20 mayo 2008

Vagar por la Vida


Cada uno de nosotros tiene un día, más o menos triste, más o menos lejano, en que, por fin, debe aceptar que es un hombre.
Jean Anouilh

Como cuando uno se baja del autobús o tren en una ciudad desconocida, a veces uno se levanta de la cama y no reconoce su entorno ni, lo que es aún peor, a sí mismo. La lucha interna, el yo contra el yo, es una guerra abierta desde nuestro nacimiento hasta nuestra muerte. Y como en todas las guerras, hay batallas más y menos duras, batallas que pasan a la historia y otras que permanecen en el olvido.

La continua lucha interior es bien disimulada en épocas en que uno parece saber adonde va. Se mantiene firme, consigo mismo, y consigue “encarcelar” sus dudas temporalmente, arrinconar sus dilemas e ignorar sus inquietudes. Pasan todos estos problemas existenciales a un segundo plano, como algo oculto, pero siempre presentes.

Y después de un largo tiempo, o no tan largo, de la vida; un día uno se levanta, se mira a sí mismo por dentro, y se pregunta “¿a dónde vas?”. Y es entonces cuando no sabe responderse. Llevaba uno varias días, semanas o meses siguiendo un punto en el horizonte, un supuesto oasis de felicidad, una meta fija; y cuando quiere acordar, ha perdido su estela, y se encuentra perdido ante él mismo.

Todo sigue igual que seguía. Las mismas obligaciones, los mismos hábitos; pero ahora, los interrogantes vuelven a salir al frente, la duda ataca de manera feroz y nos coge tan de sorpresa que no sabemos defendernos. No tenemos argumentos preparados. Ni auto-convencimientos. No tenemos excusas ni motivos, ni objetivos, ni metas ni sueños claros. Nos quedamos entonces parados, siendo apaleados por el vacío.

¿Y cuánto dura esto? Lo que uno quiera que dure. Lo que uno tarde en volver a priorizar, en volver a establecer un orden en su vida, unas metas, unos porqués.

Y mientras tanto, vivir sin deseo alguno llega a ser tan desagradable, o incluso más, que la certeza de no poder alcanzarlos nunca. Más que andar vagas por el mundo, como una nube por el cielo, sin una parada a la vista, sin un fin asequible. Te sientes como el turista que antes bajó del autobús, sintiendo todas las calles iguales, rodeado de desconocidos y sin un lugar fijo al que ir. Vaga uno por las calles hasta que decide que parte de la ciudad es la que desea visitar. Y entonces pone fin a su agonía.

1 comentario:

Ank-Su-Ra dijo...

o decide que vagar es lo más fácil y se queda vagando eternamente detrás de un sueño inalcanzable pero como y confortable...
engañándose, al fin y al cabo