27 mayo 2008

Influencias


Influir en una persona supone darle nuestra alma
Oscar Wilde

Por mucho que nos empeñemos y por mucho que queramos jamás podremos ser totalmente independientes, y por ende, totalmente libres. En la entrada anterior hablaba de una dependencia emocional, y ésta la dedicaré a una dependencia intelectual y de pensamiento.

Creemos que pensamos por nosotros mismos, mas nunca es así. Somos parte de esa masa enorme que se mueve al son de los medios de comunicación y de las grandes figuras del país. Lo hacemos subconscientemente, sin enterarnos, sin ser molestados. Solamente tenemos que poner la televisión (o cualquier otro medio, pero la televisión es el que más expectación genera) y escuchar. Y en nosotros se habrán quedado las ideas y valores que éstos transmiten. Sin quererlos.

Pero es que igual nos pasa en la vida cotidiana. Continuamente andamos rodeados de personas, muy diversas entre ellas. De todas ellas adquirimos algo, aunque sea un “así no actuaré en la vida”. Nuestro pensamiento no es más que la confluencia de muchos pensamientos. No existe un verdadero pensamiento propio. Existe una correcta mezcla de pensamientos ajenas que acabamos por hacer nuestro, pero únicamente hacemos es obtener de cada idea aquello que nos gusta, que nos parece bueno o que nos parece útil.

Sin querer, recibimos la influencia de otras personas. Ya desde pequeños nuestros padres nos inculcan sus valores e incluso sus gustos. Y cuando crecemos, el procedimiento no cambia, lo que cambia es nuestro universo de personas, es decir, que conforme nos vamos haciendo mayor, recibimos ideas de muchas más personas que cuando éramos chicos, que sólo recibíamos de nuestros padres.

Y esto seguirá así siendo toda la vida. Iremos poco a poco configurando nuestro pensamiento, y a la vez, nosotros sin quererlo, configurando el de la persona con que hablemos.

Y habrá quien nos influya más, y quien menos. Y eso depende también del respeto y admiración que profesemos por esa persona. Alguien a quién admiramos siempre nos aportará a nuestro pensar mucho más que aquel a quién despreciamos. Nos quedamos siempre con lo que nos agrada, lo que nos gusta.

Queremos imitar aquello que a nosotros nos resulta vistoso o agradable. Al final, queremos que el resto sienta la admiración que nosotros sentimos por quién hace o piensa eso que lo hace digno de admiración para nosotros. Después de todo, es vanidad, subconsciente pero vanidad. Queremos que sientan por nosotros aquello que nosotros sentimos acerca de ese alguien que influye en nosotros.

1 comentario:

Gonsaulo Magno dijo...

"¿Y qué es la vanidad si no ansia de sobrevivirse?"
Miguel de Unamuno