19 diciembre 2017

Absolutos, Relativos y Convenciones

Sólo hay una máxima absoluta y es que no hay nada absoluto.
Auguste Comte

Uno de los peligros a los que se enfrenta la libertad de pensamiento en los tiempos actuales es el exagerado “derecho a la ofensa” que los individuos posmodernos se arrogan: toda persona se considera hoy en día en la potestad de expresar ofensa ante alguna opinión o expresión, cuando en muchas de las ocasiones lo que subyace no es sino simple desacuerdo. Es este un peligro a mi entender en el sentido de que limita y coarta ciertas exploraciones del pensamiento alejadas de la aceptación dominante, la cual a veces también se esconde bajo el eufemismo de “lo políticamente correcto”.

Sin ser defensor, vaya esto por delante, de que toda opinión es igual de válida y todo se puede expresar libremente, observo cierta tendencia a la relativización creciente del mundo: al depender todo de mi exclusivo entendimiento (o mis sentimientos, los cuales son susceptibles de ofensa), tengo la potestad de desmontar ideas no bajo el prisma común de la razón sino con el egoísta del sentimentalismo.

Todo esto acaba con el debate. Supone un veto permanente, una no necesidad de explicar nada, de convencer. Rápidamente apelo a mis sentimientos y al ser estos individuales e intransferibles, nada puede hacerse al respecto. El riesgo del relativismo es el mismo que el del abstracto: cabe todo.

Un debate tradicional ha sido el de lo absoluto contra lo relativo. ¿Existen los absolutos? ¿Es todo relativo? El debate es probablemente inagotable. Lo que pretendo en estas líneas es simplemente dar un par de brochazos al respecto del tema, que en el fondo no es sino el problema de la convivencia humana y sus conductas sociales.

Que todo sea relativo, como ya denunció algún filósofo, es una paradoja en sí misma: la formulación de este axioma básico y “absoluto” hace que, precisamente, no todo sea relativo, ya que este propio axioma no lo sería. Aun así, más allá de los juegos de lógica y las palabras, la relatividad llevada al extremo parece no ser una solución por, entre otros muchos argumentos, lo dicho al comienzo de esta entrada.

¿Existe entonces lo absoluto? ¿Hay algo que haya perdurado a lo largo del tiempo? Tal vez aquí lo absoluto pueda confundirse con la idea de Dios para algunos, aunque si exploramos un poco la Historia, rápido caeremos en la cuenta de que hasta esta idea de Dios ha sido mutada a lo largo del tiempo.

Parece por tanto definir la existencia de lo absoluto, si bien es cierto que hay problemas, conductas y dilemas que se repiten a lo largo de los siglos de una manera casi idéntica, aunque bien distintas han sido sus soluciones. No se trata tampoco de que cada individuo se dicte sus propias normas para la relación social (relativismo) sino de trazar normas que son distintas (y por tanto no absolutas) según en el momento del espacio y del tiempo que nos encontremos.

¿No es acaso lo que se llama absoluto, entonces, algo meramente convencional? ¿No se han regido las distintas sociedades por distintas normas? ¿No se han resuelto los problemas vitales y terrenales de maneras diferentes en función de una época y geografía? Y si es así, ¿quién determina las convenciones? ¿cómo se imponen? ¿cómo se cambian? ¿cómo se explicitan? ¿cómo se sancionan? ¿el legítimo que las convenciones aplasten al individuo? Todo estos son problemas viejos que dejamos para otras entradas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hoy en día la libertad de expresión y de pensamiento terminan donde empiezan las susceptibilidades de los demás.

A propósito: buen artículo.

Gonsaulo Magno dijo...

Muchas gracias por tu comentario. Tal vez este artículo haya que actualizarlo a 2020. Gracias por leer y comentar.

Un saludo.