El azar sólo favorece a quien sabe cortejarlo.
Los juegos de azar tienen ingrediente que le añaden adicción respecto a los otros: la incertidumbre. Parece que el hecho de no tener un control absoluto sobre el juego sino dejar una pequeña parte al azar convierte al entretenimiento en una cosa mucho más interesante que sin este factor de suerte.
Ganar en un juego de azar nos da una sensación parecida a la de predecir el futuro. Nos hace creer por un momento que nuestra inteligencia o intuición está por encima de la del resto, y somos, por un momento al menos, superiores a los demás. Ganar es adictivo, pero ganar sin saber muy bien por qué, multiplica su adicción.
El juego nos atrae porque queremos controlar el azar, queremos ser capaces de saber qué es lo que va a pasar; y aunque sabemos que es algo imposible, nos empeñamos en ello. Nos gusta creer que controlamos el futuro, que sabemos qué es más o menos cierto, que el azar se puede racionalizar, se le pueden asignar reglas; pero lo cierto es que una infinidad de factores incontrolables que pueden alterarse para que un partido no lo gane el, a priori, favorito.
Hay incluso quien siente una extrema atracción por el riesgo, por la emoción. La sensación que provoca en el cuerpo no la pueden urdir tan fácilmente, y necesitan continuamente de incertidumbre y de victoria con incertidumbre. Es, posiblemente, lo que le pase a los ludópatas, o lo que sienta cualquier jugador de ruleta rusa, ya que no se ha de estar en condiciones muy normales como para jugarse la vida tan aleatoriamente.
Es curioso como lo incontrolable y misterioso tiene tantos adeptos, aunque tal vez sea ese el motivo de su éxito.
Charles Nicolle
Los juegos de azar tienen ingrediente que le añaden adicción respecto a los otros: la incertidumbre. Parece que el hecho de no tener un control absoluto sobre el juego sino dejar una pequeña parte al azar convierte al entretenimiento en una cosa mucho más interesante que sin este factor de suerte.
Ganar en un juego de azar nos da una sensación parecida a la de predecir el futuro. Nos hace creer por un momento que nuestra inteligencia o intuición está por encima de la del resto, y somos, por un momento al menos, superiores a los demás. Ganar es adictivo, pero ganar sin saber muy bien por qué, multiplica su adicción.
El juego nos atrae porque queremos controlar el azar, queremos ser capaces de saber qué es lo que va a pasar; y aunque sabemos que es algo imposible, nos empeñamos en ello. Nos gusta creer que controlamos el futuro, que sabemos qué es más o menos cierto, que el azar se puede racionalizar, se le pueden asignar reglas; pero lo cierto es que una infinidad de factores incontrolables que pueden alterarse para que un partido no lo gane el, a priori, favorito.
Hay incluso quien siente una extrema atracción por el riesgo, por la emoción. La sensación que provoca en el cuerpo no la pueden urdir tan fácilmente, y necesitan continuamente de incertidumbre y de victoria con incertidumbre. Es, posiblemente, lo que le pase a los ludópatas, o lo que sienta cualquier jugador de ruleta rusa, ya que no se ha de estar en condiciones muy normales como para jugarse la vida tan aleatoriamente.
Es curioso como lo incontrolable y misterioso tiene tantos adeptos, aunque tal vez sea ese el motivo de su éxito.
1 comentario:
A ese último párrafo se le podría añadir: "Como tantas otras cosas de la vida".
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