28 junio 2013

El Imperio de la Voluntad

El espíritu cree naturalmente y la voluntad naturalmente ama; de modo que, a falta de objetos verdaderos, es preciso apegarse a los falsos.
Blaise Pascal

Vivimos tiempos en los que la racionalidad vuelve a ceder terreno en pos de la voluntad. No seré yo defensor del ultrarracionalismo, pero sí entiendo que determinadas cuotas mínimas de razón siempre son necesarias, máxime en determinados temas que tienden a derivarse por la senda de las pasiones.

Cada día se suceden más cantos a la voluntad, como fuente omnipotente. La voluntad, el querer, es justificación suficiente para todo. La reflexión sobre el bien o el mal, e incluso el análisis coste-beneficio han sido completamente postergados. Lo que importa es hacer lo que uno quiere. Y porque uno lo quiere. Todo ello enmascarado tras una suerte de derecho natural, muchas veces conceptualizado como “derecho a decidir” que no es sino un “imperio de la voluntad”, donde las apetencias de cada cual legitiman cualquier actuación de la índole que sean en el amplio abanico que va desde ir medio desnudo por la calle hasta la secesión de territorios o el aborto. Incluso se admite (moralmente) que Diputados (poder legislativo) se manifiesten fuera de los cauces previstos ante la sede del máximo órgano del Poder Judicial, porque “se tiene derecho”. Todo se basa en un “tener derecho”. Y nada es más que la exteriorización de la voluntad con máscaras de legitimidad.

Quien proclama y vive esta filosofía no sabe el peligro que corre, pues todo el mundo tiene voluntad y, por tanto, derecho a todo. La voluntad nunca podrá ser absoluta para todo el mundo, ya que siempre colisionará con otras voluntades, y entonces, ¿cuál ha de prevalecer? ¿La que mejor sepa recubrirla de la legitimidad? ¿La más fuerte? ¿La más ruidosa? Porque quien renuncia al Derecho para aplicar el “derecho a decidir”, imagino, no apelará al Derecho para solucionar las controversias de las voluntades.

Ignorar o no respetar el derecho ajeno supone dar pie a que hagan lo mismo con los propios. ¿Estamos dispuestos a ello? Ningún derecho es absoluto. Ninguno. Y lo que percibo es una tendencia a absolutizar un serie de querencias o intenciones en pro de un interés concreto, volitivo y particular, de manera completamente ajena a las reglas, si es necesario.

Renunciar a la razón y dejarlo todo subordinado a la voluntad puede suponer el enfrentamiento visceral de facciones y a la fractura social. Los gestos y actitudes también erosionan la convivencia, fomentan el enfrentamiento. No sé si quien levanta la bandera de la voluntad (muchas veces de manera inconsciente) sabe qué riesgos está asumiendo. Pero, tal vez, sería bueno reflexionar sobre ello.

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