04 septiembre 2009

Atletismo


El deporte no forja el carácter, lo pone de manifiesto.
Heywood Hale Broun

Tal vez porque desde la lejanía y la ignorancia todo es mucho más difuso, el atletismo para mí nunca había supuesto ningún atractivo salvando las competiciones veraniegas internacionales. Visto desde fuera (desde donde aun yo lo sigo viendo) el atletismo resulta monótono, sacrificado y ausente de emoción.

Todas estas observaciones desde luego son ciertas; pero ahora que uno va poco acercándose al mundillo de salir a correr (por imposición más que por vocación) va descubriendo diferentes características de este deporte que lo hacen un poco más atractivo.

En primer lugar es un deporte barato y fácil de prácticas en cualquier lado. Se puede, y casi siempre es así, practicar solo; lo cual exime de dependencia alguna con respecto a otras personas para practicarlo (como puede ser cualquier deporte de equipo). Pero más allá de las superficialidades, el atletismo es probablemente la mejor forma de plasmar la lucha contra uno mismo, de la evolución personal. El salir a correr es un continuo reto contra la distancia y contra el tiempo: más kilómetros en menos segundos.

Presupone, en quien lo practica, una fuerza de voluntad y una capacidad y ansia de superación. Es la lucha de uno mismo contra el tiempo.

Una vez introducido levemente en el mundillo comprende un poco más (o quiere comprender, al menos) la sensación que puede provocar el ganar un oro en unos Juegos Olímpicos o un mundial. Debe ser el culmen de la lucha, ya no sólo con uno mismo, sino con el resto de personas que también luchan contra sí mismos. Es ser el mejor. Es sin duda un sacrificio para el cual tal vez sea poco premio el preciado metal.

Es por el afán de superación y la percepción de evolución por lo que, desde mi punto de vista, el atletismo merece la pena. Y es que, como bien rezaba aquel anuncio, el espíritu olímpico está en todos nosotros.

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