19 noviembre 2007

Odio


El odio del contrario es el amor del semejante: el amor de esto es el odio de aquello. Así, pues, en sustancia, es una cosa misma odio y amor.
Giordano Bruno

Hay quien cree que la vida está basada en pasiones; que somos esas pasiones y que debemos escuchar el corazón a cada instante de nuestras vidas. Otras corrientes del pensamiento piensan sin embargo que las pasiones entorpecen al ser humano, que sólo son un impedimento para distraer al hombre de su senda. Quizás ambas sean ciertas.


No todas las pasiones deben ser positivas; hay también pasiones negativas que a su vez indagan en cada uno de nosotros, en lo más profundo de nuestras almas. Uno de ellas es el odio. Un hombre que odia puede ser la estampa más terrorífica que pueda hallarse a lo largo de la vida. Y se incrementa si además considera el odio como razón de ser y/o motivo de existencia.

Todos hemos odiado alguna vez. Algunos más, otros menos. El ser humano es demasiado mezquino como para no haber odiado jamás. Igual de mezquino que amando.

No se tiene capacidad de odiar ni de amar. Se tiene capacidad de sentir, inteligencia emocional. Y aquel que bien ama, bien puede odiar; y aquel que tanto ama, eso mismo puede ser capaz de odiar. Estos sentimientos pueden ser los extremos del amplio segmento del corazón.

Muchas veces sucede que nos creemos incapaces de sentir alguna de estos dos sentimientos; y este escepticismo se amplía cuando sentimos su opuesto. Pero todos sabemos odiar; y a veces odiamos tanto que dejamos de saber por qué odiamos; y nos llega hasta a dar igual. Sucede también que es a veces el odio el que nos mantiene vivos, el que nos da un sentido. Podemos llegar a amanecer por odiar, por una venganza; y odiando podemos sentirnos completos, e incluso felices; con una menta, con un objetivo.

Pero uno de los problemas que tienen los sentimientos llevados a su extremo, como cualquier otro extremo, es que no son infinitos; que son temporales, que se van un día al igual que vinieron, y podemos llegar a ser incapaces de comprender ni recordar la semilla de nuestro odio. Todo sentimiento nos parece ridículo mirando hacia atrás.

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