06 julio 2008

Conversiones


Desgraciados los hombres que tienen todas las ideas claras.
Louis Pasteur

Toda persona a lo largo de su vida sufre una evolución, tanto en aspecto físico, como en pensamiento; aunque dentro de esa evolución, siempre se mantiene una esencia, una identidad. Se mantiene en el pensamiento igual que un rostro sigue identificando a una persona a lo largo de su vida.

Hay ideas que se mantienen fijas toda la vida. Más que ideas, principios, conductas, actitudes. Quizás las ideas sobre algo concreto vayan evolucionando, mutando y cambiando; pero el punto de vista siempre es el mismo. Punto de visto no me refiero a la interpretación o a la idea, sino el proyector que proyecta la idea. En un símil, las ideas son los rollos de película que va cambiando y la persona la máquina cinematográfica.

Y es tal vez el que más se ha aferrado a una idea, el más obstinado, el más defensor de una inmutabilidad en los principios, de una perennidad en el pensamiento, defensor del pensamiento único, el que más radical hace el cambio.

Será por eso que dicen que los conversos sean los peores. Y tal vez sea así. Antiguamente, cuando alguien cambiaba de religión, éste se convertía más exigente con los ritos, mucho más prácticamente que el cristiano viejo. Esto podía deberse a dos cosas: o ha caído en la cuenta de su craso error y necesita enmendar su pasado, o bien necesita la aprobación del sector original de la idea.

Pues bien, esto mismo sucede con las personas cuando cambian de ideas por otras contrapuestas: que radicalizan su comportamiento. Y el motivo puede seguir siendo el mismo que el de los antiguos conversos; o el reconocimiento del error, o la necesidad de aceptación por sus antiguos contrapuntos ideológicos y ahora nuevos compañeros de pensamiento.

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