05 mayo 2008

Venganza


Nunca son tan peligrosos los hombres como cuando se vengan de los crímenes que ellos han cometido.
Sándor Márai

Después del puente del día del trabajo, y para los granadinos del día de la Cruz, vuelvo por estos lares, a escribir una vez más el producto de mis pensamientos y reflexiones. Últimamente, me refiero a estos días recientes aunque podría valer prácticamente para el año y medio de blog, me planteo con más frecuencia el dilema entre razón y corazón, sentimiento y pensamiento; y una vez, como tantas otras veces, no llego a ninguna conclusión clara.

Cuando alguien nos hace algún mal, la tendencia mayoritaria de los seres humanos es contrarrestar ese mal en forma de otro mal, lo que se conoce como venganza. Hay miles de obras literarias y morales que tratan el tema, las cuales en su mayoría concluyen que la venganza no conduce a nada y es plenamente inútil. Sin embargo, yo creo que todo es cuestión de puntos de vista.

La enseñanza del antiguo testamente ya nos mostraba la venganza como un tema de justicia “ojo por ojo, diente por diente”, que evolucionó a la versión del nuevo testamento que rechazaba esta postura por la del “pon la otra mejilla”. La Humanidad tiende a hacer livianos los castigos conforme evoluciona. Véanse la abolición de la pena de muerte y los tratos en las cárceles.

La venganza al fin y al cabo sigue siendo una cuestión de justicia, de justicia personal, de uno contra el ofensor. No aporta más beneficio que la satisfacción humana de ver sufriendo a quién sufrir nos hizo; y sin embargo, eso es más que suficiente para saciar una sed y atenuar el dolor.

La venganza es un sentimiento, algo que nace desde el instinto, desde el dolor, desde la pasión; y solamente se ve rebajada, reducida o desviada por esa parte racional de nosotros mismos, que es parte de la socialización, que nos llama a la paz, al orden y al sosiego. Lo instintivo es vengar, no quedarse quieto, ni perdonar.

Durante muchos años la venganza ha sido legítima e incluso defendida. Forma parte del honor del medievo, del honor de caballeros. Y la sociedad, conforme ha ido progresando, ha ido encasillando la venganza entre lo malo, hasta excluirle toda legitimidad e incluirla en delito.

Ocurre con la venganza que nos da un punto fijo en el norte, en muchas ocasiones sustituyendo eso que nos ha sido privado o reemplazándose por el sufrimiento recibido. Se convierte en un estandarte, en un quehacer, una meta. Cuando a alguien le mataban un padre o un hijo, la venganza de su muerte era el sustituto perfecto para las horas que habría de pasar disfrutando de la compañía del ser querido. Al final, la venganza es un cambio de prioridades, una nueva lista de objetivos vitales, en muchos casos necesarios para la propia supervivencia.

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