Las muchas promesas disminuyen la confianza.
No nos cansamos nunca de proferir promesas y palabras que adquieren un compromiso futuro acerca de realizar alguna acción, actuar de cierta manera, o de todo lo contrario: de no hacer y de no volver actuar.
Constantemente estamos proponiendo cambios en nuestra actitud y comportamiento. Cambios, algunos más radicales, otros menos; pero siempre cambios que lleven cierta trascendencia en nuestras vidas.
Normalmente, cuando anunciamos algo en público, hacemos lo que haya que hacer por cumplirlo. Si prometemos a alguien, o en general, algo; nuestro orgullo nos otorga las fuerzas necesarias y paga el precio que esté estipulado parra vencer esa promesa con éxito.
El problema lo encontramos en las promesas que nos hacemos a nosotros mismos, en las que no hay testigos ni orgullo posible. Solemos mentirnos a nosotros mismos constantemente, sin miedo a reproches o represalias; porque nuestro amor propio siempre es menor que nuestra condescendencia hacia nosotros mismos; y no nos importa mentirnos y fallarnos una infinidad de veces.
Ocurre también que olvidamos las promesas que nos hemos hecho. A veces es porque nos interesa olvidarlas, otras por puro desinterés. Lo cierto es que no somos serios con nosotros mismos, no somos tan estrictos como con los demás, y el orgullo y la soberbia es uno de los grandes motivos por el cual realizamos o dejamos de realizar las cosas.
Quinto Horacio Flaco
No nos cansamos nunca de proferir promesas y palabras que adquieren un compromiso futuro acerca de realizar alguna acción, actuar de cierta manera, o de todo lo contrario: de no hacer y de no volver actuar.
Constantemente estamos proponiendo cambios en nuestra actitud y comportamiento. Cambios, algunos más radicales, otros menos; pero siempre cambios que lleven cierta trascendencia en nuestras vidas.
Normalmente, cuando anunciamos algo en público, hacemos lo que haya que hacer por cumplirlo. Si prometemos a alguien, o en general, algo; nuestro orgullo nos otorga las fuerzas necesarias y paga el precio que esté estipulado parra vencer esa promesa con éxito.
El problema lo encontramos en las promesas que nos hacemos a nosotros mismos, en las que no hay testigos ni orgullo posible. Solemos mentirnos a nosotros mismos constantemente, sin miedo a reproches o represalias; porque nuestro amor propio siempre es menor que nuestra condescendencia hacia nosotros mismos; y no nos importa mentirnos y fallarnos una infinidad de veces.
Ocurre también que olvidamos las promesas que nos hemos hecho. A veces es porque nos interesa olvidarlas, otras por puro desinterés. Lo cierto es que no somos serios con nosotros mismos, no somos tan estrictos como con los demás, y el orgullo y la soberbia es uno de los grandes motivos por el cual realizamos o dejamos de realizar las cosas.
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