28 diciembre 2014

El fin y los medios en la política española actual

No tardará en transigir con el fin quien está dispuesto a transigir con los medios.
Arturo Graf

Una de las grandes cuestiones de la filosofía es la de si el fin justifica los medios. Especial relieve toma en consideración, o al menos visibilidad, esta pregunta en el ámbito político en el que las sociedades más justas (fines) deben ser soportadas y llevadas a cabo por unas políticas, hechos y acciones concretas (medios).


Aparte de mi consideración particular de que la democracia es un medio que supone un fin sí mismo (respeto a la ley, soberanía nacional, libertades y derechos fundamentales, etc.) cada vez me encuentro más evidente la diferencia en el plano político español entre unos partidos y otros.

Distingo, y vaya por delante que todo esto es una mera reflexión personal y no una verdad científica ni objetiva, de partidos que parecen estar obsesionados con el ganar unas elecciones, a toda costa, para (no lo dudo) llevar a cabo una transformación de la sociedad una vez se haya alcanzado el poder. Los discursos llevan consigo un tinte demasiado electoralista y, en algunas ocasiones, a sus líderes se les ha podido oír hablar de la necesidad de ganar, y que hay que ganar a toda costa.

Pareciera de estos partidos que hubieran pervertido el fin, que se supone que es la transformación social, por el hecho de ganar unas elecciones y alcanzar el poder, que podría suponerse a priori que es un medio.

Por el contrario, distingo otros partidos (uno destaca sobre el resto) en los que veo más nítida la voluntad de transformación de la sociedad por encima de los resultados electorales, en los que no aprecio tanto un discurso sobre la necesidad de ganar y la necesidad de que el cambio en la sociedad se transforme “desde arriba” (desde el gobierno), sino que más bien procuran ser un espejo en el que el resto de fuerzas políticas haya necesariamente que reflejarse.

Estos partidos reciben innumerables críticos, incluso desde sus mismo afiliados. Y tal vez sean estos afiliados los que en cierta manera, mediados por la impaciencia y por el mimetismo con el resto de fuerzas, pierden de vista el fin de la política, que no es sino transformar la sociedad en una sociedad mejor. Cambiar el mundo en definitiva.

Para mí, merecen mucha más admiración y respeto aquellos partidos que conciben las elecciones como algo secundario y que entienden que el mundo puede cambiarse no sólo a través del poder, sino a través del ejemplo. Seguramente una vez alcance el poder, éste los malee lo suficiente como para perder esta esencial, pero me cuesta otorgarles la presunción de buena fe a aquellos partidos (y sus líderes y militantes) que encuentran en el gobierno la única manera de transformar el mundo, la única manera de influir. Y desconfío, porque ya no sé hasta qué punto el fin de se ha desvirtuado de un “cambio de la sociedad” a un “alcanzar el poder”, habiéndo el primero venido a ser un medio en lugar del fin.

La política, como casi todo en la vida, nos sumerge en un mundo particular en el que se hacen perder las referencias. Cuando nos inmiscuimos tanto en algo a veces se nos diluyen los originales objetivos por otros que primeramente fueron meros medios. No sólo ocurre en la política, sino en el arte, en el trabajo e incluso las relaciones. Tal vez por ello se haga imprescindible la filosofía y el pensamiento distante.

En definitiva, desconfío de quien ansia de manera explícita el poder, ya que entiendo que éste no debe ser sino un medio, y veo en este cambio de objetivos/prioridades un peligro de que el poder sea el nuevo fin y su mantenimiento se haga a toda costa. Por eso prefiero aquellos discursos y medidas que van orientadas a un cambio en la sociedad, aunque no sean populares, pero estén guiadas por la razón y el deseo de convertir la sociedad en un sitio mejor. Aunque sea al margen de estar en el gobierno y acariciar de cerca el poder.

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