La vida no es un problema para ser resuelto, es un misterio para ser vivido.
Cada día más, el hombre mira más a la cara a Dios. Lo tutea con más frecuencia. A lo largo de la Historia, se le ha reservado a Dios el misterio de la vida y la capacidad de otorgar la muerte, dejando al ser humano un papel meramente pasivo, observador y sumiso respecto a ésta. Hoy, sin embargo, el hombre es capaz de crear vida e intenta disponer la hora de la muerte.
La eutanasia, el suicidio asistido, la muerte digna o como quiera que lo quieran llamar está abriéndose un hueco en el debate social. Apelando a la máxima expresión del liberalismo y tendiendo quizás al libertinaje, el hombre reclama lo que es suyo: su vida. Hace esta reclamación en un contexto egoísta, suponiendo que la vida de uno no afecta más que al individuo e ignorante de su marco social, sus relaciones de afecto extendidas y los sentimientos de sus allegados.
La vida y la muerte han sido siempre tarea de la Naturaleza y de los dioses; cubriéndolas siempre con un halo de misterio. Misterio, que como todos los demás, le otorga cierto encanto.
Algo se vuelve vulgar cuando el encanto del misterio desaparece, cuando todo el mundo tiene acceso a él. Es algo parecido a las leyes de la oferta y la demanda de la economía: cuantas menos personas poseen un secreto, alguna información o algún poder; más deseado se vuelve, más interesante y más se engrandece su valor.
La muerte siempre ha estado al alcance de la mano. Todo el mundo tiene fácil el suicidio. Pero la Naturaleza ha sido sabia y ha escondido la muerte detrás del dolor, haciendo al hombre huir de éste y por tanto alejándolo inconscientemente de la muerte. El progreso ha hecho que la muerte se desvincule cada vez más del dolor, haciéndola pues en ocasiones, incluso apetecible.
Lo único que separa ahora al ser humano a la muerte es la conciencia, la ética, los valores. Desgraciadamente, cada día tenemos más acceso al avance, la tecnología y el progreso, lo que hace que los valores se degraden. El honor y la dignidad cada día son más secundarios, por ser innecesarios. El placer y el bienestar alimentan nuestras necesidades y no encontramos razón para la abstinencia. El exceso de placer y bienestar producen la vulgarización de éste, apartándolo del lujo y acercándolo a lo habitual. Y es que mientras nos vaya bien, el resto da igual.
Tal vez la muerte sea un tema demasiado serio como para dejar que esté al alcance de todos y degradarla de valores. Démosle el misterio y el encanto que posee.
Dediquémonos a la vida y dejemos a la Naturaleza que sea ella la que disponga de la muerte. La muerte será digna si la persona en cuestión ha estado durante su vida envuelta de dignidad.
Anónimo
Cada día más, el hombre mira más a la cara a Dios. Lo tutea con más frecuencia. A lo largo de la Historia, se le ha reservado a Dios el misterio de la vida y la capacidad de otorgar la muerte, dejando al ser humano un papel meramente pasivo, observador y sumiso respecto a ésta. Hoy, sin embargo, el hombre es capaz de crear vida e intenta disponer la hora de la muerte.
La eutanasia, el suicidio asistido, la muerte digna o como quiera que lo quieran llamar está abriéndose un hueco en el debate social. Apelando a la máxima expresión del liberalismo y tendiendo quizás al libertinaje, el hombre reclama lo que es suyo: su vida. Hace esta reclamación en un contexto egoísta, suponiendo que la vida de uno no afecta más que al individuo e ignorante de su marco social, sus relaciones de afecto extendidas y los sentimientos de sus allegados.
La vida y la muerte han sido siempre tarea de la Naturaleza y de los dioses; cubriéndolas siempre con un halo de misterio. Misterio, que como todos los demás, le otorga cierto encanto.
Algo se vuelve vulgar cuando el encanto del misterio desaparece, cuando todo el mundo tiene acceso a él. Es algo parecido a las leyes de la oferta y la demanda de la economía: cuantas menos personas poseen un secreto, alguna información o algún poder; más deseado se vuelve, más interesante y más se engrandece su valor.
La muerte siempre ha estado al alcance de la mano. Todo el mundo tiene fácil el suicidio. Pero la Naturaleza ha sido sabia y ha escondido la muerte detrás del dolor, haciendo al hombre huir de éste y por tanto alejándolo inconscientemente de la muerte. El progreso ha hecho que la muerte se desvincule cada vez más del dolor, haciéndola pues en ocasiones, incluso apetecible.
Lo único que separa ahora al ser humano a la muerte es la conciencia, la ética, los valores. Desgraciadamente, cada día tenemos más acceso al avance, la tecnología y el progreso, lo que hace que los valores se degraden. El honor y la dignidad cada día son más secundarios, por ser innecesarios. El placer y el bienestar alimentan nuestras necesidades y no encontramos razón para la abstinencia. El exceso de placer y bienestar producen la vulgarización de éste, apartándolo del lujo y acercándolo a lo habitual. Y es que mientras nos vaya bien, el resto da igual.
Tal vez la muerte sea un tema demasiado serio como para dejar que esté al alcance de todos y degradarla de valores. Démosle el misterio y el encanto que posee.
Dediquémonos a la vida y dejemos a la Naturaleza que sea ella la que disponga de la muerte. La muerte será digna si la persona en cuestión ha estado durante su vida envuelta de dignidad.
2 comentarios:
Complicado tema amigo mío. Ojalá la vida no nos ponga en situación o trance como el que señalas.
Yo pienso que si al mundo venimos sin quererlo ni pedirlo, sí tenemos derecho a dejarlo cuando y cómo nos patezca, sin lesionar intereses más legítimos, pos supuesto.
Es un tema complicado desde luego. Aunque haya escrito la entrada, no acabo de tenerlo claro yo del todo. Por una parte es cierto lo que dices; pero un gran poder lleva una gran responsabilidad (que dirían en Spiderman). Uno ha de estar suficientemente ecuado para saber elegir bien.
Un saludo!
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