Es preciso considerar el pasado con respeto y el presente con desconfianza si se pretende asegurar el porvenir.
Joseph Joubert
El tiempo ha sido una de las obsesiones primeras de la Humanidad. El hecho del condicionante espacio-tiempo que rige nuestras leyes físicas y nuestro día a día nos obliga a otorgarle una importancia a veces quizás exagerada.
El control del tiempo siempre ha sido un sueño plasmado en novelas de ciencia – ficción, así como en el cine. Poder moverse por la línea temporal que rige el universo ha sido, y será, uno de los sueños imposibles del ser humano, como el de la eterna juventud, aunque este último viene siendo una derivación del mismo problema sobre el tiempo.
El problema que tiene el ser humano con el tiempo aparece ante la imposibilidad tanto de poder cambiar el pasado como de prever el futuro. El hombre no puede ceñirse nada más que a su presente. Pero hasta el presente es relativo. Llamamos presente de igual manera tanto al momento concreto, a un punto en la línea temporal del tiempo, como a un intervalo de tiempo, cuyo centro es el ahora mismo. Por ejemplo, hablamos de presente de igual forma de ahora misma, de hoy, o de este año, según la referencia que tomemos para hacer la medición. Si al final, todo es relativo, pero eso es otro tema.
La angustia que provoca el tiempo también, es que muchas veces somos incapaces de conocer el verdadero presente. Conocemos el pasado. Es más, numerosos hechos los entendemos una vez transcurridos cierto tiempo que nos permiten analizarlos y contextualizarlos; pero el presente aún no tiene contexto claro.
Acude la duda a nosotros respecto a acciones fugaces, ante cosas que varían continuamente en el tiempo, y que no se mantienen constantes, como son por ejemplo sentimientos, gustos o apetencias. En el presente, sólo podemos tener la confianza de que todo se mantenga igual que en el pasado, del que ahora sí tenemos cierta certeza. Pero, como con todo, nadie nos puede asegurar que esas cosas sigan siendo tal y como las creemos o las creíamos. Todo es fugaz y todo cambia.
En cierta medida, la vida es cuestión de fe. Fe en las personas, en las acciones y en las palabras. Realmente no tenemos certeza de nada y fe en demasiado.
El control del tiempo siempre ha sido un sueño plasmado en novelas de ciencia – ficción, así como en el cine. Poder moverse por la línea temporal que rige el universo ha sido, y será, uno de los sueños imposibles del ser humano, como el de la eterna juventud, aunque este último viene siendo una derivación del mismo problema sobre el tiempo.
El problema que tiene el ser humano con el tiempo aparece ante la imposibilidad tanto de poder cambiar el pasado como de prever el futuro. El hombre no puede ceñirse nada más que a su presente. Pero hasta el presente es relativo. Llamamos presente de igual manera tanto al momento concreto, a un punto en la línea temporal del tiempo, como a un intervalo de tiempo, cuyo centro es el ahora mismo. Por ejemplo, hablamos de presente de igual forma de ahora misma, de hoy, o de este año, según la referencia que tomemos para hacer la medición. Si al final, todo es relativo, pero eso es otro tema.
La angustia que provoca el tiempo también, es que muchas veces somos incapaces de conocer el verdadero presente. Conocemos el pasado. Es más, numerosos hechos los entendemos una vez transcurridos cierto tiempo que nos permiten analizarlos y contextualizarlos; pero el presente aún no tiene contexto claro.
Acude la duda a nosotros respecto a acciones fugaces, ante cosas que varían continuamente en el tiempo, y que no se mantienen constantes, como son por ejemplo sentimientos, gustos o apetencias. En el presente, sólo podemos tener la confianza de que todo se mantenga igual que en el pasado, del que ahora sí tenemos cierta certeza. Pero, como con todo, nadie nos puede asegurar que esas cosas sigan siendo tal y como las creemos o las creíamos. Todo es fugaz y todo cambia.
En cierta medida, la vida es cuestión de fe. Fe en las personas, en las acciones y en las palabras. Realmente no tenemos certeza de nada y fe en demasiado.
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