12 julio 2008

Vistas al mar


Para aprender a rezar no hay como viajar por mar.
Proverbio inglés

Llevo casi una semana sin escribir por aquí. Se debe a que he estado una semana recibiendo un cursillo en Almuñécar y no he tenido acceso a Internet desde allí como para escribir una entrada.

Para los que somos muy de interior y que no disponemos de vacaciones estivales en la costa, el mar nos impacta bastante. Ya no sólo el mar como cantidad ingente de agua que no alcanza fin, sino el mar como sistema de vida, como cultura.

Cierto es que el mar no deja indiferente a nadie; y es más, a muchos poetas, donde quizás el más representativo sea Alberti, ha influida de manera especial. El mar (la mar para los que gozan siempre de su compañía) provoca paz. El simple hecho de respirar el aire salino, la monotonía de las olas, el ruido de las gaviotas ya provoca en el espíritu una serenidad implacable.

Tuve la suerte de visitar la casa de un conocido desde cuya terraza se divisaba la bahía donde se asienta la Herradura. Sin duda, una de las vistas contempladas por mi mismo (que no es de fotografía) que jamás haya visto.

¿Qué suponen unas buenas vistas? Bienestar. El hecho de contemplar algo agradable, algo bello, supone ante todo bienestar. La belleza nos tranquiliza, nos relaja, nos agrada. Influye en el alma, en el espíritu. La percepción sensorial ataca de manera directa a nuestras emociones y sensaciones. Así, al igual que la música puede provocar en nosotros sentimiento totalmente adversos dependiendo de la música que escuchemos; y al igual que para descargar adrenalina no podemos escuchar una balada ni para relajarnos una canción de heavy metal; para relajarnos ayuda de forma considerable lo que la vista perciba; acompañado siempre por el resto de sentidos.

Al bienestar del alma se llega con la tranquilidad de los sentidos y con la calma espiritual, como puede ser la ausencia de preocupaciones o de cargo de conciencia. Y el descanso del alma llega pues con el bienestar de la misma.

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