09 noviembre 2010

Dolor, Superficie y Moral

Llamamos peligrosos a los que poseen un espíritu contrario al nuestro, e inmorales a los que no profesan nuestra moral.
Anatole France

Realmente en los tiempos que corren se hace difícil la defensa del toreo y de los toros. Se hace difícil, entre otras cosas, porque la argumentación y el debate no transcienden más allá de la sangre que el animal derrama y de la bestia que finalmente yace muerta en la arena.

Sacado fuera del contexto, fuera de toda la nobleza que encierra el toreo, alejado de todas la tradición que recoge y de más de los dos mil años de historia y evolución que culminan con una corrida actual de toros, el espectáculo puede ser desagradable, igual que tal vez podría parecer (de nuevo fuera de contexto) la veneración pública de la imagen de un hombre clavado en un instrumento de tortura, sangrando por el costado (a la Semana Santa, me refiero).

Pero es que si nos quedamos en el dedo que señala en vez de girarnos hacia donde indica, es imposible comprender nada. Difícilmente comprensible puede ser algo a lo que somos ajenos. ¿Se entienden acaso el ayuno o las mortificaciones hoy como elementos de purificación del cuerpo?

Y sin embargo nos reímos (algunos por fuera, otros por dentro) de todo aquello que supone un sacrificio ante lo sobrenatural, la renuncia de los placeres o cualquier otro rito que implique la lucha entre lo intangible y lo corpóreo. Despreciamos, como digo, lo que no comprendemos.

Tal vez no sea yo el más indicado para explicar las razones y simbologías del toreo (aunque sí que existe una magnífica obra de José María de Cossío que puede ilustrar a algún interesado); pero que sí que descubro entre tanta “protección de los derechos de los animales” una forma más de imponer una moral, un pensamiento, una ideología, unos valores, unos principios o simplemente una forma de entender la vida. Se impone la moral del que no ha aprendido, ni quiere aprender a sufrir, sobre el que asume el dolor y la injusticia como una parte más de la vida.

Miremos por ejemplo a algunos activistas ecológicos. Refugiados en la defensa de los animales, bajo la bandera de la protección animal, son incluso capaces de herir gravemente a personas. ¿Cómo se entiende que una persona pueda herir de muerte o matar a otra por la defensa de un animal? ¿Es que llegan a estar por encima los animales que las personas? ¿O es que más bien se trata de la imposición de una moral bajo el falso pretexto de la defensa animal?

O para reflejar la superficialidad de otros, ¿por qué pueden comer cerdo o pollo y son incapaces de comer ciervo o caballo? ¿Es que los ciervos son animales de primera y los cerdos de segunda? ¿O no será más bien que es la imagen, la personificación, la superficialidad lo que realmente importa? ¿Acaso no son todos animales?

Pareciera que ni en las granjas ni en los mataderos se maltrataran animales, que allí les pidieran por favor que murieran, y si es posible, que se desangraran solos también para evitar así la impresión de la sangre.

Vivimos en una sociedad y en una cultura en la que no se enseña a sufrir, en la que todo se da regalado y en la que nada cuesta nada. Una sociedad en la que no se suspende a los niños para no contrariarlos, en las que el dolor, la muerte o el sacrificio son palabras tabú. Hemos creado una falsa sensación de seguridad, de comodidad y de facilidad para engañarnos a nosotros mismos. Pero la realidad es bien distinta. La vida a veces puede ser tremendamente dura. Muchos quedan sorprendidos y traumatizados cuando la descubren. Vivimos en la época de las depresiones porque nadie nunca nos ha enseñado a encajar el dolor. Pero el dolor es parte inherente de la vida, y tarde o temprano nos encontraremos con él.

El no al toreo es una parte más de la ultrasensibilidad y superficialidad de los tiempos que corren. Es paradójico que quienes protestan por la muerte animal lo hacen vestidos con ropas hechas por niños-esclavos. Pero la esclavitud en China no se ve, y por lo tanto, no importa.

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