Hay dolores que matan: pero los hay más crueles, los que nos dejan la vida sin permitirnos jamás gozar de ella.
No dejo de recordarme que la felicidad es un trayecto, y no un destino. Lo hago porque a veces parece que paso la vida entera esperando algo, en vez de salir cada día a disfrutar del sol y del viento.
Pienso a veces también que tengo una filosofía errónea de la vida, que para tantas vueltas que le doy a todo, para tanto mareo de neuronas al que me someto, no sé vivir, no sé hacer las cosas acordes con la teoría.
Pasa a veces que cuando uno tiene una preocupación más grande de la cuenta, es incapaz de prestarle la suficiente atención a otros menesteres, y por tanto, deja de ser feliz; y por tanto, se olvida de que la felicidad se haya en cada día, en cada momento que se va y que es indudablemente irrepetible.
Hay épocas en la vida de alegrías, asimismo las están de tristezas. Las tristezas, las heridas y el dolor no siempre sanan bien; y aunque a veces nos creamos sanados, siempre queda una cicatriz donde una vez quedó la herida, y esa nos acompañará el resto de la vida. Pero antes de cicatrizar por completo, las heridas producen una costra, que indica la correcta recuperación. Pero esas costras no son definitivas: mientras haya costra, la herida no está completamente arreglada, y son frágiles, y con poco daño que se haga uno en la costra, se caen enteras, y vuelve la herida a aflorar como al principio.
Y eso pasa a veces, que durante la recuperación de una herida uno se vuelve a golpear, y la costra se cae, y vuelve uno a como estaba. Sólo la correcta curación de una herida puede hacer que no aparezca la posterior cicatriz, o que este sea mucho más insignificante.
Lo curioso es que las heridas del corazón también siguen este proceso.
Antonie L. Apollinarie Fée
No dejo de recordarme que la felicidad es un trayecto, y no un destino. Lo hago porque a veces parece que paso la vida entera esperando algo, en vez de salir cada día a disfrutar del sol y del viento.
Pienso a veces también que tengo una filosofía errónea de la vida, que para tantas vueltas que le doy a todo, para tanto mareo de neuronas al que me someto, no sé vivir, no sé hacer las cosas acordes con la teoría.
Pasa a veces que cuando uno tiene una preocupación más grande de la cuenta, es incapaz de prestarle la suficiente atención a otros menesteres, y por tanto, deja de ser feliz; y por tanto, se olvida de que la felicidad se haya en cada día, en cada momento que se va y que es indudablemente irrepetible.
Hay épocas en la vida de alegrías, asimismo las están de tristezas. Las tristezas, las heridas y el dolor no siempre sanan bien; y aunque a veces nos creamos sanados, siempre queda una cicatriz donde una vez quedó la herida, y esa nos acompañará el resto de la vida. Pero antes de cicatrizar por completo, las heridas producen una costra, que indica la correcta recuperación. Pero esas costras no son definitivas: mientras haya costra, la herida no está completamente arreglada, y son frágiles, y con poco daño que se haga uno en la costra, se caen enteras, y vuelve la herida a aflorar como al principio.
Y eso pasa a veces, que durante la recuperación de una herida uno se vuelve a golpear, y la costra se cae, y vuelve uno a como estaba. Sólo la correcta curación de una herida puede hacer que no aparezca la posterior cicatriz, o que este sea mucho más insignificante.
Lo curioso es que las heridas del corazón también siguen este proceso.
1 comentario:
Efectivamente la felicidad se va consiguiendo con el día a día...
Las heridas sentimentales son mucho más difíciles de curar que las físicas, precisamente por el miedo a golpearnos o ser de nuevo golpeados y porque necesitan de mucho más tiempo para cicatrizar. Cicatriz que en mayor o menos medida nos acompañará por el resto de nuestros días y que servirá para varias cosas: una de ellas es la de no olvidarnos nunca esa experiencia. Las cosas pasan por alguna razón, sean buenas o malas y son las que efectivamente nos hacen crecer y madurar como personas.
Es fundamental cuando tenemos esa costra, protegerla en la medida de lo posible para que la posibilidad de recaer sea menor.
Para un dolor de cabeza, me tomo una aspirina... para un dolor en el corazón no hay pastilla que lo remedie.
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