más a la ordenación sacerdotal católica. ¿Con qué legitimidad se arroga la autoridad de determinar qué es machista (pecaminoso) o no? ¿Por qué son defensoras de una buena causa? ¿Hay algo, acaso, mejor y más grande que Dios o el amor entre sus hijos, o sea, los seres humanos?

Por fortuna, no he tenido que cumplir ninguna de estas nuevas penitencias feministas y me temo que me negaría en rotundo a llevarla. No entendería que alguien que ha nacido, crecido y vivido en un entorno de completa igualdad tengo que redimirse de los pecados de otros. Y por eso miro con recelo estos nuevos movimientos cada vez más autoritarios. No vale simplemente una causa justa: sus medios han de serlos también. ¿Puede alguien negar la bondad del mensaje del Evangelio? ¿Y puede alguien negar los crímenes que se han cometido en nombre de esta misma buena causa? La Historia está ahí plagada de ejemplos para que aprendamos de ella. No me gustaría ver como otra buena causa se acaba pervirtiendo y convirtiendo en aquello contra lo que precisamente luchaba.

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