Conciencia del tiempo es igual a estrés y agotamiento corporal y emocional.
Shirley MacLaine
Cada día que pasa está más cerca febrero. Febrero es un mal un tanto maldito para los universitarios. Nuestra siembra de todo un cuatrimestre está a punto de ser cosechada, y las conciencias de más de uno empiezan ya a florecer lamentando no haber hecho más cuando se pudo. Vienen los agobios, los estreses la recopilación de apuntes. Pero la suerte ya está echada.
Es singular la sensación de agobio. Y cada cual tiene su manera de exteriorizarla. Las hay muy particulares y diversas, desde comer chocolate hasta reventar, hasta andar con un humor de perros. Pero cierto es que cuando se mira a alguien agobiado ve uno su reacción ante la dificultad.
Porque el agobio no es sino el desborde de una situación, la creencia de incapacidad ante las situaciones, el miedo al fracaso. Y como todo miedo, provoca en nosotros un reacción sublime y desmesurada.
Poco a poco nos vamos convenciendo de que tampoco es para tanto. Intentamos relativizar. Nada es tan importante. Hay otra convocatoria en septiembre, y si no, pues el año que viene la volvemos a cursas y esta vez, nos decimos, sí me la preparo desde el principio. Nos auto-convencemos. Nos tranquilizamos y nos proponemos hacer lo que podamos.
No obstante, para algunos que tienen el deber muy arraigado, no es consuelo suficiente, y tardan en consolarse más de lo habitual. Duermen nada más que regular y no rinden lo que debieran porque su mente está más encaprichada en ver cómo resolver el problema que en el resolverlo en sí.
Y por fin pasa febrero. Y sin saber los resultados, concluimos que tampoco era para tanto, que somos unos exagerados. Y en parte tenemos razón. Pero cierto es también que el diluvio no pareció tanto una vez hubo pasado.
Es singular la sensación de agobio. Y cada cual tiene su manera de exteriorizarla. Las hay muy particulares y diversas, desde comer chocolate hasta reventar, hasta andar con un humor de perros. Pero cierto es que cuando se mira a alguien agobiado ve uno su reacción ante la dificultad.
Porque el agobio no es sino el desborde de una situación, la creencia de incapacidad ante las situaciones, el miedo al fracaso. Y como todo miedo, provoca en nosotros un reacción sublime y desmesurada.
Poco a poco nos vamos convenciendo de que tampoco es para tanto. Intentamos relativizar. Nada es tan importante. Hay otra convocatoria en septiembre, y si no, pues el año que viene la volvemos a cursas y esta vez, nos decimos, sí me la preparo desde el principio. Nos auto-convencemos. Nos tranquilizamos y nos proponemos hacer lo que podamos.
No obstante, para algunos que tienen el deber muy arraigado, no es consuelo suficiente, y tardan en consolarse más de lo habitual. Duermen nada más que regular y no rinden lo que debieran porque su mente está más encaprichada en ver cómo resolver el problema que en el resolverlo en sí.
Y por fin pasa febrero. Y sin saber los resultados, concluimos que tampoco era para tanto, que somos unos exagerados. Y en parte tenemos razón. Pero cierto es también que el diluvio no pareció tanto una vez hubo pasado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario