22 julio 2014

La Necesidad de Expresión

El arte de la expresión no me apareció como un oficio retórico, independiente de la conducta, sino como un medio para realizar plenamente el sentido humano
Alfonso Reyes

Además de la archiconocida libertad de expresión consagrada en las constituciones de todas las democracias, existe, ya alejado del plano político y más próximo al vital, otra circunstancia relacionada con la comunicación y la expresión que es la necesidad de expresión.


Todo ser humano necesita comunicarse y expresar aquello que piensa y siente. Los casos que encontramos en la Historia que contradicen esta regla no son más que héroes que han conseguido superponer la necesidad ante la voluntad. Como excepción que es, confirma la regla, de la misma manera que hace presuponer que la mayoría de mortales se subsumen en la proposición general.

La motivación de esta necesidad puede ser variada. Puede surgir del altruismo humano, del hecho de querer compartir un mundo común, un sentimiento, una opinión o un pensamiento. Puede, también, provenir de la necesidad propiamente dicha, del hecho de que se necesiten a otros individuos para la consecución de una serie de fines más o menos primarios (desde la supervivencia, si se piensa en tribus, hasta un alegato en un juicio, o cualquier otra cosa).

Seguramente sean miles las causas probables de esta necesidad de expresión, aunque, además de las citadas, me gustaría llamar la atención sobre la necesidad de expresión como dimensión vital, es decir, como parte de la construcción del propio individuo. Cuando uno piensa, piensa para sí y no siempre piensa con nitidez ni sabe encajar el pensamiento (muchas veces mezclados con sentimientos, además) en un concepto. El hecho de expresar el pensamiento obliga al pensador a contenerlo en una serie de conceptos abstractos e ir dándole forma. La lengua y, en definitiva, la expresión, ayuda a conocer el pensamiento, a concretarlo, a ponerle nombre, a modelarlo. Y es sobre esos pensamientos concretos sobre los que parece más fácil que el individuo se edifique a sí mismo.

Esta necesidad de expresión puede no mostrarse siempre con la misma intensidad, pero es innegable que en ciertos casos se vuelve apremiante. Uno necesita expresarse para ordenarse. Y muchas veces, el hecho de la expresión resuelve un problema, simplemente por haber sabido ordenar una serie de abstractos no definidos.

Ocurre también a veces que uno quiere decir sin decir, transmitir casi sin querer, de manera sutil, sin que parezca que está expresando nada. Aparecen entonces toda una serie de recursos, como las metáforas o los mensajes entre líneas, próximos al campo del arte. Entonces el transmitente se libera de la carga de la transmisión aunque éste no haya sido recepticia o no pueda confirmarse la recepción. Aun así, la necesidad de expresión ha sido satisfecha, al menos parcialmente.

Posiblemente, y esto en todo caso será motivo de otra entrada, el arte no sea más que una forma de expresión a través de una serie de símbolos conocidos y compartidos en los que el artista se ordene a sí mismo, y que la estética sea ese lenguaje no verbal, y por ende normalmente menos certero, que comparten el que contempla o vive el arte y el artista.

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