20 enero 2011

Vida, Amistad y Muerte

La muerte sólo tiene importancia en la medida en que nos hace reflexionar sobre el valor de la vida.
André Malraux

El azar, la Providencia, el destino, Dios o lo que quiera que sea llega sin avisar. Nunca está a salvo uno de un capricho suyo, de un delirio oportuno. Nadie nos puede garantizar que el camino que seguimos seguirá en la misma dirección para siempre, ni que tampoco lo estará. La vida se rige por infinitas variables. Algunas de las cuales son totalmente incontrolables.

Nadie elige del todo qué personas van a entrar en la vida. Ni con cuáles de ellas se forjará una amistad. Ni tan siquiera cuánto durará esa amistad. Las personas vienen y van, de nuestras vidas, y de la vida en general. Nadie nos dice quién nos traerá la vida y a quién se llevará.

Nunca es fácil saber quiénes son tus verdaderos amigos, quiénes son amigos de verdad. ¿Cómo se mide la amistad? ¿En horas de conversación? ¿En cafés? ¿En borracheras? ¿En el tiempo que se pasa junto a esa otra persona? No queda claro cuál es el parámetro a medir, desde la racionalidad.

Plano distinto es el sentimental, el puro, el auténtico, tal vez. Nadie puede afirmar racionalmente que alguien es tu amigo. Nadie está a salvo de una decepción o traición. No obstante, cada uno puede sentir quiénes considera sus amigos. Y, al menos, mientras así lo sienta, así será. Porque, ante todo, la amistad es un sentimiento. Uno sabe que es amigo de otra persona cuando ésta siente como suyas las desgracias de aquél.

La muerte no avisa a nadie, simplemente llega. Y cuando ésta llega es irreversible. No nos queda sino agachar la cabeza, humildes, y reconocer cuán ínfimos, cuán insignificantes y cuán vulnerables somos.

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