Ser independiente es cosa de una pequeña minoría, es el privilegio de los fuertes.
El hombre siempre tiende a marcar sus propias lindes intelectuales y emocionales. No consiente ninguna tutela, salvo que de ella espere algún beneficio, intuya comodidad ante la subversión o sea intelectualmente débil para dar el paso de la emancipación. Ser sensiblemente independiente es un estado más cercano a la utopía que a la realidad.
El entorno siempre será un factor que nos condicione; y cuando la condición sea relativa a los estados del ánimo o a los sentimientos, la condición se tornará más bien incondición, ya que en muchas ocasiones seremos incapaces de decidir y sólo podremos dejarnos llevar por lo que el corazón dicta.
Pasamos gran parte de nuestra vida luchando contra nosotros mismos, queriendo deshacernos de esa dependencia, buscando la quietud del alma a través de la independencia. No es una búsqueda de ausencia de sentimientos. No se trata de convertirnos en piedras. Se trata de decidir cuándo sentir y cuándo no. Esa es la esencia de la independencia: la decisión del momento.
Muchas veces nos sentimos subalternos de otra persona, siendo además conscientes del poder moral que esas otras personas tienen sobre nosotros, como son por ejemplo nuestros padres. Pero durante toda la vida no sentimos la necesidad de salir de ese condicionamiento emocional y moral, de esa pseudo-esclavitud sentimental. Hasta que un día queremos decidir cómo vestir, qué comer, cuándo salir y dónde vivir. Y es cuando, en ocasiones, irrumpe el conflicto.
Craso error es confundir la dependencia con la distancia. El hecho de estar lejos o cerca no nos hace más o menos independientes (a nivel emocional). El corazón no entiende de kilómetros. Y hoy en día menos aún con el avance de las comunicaciones, donde una llamada a cualquier parte del mundo se ha convertido en algo rutinario.
La distancia únicamente proporciona distracción. Es la voluntad, y no siempre, la que proporciona independencia. Es uno el que decide cuándo ha de seguir su camino y cuándo las opiniones y decisiones de los demás son más o menos importantes que las de uno mismo.
Friedrich Nietzsche
El hombre siempre tiende a marcar sus propias lindes intelectuales y emocionales. No consiente ninguna tutela, salvo que de ella espere algún beneficio, intuya comodidad ante la subversión o sea intelectualmente débil para dar el paso de la emancipación. Ser sensiblemente independiente es un estado más cercano a la utopía que a la realidad.
El entorno siempre será un factor que nos condicione; y cuando la condición sea relativa a los estados del ánimo o a los sentimientos, la condición se tornará más bien incondición, ya que en muchas ocasiones seremos incapaces de decidir y sólo podremos dejarnos llevar por lo que el corazón dicta.
Pasamos gran parte de nuestra vida luchando contra nosotros mismos, queriendo deshacernos de esa dependencia, buscando la quietud del alma a través de la independencia. No es una búsqueda de ausencia de sentimientos. No se trata de convertirnos en piedras. Se trata de decidir cuándo sentir y cuándo no. Esa es la esencia de la independencia: la decisión del momento.
Muchas veces nos sentimos subalternos de otra persona, siendo además conscientes del poder moral que esas otras personas tienen sobre nosotros, como son por ejemplo nuestros padres. Pero durante toda la vida no sentimos la necesidad de salir de ese condicionamiento emocional y moral, de esa pseudo-esclavitud sentimental. Hasta que un día queremos decidir cómo vestir, qué comer, cuándo salir y dónde vivir. Y es cuando, en ocasiones, irrumpe el conflicto.
Craso error es confundir la dependencia con la distancia. El hecho de estar lejos o cerca no nos hace más o menos independientes (a nivel emocional). El corazón no entiende de kilómetros. Y hoy en día menos aún con el avance de las comunicaciones, donde una llamada a cualquier parte del mundo se ha convertido en algo rutinario.
La distancia únicamente proporciona distracción. Es la voluntad, y no siempre, la que proporciona independencia. Es uno el que decide cuándo ha de seguir su camino y cuándo las opiniones y decisiones de los demás son más o menos importantes que las de uno mismo.
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