31 marzo 2008

El Instinto de Conservación Intelectual II


Uno a uno, todos somos mortales. Juntos, somos eternos.
Apuleyo

Estos días, desde que leí el capítulo tercero del ensayo de Unamuno, sigo pensando en la eternidad, en nuestra vanidad como seres humanos y en qué nos lleva a tal punto. Por supuesto no he sacado nada en claro.

La necesidad de una existencia es algo latente en el ser humano. El hombre debe reafirmarse a sí mismo cada día, y debe los demás reafirmarlo a uno. Tiene una especia de sentido del deber a hacer las cosas de “manera correcta”. Lo que difiere normalmente es el concepto de “correcto”.

Todos necesitamos una aprobación de los demás, incluso más que de nosotros mismos. El concepto que se tiene de nosotros es casi tan importante como lo que somos realmente. Muchas veces vivimos únicamente para legitimar ese concepto, cambiarlo o adquirir nuevos. Queremos ser más que somos. Y queremos ser para no sentir la resignación de una vida en vano.

La eternidad, la gloria, la inmortalidad, la intemporalidad no es más que una reafirmación de nosotros mismos. Es un asentimiento de la Historia y de la Humanidad hacia personas que han cumplido unas expectativas, que han sabido salirse de la senda marcada o que han destacado por cualquier motivo. La eternidad es una reafirmación, una aprobación que conceden los hombres a quienes realizar algo extraordinario.

Y como bien indica el concepto, debe ser algo que esté fuera de los ordinario, algo que no sea normal ni fácilmente realizable. Y es en esa búsqueda de lo extraordinario cuando uno mismo necesita sentirse diferente, especial. Y quien consigue la unicidad, la exclusividad de un pensamiento, obra o acto es aquel que habrá alcanzado la gloria, la inmortalidad del recuerdo, la eternidad de su nombre.

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