Ciudad grande, soledad grande.
Estrabón de Amasia
Volví. Sano y salvo, tal como se preveía. Ha sido un viaje corto pero intenso, del que seguro que guardo un tierno recuerdo. Allí he tenido tiempo de pasear por los parques y avenidas de la capital; de ver la pinacoteca más prestigiosa de España y de contemplar las maravillosas obras que allí moran.
Madrid es una ciudad grande, imperial, fría. Capaz del día y la noche en una misma calle; capaz del cielo y el infierno en la misma boca de metro. Siempre impone Madrid, tan distante, tan inabarcable, tan firme, tan formal.
Es impresionante la cantidad de gente que concentra, y la cantidad de negocias que ampara. He visto tiendas que jamás hubiera imaginado que existieran. Las personas, todos en su mundo, a su ritmo; como si de autómatas se trataran. Nadie saluda a nadie, nadie gesticula con nadie. Todo el mundo en su particular percepción del mundo, con su mente ocupada en asuntos netamente egoístas.
Y sales del metro, acompañado de una cantidad ingente de autómatas que siguen tu mismo camino. Y te encuentras con la grandiosidad de una gran ciudad, con sus seis carriles en cada sentido, con sus edificios de veinte plantas, con sus fuentes, sus jardines. Todo magnificado. Incluso la miseria.
Vuelves al metro y es allí donde quizás vea la mayoría de las desgracias existentes en Madrid; y ves a algunos, que pese a su estado lamentable, no pierden la sonrisa. Y uno se pregunta como es posible que lo hagan; y se siento estúpido por la magnitud de sus problemas, en comparación con las de estas gentes. Y entonces da gracias a Dios, o quien quiera que haya de dárselas por tener familia, comer todos los días y dormir entre cuatro paredes y sobre un colchón.
A veces viajar sirve para darse cuenta de lo a gusto que está uno en casa.
Madrid es una ciudad grande, imperial, fría. Capaz del día y la noche en una misma calle; capaz del cielo y el infierno en la misma boca de metro. Siempre impone Madrid, tan distante, tan inabarcable, tan firme, tan formal.
Es impresionante la cantidad de gente que concentra, y la cantidad de negocias que ampara. He visto tiendas que jamás hubiera imaginado que existieran. Las personas, todos en su mundo, a su ritmo; como si de autómatas se trataran. Nadie saluda a nadie, nadie gesticula con nadie. Todo el mundo en su particular percepción del mundo, con su mente ocupada en asuntos netamente egoístas.
Y sales del metro, acompañado de una cantidad ingente de autómatas que siguen tu mismo camino. Y te encuentras con la grandiosidad de una gran ciudad, con sus seis carriles en cada sentido, con sus edificios de veinte plantas, con sus fuentes, sus jardines. Todo magnificado. Incluso la miseria.
Vuelves al metro y es allí donde quizás vea la mayoría de las desgracias existentes en Madrid; y ves a algunos, que pese a su estado lamentable, no pierden la sonrisa. Y uno se pregunta como es posible que lo hagan; y se siento estúpido por la magnitud de sus problemas, en comparación con las de estas gentes. Y entonces da gracias a Dios, o quien quiera que haya de dárselas por tener familia, comer todos los días y dormir entre cuatro paredes y sobre un colchón.
A veces viajar sirve para darse cuenta de lo a gusto que está uno en casa.
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