Un experto es un hombre que ha dejado de pensar: sabe.
La verdad es que no acostumbro a dejar tanto espacio temporal entre una entrada y otra, pero las circunstancias han impedido que haya tenido tiempo para sentarme delante del ordenador y escribir. Tampoco es que haya tenido una necesidad imperiosa de escribir, ningún tema que me tenga el cerebro ocupado lo suficiente como para apartar los apuntes y dedicarme al pensamiento.
Lo cierto es que no soy muy partidaria de la dedicación exclusiva. Me gusta más la variedad, la diversidad; me gusta más un menú de degustación que una hinchada de un plato concreto (aunque he de reconocer que si es mi plato favorito me lo pienso). En la variedad está el gusto, que decían.
La vida laboral, y por desgracia cada vez más la educativa, actual está orientada a una continua especialización, a la perfección en una materia concreta, al “expertismo”. Por suerte o por desgracia, los humanistas e ilustrados están siendo relegados a lecciones de historia y a utopías.
Tal vez sea porque cada vez hay un conocimiento más amplio, en el que es necesario ahondar para poder conocer con precisión un tema; o tal vez sea un fallo de la perspectiva de la educación, cada vez más pragmática, olvidando que el saber nunca sobra, y que todo lo sabido puede aplicarse en materias insospechadas.
Se nota también en el estudio universitario, donde las carreras de ciencias (ciencias puras me refiero) están cayendo en detrimento de las técnicas, ingenierías y demás. Como lo teórico, lo puramente inteligible pierde frente lo práctico y palpable.
El saber nunca está de más pienso yo; y el hecho de conocer algo más que lo necesario siempre te da ventaja sobre el resto. El conocimiento es algo que no siempre se sabe dónde y cómo se va a emplear. Y como no ocupa lugar, nunca está de más tenerlo.
Frank Lloyd Wright
La verdad es que no acostumbro a dejar tanto espacio temporal entre una entrada y otra, pero las circunstancias han impedido que haya tenido tiempo para sentarme delante del ordenador y escribir. Tampoco es que haya tenido una necesidad imperiosa de escribir, ningún tema que me tenga el cerebro ocupado lo suficiente como para apartar los apuntes y dedicarme al pensamiento.
Lo cierto es que no soy muy partidaria de la dedicación exclusiva. Me gusta más la variedad, la diversidad; me gusta más un menú de degustación que una hinchada de un plato concreto (aunque he de reconocer que si es mi plato favorito me lo pienso). En la variedad está el gusto, que decían.
La vida laboral, y por desgracia cada vez más la educativa, actual está orientada a una continua especialización, a la perfección en una materia concreta, al “expertismo”. Por suerte o por desgracia, los humanistas e ilustrados están siendo relegados a lecciones de historia y a utopías.
Tal vez sea porque cada vez hay un conocimiento más amplio, en el que es necesario ahondar para poder conocer con precisión un tema; o tal vez sea un fallo de la perspectiva de la educación, cada vez más pragmática, olvidando que el saber nunca sobra, y que todo lo sabido puede aplicarse en materias insospechadas.
Se nota también en el estudio universitario, donde las carreras de ciencias (ciencias puras me refiero) están cayendo en detrimento de las técnicas, ingenierías y demás. Como lo teórico, lo puramente inteligible pierde frente lo práctico y palpable.
El saber nunca está de más pienso yo; y el hecho de conocer algo más que lo necesario siempre te da ventaja sobre el resto. El conocimiento es algo que no siempre se sabe dónde y cómo se va a emplear. Y como no ocupa lugar, nunca está de más tenerlo.
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