Cualquiera que se tome demasiado en serio corre el riesgo de parecer ridículo. No ocurre lo mismo con quien siempre es capaz de reírse de sí mismo.
Uno de los grandes miedos que tiene el ser humano es el miedo al ridículo. Podemos entender como “quedar en ridículo” aquella situación, provocada por algo que hemos dicho o hecho, que queda alejada de lo que el grupo, ante el cual mostramos el “ridículo”, piensa o actúa.
Es el ridículo por tanto una característica social. Nadie hace el ridículo solo. Necesita salirse uno de los cánones de lo corriente, de las mayorías, o de al menos de lo concebido como “normal”, para entrar en el terreno de lo ridículo.
El ridículo también tiene una connotación de fracaso. No se concibe el ridículo sin una previa aspiración a demostrar la valía personal de uno. Sólo si uno consiente ser excéntrico o excepcional considera que no está cayendo en el “ridículo”. Si uno es sorprendido en un acto comprometido, puede sentir en ridículo.
Pero quizás la característica más significativa del ridículo es que no tenga sus consecuencias de manera inmediata. Lo que a una persona puede provocarle vergüenza, o sentido del ridículo, es el posterior recordatorio o reproche respecto de lo que dijo o hizo, no en el momento concreto.
Nos da miedo el ridículo muchas veces porque sentimos que siempre nos recordarán y nos señalarán como diferentes. Nos da miedo precisamente porque tenemos miedo a ser diferentes, porque no queremos destacar, porque nos gusta más observar que ser observados.
Todo esto último, lógicamente, no es aplicable a esas personas que quieren destacar, porque, en ese caso, pese a cometer ridículo y a ser ellos conscientes de ello, lo disfrazan de voluntad o de acto diferencial (en el sentido de que marca la diferencia).
Es probable que el sentirse en ridículo sea un signo de inferioridad. Es uno mismo el que se siente en ridículo, no el grupo quien nos pone. En ocasiones, aunque ciertas personas intenten evidenciar nuestro ridículo, somos nosotros al final los que cedemos y lo reconocemos. En el momento en que otorgamos la razón a este grupo, empezamos a sentir ridículo. Si por el contrario nos mantenemos firmes en nuestra posición, nos reafirmamos. Hayamos hecho lo que hayamos hecho, no podríamos hablar de ridículo, porque aunque nos acusen, somos nosotros los que finalmente decidimos.
Lo que sucede normalmente es que estamos sometidos a “lo normal” y somos pronto conscientes de si algo está o no dentro de ese ámbito. Tenemos un sentido del ridículo que va intrínsecamente ligado a la sociedad y a la cultura. Quizás una de las maneras para evitar el ridículo sea simular que uno estaba convencido de lo que hacía o decía en el momento en cuestión.
Václav Havel
Uno de los grandes miedos que tiene el ser humano es el miedo al ridículo. Podemos entender como “quedar en ridículo” aquella situación, provocada por algo que hemos dicho o hecho, que queda alejada de lo que el grupo, ante el cual mostramos el “ridículo”, piensa o actúa.
Es el ridículo por tanto una característica social. Nadie hace el ridículo solo. Necesita salirse uno de los cánones de lo corriente, de las mayorías, o de al menos de lo concebido como “normal”, para entrar en el terreno de lo ridículo.
El ridículo también tiene una connotación de fracaso. No se concibe el ridículo sin una previa aspiración a demostrar la valía personal de uno. Sólo si uno consiente ser excéntrico o excepcional considera que no está cayendo en el “ridículo”. Si uno es sorprendido en un acto comprometido, puede sentir en ridículo.
Pero quizás la característica más significativa del ridículo es que no tenga sus consecuencias de manera inmediata. Lo que a una persona puede provocarle vergüenza, o sentido del ridículo, es el posterior recordatorio o reproche respecto de lo que dijo o hizo, no en el momento concreto.
Nos da miedo el ridículo muchas veces porque sentimos que siempre nos recordarán y nos señalarán como diferentes. Nos da miedo precisamente porque tenemos miedo a ser diferentes, porque no queremos destacar, porque nos gusta más observar que ser observados.
Todo esto último, lógicamente, no es aplicable a esas personas que quieren destacar, porque, en ese caso, pese a cometer ridículo y a ser ellos conscientes de ello, lo disfrazan de voluntad o de acto diferencial (en el sentido de que marca la diferencia).
Es probable que el sentirse en ridículo sea un signo de inferioridad. Es uno mismo el que se siente en ridículo, no el grupo quien nos pone. En ocasiones, aunque ciertas personas intenten evidenciar nuestro ridículo, somos nosotros al final los que cedemos y lo reconocemos. En el momento en que otorgamos la razón a este grupo, empezamos a sentir ridículo. Si por el contrario nos mantenemos firmes en nuestra posición, nos reafirmamos. Hayamos hecho lo que hayamos hecho, no podríamos hablar de ridículo, porque aunque nos acusen, somos nosotros los que finalmente decidimos.
Lo que sucede normalmente es que estamos sometidos a “lo normal” y somos pronto conscientes de si algo está o no dentro de ese ámbito. Tenemos un sentido del ridículo que va intrínsecamente ligado a la sociedad y a la cultura. Quizás una de las maneras para evitar el ridículo sea simular que uno estaba convencido de lo que hacía o decía en el momento en cuestión.
3 comentarios:
Yo tengo mucho sentido entonces jejejeje, pero depende de las situaciones... el caso es que el día que no hago un poco el ridículo luego me sienta mal, no lo tengo que dejar. Saludos.
justo y precisamente lo que necesitaba leer hoy mismo. Pues si, no olvidemos la situación más caracteristica de entre todas de "hacer conocer cuando nos sentimos atraidos por una persona"... ese panico escécido que sepa yo ser desciubiertos... miedo al ridiculo, inseguridad de ser correspondido, pero es curioso que incluso con la certeza de una negativa, se tiene ese pánico la ridículo... tú lo has dicho... nseguridad¡¡
Es un fenómenos curioso el del ridículo...
Muchas gracias a los dos por participar :-)
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