Nada que se consiga sin pena y sin trabajo es verdaderamente valioso
Estamos rodeados de un sinfín de enseres. Miramos a nuestro alrededor desde la silla de nuestro dormitorio y contemplamos una infinidad de cosas; y seguramente si miramos con atención cada día descubramos algo que no sabíamos o no nos acordábamos de que estuviera ubicado donde está.
Vemos las mismas cosas todos los días que somos incapaces de percibir el valor que tienen la mayoría de ellas; y damos por supuesto que algo nos deba pertenecer, que podamos dormir bajo techo o que comamos todos los días; y somos totalmente inútiles a la hora de valorar dichas rutinas.
Queda claro que para el ser humano las cosas tienen valor de manera proporcional al esfuerzo empleado. Así pues, si un coche vale doce millones de euros, pero es papá quien lo paga, no tiene ni por asomo el mismo valor que un coche de seis mil euros que hemos ahorrado durante no se cuantos años. Y es que somos así de ruines, egoístas y miserables; y sólo alcanzamos a valorar lo que ha supuesto para nosotros un esfuerzo.
Quizás no seamos nosotros los culpables de forma tan directa. Será que es la propia experiencia acerca del esfuerzo, la parte del esfuerzo en la que requiere sufrimiento, la que nos hace valorar las cosas. Y es que la tristeza y el dolor ahondan más sin duda que la dicha y alegría.
Concluyo diciendo que son las cosas en las que nosotros nos mostramos interesados; las que nos han supuesto cierto tiempo (y recuerdo que en la vida no hay nada más caro que el tiempo, pero eso lo dejo para otra entrada), cierto sufrimiento, ansiedad, ilusión, trabajo; las que son realmente valoradas por uno.
Y ocurre de forma homóloga con las relaciones interpersonales.
Joseph Addison
Estamos rodeados de un sinfín de enseres. Miramos a nuestro alrededor desde la silla de nuestro dormitorio y contemplamos una infinidad de cosas; y seguramente si miramos con atención cada día descubramos algo que no sabíamos o no nos acordábamos de que estuviera ubicado donde está.
Vemos las mismas cosas todos los días que somos incapaces de percibir el valor que tienen la mayoría de ellas; y damos por supuesto que algo nos deba pertenecer, que podamos dormir bajo techo o que comamos todos los días; y somos totalmente inútiles a la hora de valorar dichas rutinas.
Queda claro que para el ser humano las cosas tienen valor de manera proporcional al esfuerzo empleado. Así pues, si un coche vale doce millones de euros, pero es papá quien lo paga, no tiene ni por asomo el mismo valor que un coche de seis mil euros que hemos ahorrado durante no se cuantos años. Y es que somos así de ruines, egoístas y miserables; y sólo alcanzamos a valorar lo que ha supuesto para nosotros un esfuerzo.
Quizás no seamos nosotros los culpables de forma tan directa. Será que es la propia experiencia acerca del esfuerzo, la parte del esfuerzo en la que requiere sufrimiento, la que nos hace valorar las cosas. Y es que la tristeza y el dolor ahondan más sin duda que la dicha y alegría.
Concluyo diciendo que son las cosas en las que nosotros nos mostramos interesados; las que nos han supuesto cierto tiempo (y recuerdo que en la vida no hay nada más caro que el tiempo, pero eso lo dejo para otra entrada), cierto sufrimiento, ansiedad, ilusión, trabajo; las que son realmente valoradas por uno.
Y ocurre de forma homóloga con las relaciones interpersonales.
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