Entre col y col, lechuga.
Los horarios son necesarios para cualquier organización de un sistema. La coordinación se hace en base al tiempo, y éste es el que queda reflejado en esa tabla de tiempos, ¿o cómo podríamos organizar un curso docente sin un horario concreto?
El hecho de tener prefijada la semana desde antes de que ésta llegue por el horario laboral o académico hace caer en lo que popularmente se denomina “rutina”: el hacer, por ejemplo, todos los lunes del año iguales en el sentido de realizar las mismas actividades a las mismas horas.
Esta rutina proporciona un hábito, un orden; lo que hace que las actividades se realicen más eficientemente que si se dejaran al libre albedrío de cada uno. El orden al fin y al cabo aporta conocimiento. Si uno sabe que Fulanito va a trabajar de 8 a 3 de la tarde de lunes a viernes, sabe que la manera de contactar con él es mediante el teléfono del trabajo o bien en su oficina o donde quiera que trabaje. Si por el contrario sólo sabemos que trabaja 40 horas semanales, sin un horario, su localización en un momento concreto puede complicarse. Es un ejemplo estúpido, pero puede extrapolarse a otras cuantas cosas.
El problema de este orden es que da la sensación de falta de libertad. El hecho de que se pueda prever lo que vas a realizar cada mañana de un día laborable nos hace sentir como esclavos de esa rutina, mientras que el que tiene que trabajar 40 horas a la semana únicamente, puede realizar esas horas cuando estime más oportuno o más le apetezca.
El romper con la rutina se convierte a veces casi en un anhelo o esperanza. Nos hace sentir dueños de nuestra vida, de nuestros actos. Nos creemos por un momento únicos dueños de nuestros destinos, jefes en nuestras vidas, siervos de nuestra voluntad.
El orden es siempre necesario cuando se quiere eficiencia. Pero hemos de reconocer que es aburrido. Todos necesitamos de vez en cuando salir de nuestro día a día habitual, ser un poco la nota discordante y sentir que somos nosotros los que llevamos el timón de nuestras vidas.
Refrán
Los horarios son necesarios para cualquier organización de un sistema. La coordinación se hace en base al tiempo, y éste es el que queda reflejado en esa tabla de tiempos, ¿o cómo podríamos organizar un curso docente sin un horario concreto?
El hecho de tener prefijada la semana desde antes de que ésta llegue por el horario laboral o académico hace caer en lo que popularmente se denomina “rutina”: el hacer, por ejemplo, todos los lunes del año iguales en el sentido de realizar las mismas actividades a las mismas horas.
Esta rutina proporciona un hábito, un orden; lo que hace que las actividades se realicen más eficientemente que si se dejaran al libre albedrío de cada uno. El orden al fin y al cabo aporta conocimiento. Si uno sabe que Fulanito va a trabajar de 8 a 3 de la tarde de lunes a viernes, sabe que la manera de contactar con él es mediante el teléfono del trabajo o bien en su oficina o donde quiera que trabaje. Si por el contrario sólo sabemos que trabaja 40 horas semanales, sin un horario, su localización en un momento concreto puede complicarse. Es un ejemplo estúpido, pero puede extrapolarse a otras cuantas cosas.
El problema de este orden es que da la sensación de falta de libertad. El hecho de que se pueda prever lo que vas a realizar cada mañana de un día laborable nos hace sentir como esclavos de esa rutina, mientras que el que tiene que trabajar 40 horas a la semana únicamente, puede realizar esas horas cuando estime más oportuno o más le apetezca.
El romper con la rutina se convierte a veces casi en un anhelo o esperanza. Nos hace sentir dueños de nuestra vida, de nuestros actos. Nos creemos por un momento únicos dueños de nuestros destinos, jefes en nuestras vidas, siervos de nuestra voluntad.
El orden es siempre necesario cuando se quiere eficiencia. Pero hemos de reconocer que es aburrido. Todos necesitamos de vez en cuando salir de nuestro día a día habitual, ser un poco la nota discordante y sentir que somos nosotros los que llevamos el timón de nuestras vidas.
2 comentarios:
Buen partido, amigo. Yo estoy volviendo a las cnachas y me hubiera gustado echar más rato. Se os ve fuertes. Os falta algo de altura en la zona, pero le echáis cojones al baloncesto ¿eh?
Una alegría ese "enfrentamiento"
Concuerdo con vos. El romper con la rutina está bueno para no estancarnos... por ejemplo en una relación, ¿no? No sólo en un trabajo o cualquier otra actividad que hagamos a menudo, con un horario establecido. A veces la rutina nos trae plata y satisfacciones materiales, pero nos aleja de la emoción, la pasión, la espontaneidad.
Cuidate, suerte!
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